miércoles, 7 de octubre de 2020

 Política, pobreza y retórica del ascenso social…

El plan perverso de la derecha en México

Por Rodrigo Sánchez Sosa

Uno de los discursos dogmáticos del neoliberalismo fue el de imponer cómo verdad que el enriquecer a las clases altas de un país, la riqueza descendería literalmente, hasta las clases sociales inferiores. Esto en la lógica de que las clases altas saben emprender, administrar y crear riqueza, de modo que si los recursos públicos les son entregados con facilidades y hasta regalados, estos los multiplicarían y al hacerlo, crearán empleo, propiciando derrama económica en las clases bajas. Mientras el mismo discurso privaba de meritos a las clases populares que eran pobres por ineptos, porque les gustaba ser pobres. No dar más limosnas, mantener flojos y regalar los recursos públicos a los necesitados en el entendido que si estaban en esa situación era por su culpa ¿Cómo el dinero que producen los


empresarios trabajadores que dan trabajo a los mexicanos y pagan impuestos, se les da a los holgazanes, perdedores, tramposo, y hasta criminales que por su gusto son pobres? Se decían los ideólogos del neoliberalismo. NO MÁS, el que quiera dinero que trabaje, el que quiere seguro medico que lo pague, el que quiera educación que la compre con el sudor de su frente, nada es gratis (claro, nada excepto los miles de millones que el gobierno les daba a ellos a fondo perdido vía privatizaciones y rescates financieros). A los mexicanos se nos puso en manos de un plan perverso, de una mentira, en poco tiempo teníamos 40 de los hombres más ricos del mundo en México, un país con el hombre más rico del mundo Carlos Slim, a quien le regalaron TELMEX y financiaron su empresa, mientras millones de mexicanos pasaban de la clase media a la pobreza, de la pobreza a la extrema pobreza, hasta que en el sexenio pasado 8 de cada 10 mexicanos vivían en la pobreza. Un cambio tremendo en el país, si uno lo compara con el nivel de pobreza en los setentas que andaba por el casi 40% es decir 4 de cada diez mexicanos. Lejos de cumplir con el dogma el neoliberalismo se convirtió en una fábrica de pobres en 5 sexenios, se duplicó el número de pobres en México y la riqueza se acumulo en el 1% de la población. No pasó solo en México en casi todo el mundo el modelo falló. Lamentablemente, para muchos como los de derecha en México, los que vivían bien de esa forma injusta de repartición de la riqueza, eso sigue siendo verdad, los empresarios son los que deben tener el dinero público porque solo ellos son capaces de crear más dinero, dárselo a los pobres es tirarlo a la basura, y allí están, friegue y friegue contra AMLO. Entre otras falsedades que es evidente está la que el dinero de los impuestos que se les da a estos que "no tiene llenadero" como se dice comúnmente, era de las mayorías, de los pobres que son los que pagaban impuestos, porque los ricos no pagaban un centavo, era nuestro dinero el que apostaban, invertían y los enriquecía, mientras hospitales, escuelas e infraestructura pública se desmoronaba y la gente pasaba hambres. Lo que no esperaban ni aceptan los atracadores de la nación y sus cómplices es que la gente común, los pobres, dejaran de creer en ese discurso de que el esfuerzo, el trabajo duro y el ahorro te saca de la pobreza, era obvio que no, era una mentira. El modelo democrático mexicano permitió un golpe de timón basado en el resentimiento popular contra las elites económicas llenas de corruptos y criminales en México. Y lo mismo en el mundo:

 " ¿Qué es lo que incitó el resentimiento hacia la élite, que albergaron muchos votantes de clase obrera y de clase media? La respuesta comienza por la creciente desigualdad de las últimas décadas, pero no termina ahí. En última instancia, tiene que ver con el cambio de los términos del reconocimiento y la estima sociales. La era de la globalización ha repartido sus premios de un modo desigual, por decirlo con suavidad. En Estados Unidos, la mayor parte de los incrementos al ingreso experimentados desde finales de la década de los setenta del siglo XX han ido a parar al 10% más rico de la población, mientras que la mitad más pobre prácticamente no ha visto ningún incremento. En términos reales, la media del ingreso anual individual de los varones en edad de trabajar en EU, unos 36.000 dólares, es menor que la de cuatro décadas atrás. En la actualidad, el 1% más rico de los estadounidenses gana más que todo el 50% más pobre. Pero ni siquiera este estallido de desigualdad es la fuente principal de la ira popular. Los estadounidenses toleran desde hace mucho tiempo grandes desigualdades de ingresos y riqueza, convencidos de que, sea cual sea el punto de partida de una persona en la vida, esta siempre podrá llegar muy alto desde la nada (el sueño americano). Esa fe en la posibilidad de la movilidad ascendente es un elemento central del "sueño americano". Conforme a esa fe, los partidos tradicionales y sus políticos han respondido a la creciente desigualdad invocando la necesidad de aplicar una mayor igualdad de oportunidades: reciclando formativamente a los trabajadores cuyos empleos han desaparecido debido a la globalización y la tecnología; mejorando el acceso a la educación superior, y eliminando las barreras raciales, étnicas y de género. Esta retórica de las oportunidades la resume el conocido lema según el cual, si alguien trabaja duro y cumple las normas, debe poder ascender "hasta donde sus aptitudes lo lleven". En época reciente, diversos políticos de ambos partidos han reiterado esa máxima hasta la saciedad. Ronald Reagan, George W. Bush y Marco Rubio, entre los republicanos, y Bill Clinton, Barack Obama y Hillary Clinton, entre los demócratas, la han invocado. Obama se aficionó a una variante de esa misma idea tomada de una canción pop: You can make it if you try ("Puedes conseguirlo si pones tu empeño en ello"). Durante su presidencia, usó esa frase en discursos y declaraciones públicas en más de 140 ocasiones. Sin embargo, la retórica del ascenso suena ahora a vacía. En la economía actual no es fácil ascender. Los estadounidenses que nacen en familias pobres tienden a seguir siendo pobres al llegar a adultos. Solo alrededor de una de cada cinco personas que nacen en un hogar del 20 por ciento más pobre según la escala de ingresos estadounidense logra formar parte del 20 por ciento más rico durante su vida; la mayoría no llegan siquiera a ascender hasta el nivel de la clase media. Resulta más fácil ascender desde orígenes pobres en Canadá, o en Alemania, Dinamarca y otros países europeos, que en Estados Unidos.

Esto calza mal con la histórica creencia de que la movilidad  social es la respuesta estadounidense a la desigualdad. Estados Unidos, tienden a decirse asi mismos, que pueden permitirse preocuparse menos por la desigualdad que las sociedades europeas, más constreñidas por los orígenes de clase, porque aquí es posible ascender. El 70 por ciento de los estadounidenses creen que el pobre puede salir por sí solo de la pobreza, cuando solo el 35 por ciento de los europeos piensan así. Esta fe en la movilidad tal vez explique por qué Estados Unidos tiene un Estado de bienestar menos generoso que el de la mayoría de los grandes países europeos. Hoy en día, no obstante, los países con mayor movilidad tienden a ser también aquellos con mayor igualdad. La capacidad de ascender, al parecer, no depende tanto del deseo de salir de la pobreza como del acceso a la educación, la sanidad y otros recursos que preparan a las personas para tener éxito en el mundo laboral. El estallido de desigualdad observado en décadas recientes no ha acelerado la movilidad ascendente, sino todo lo contrario; ha permitido que quienes ya estaban en la cúspide consoliden sus ventajas y las transmitan a sus hijos. Durante el último medio siglo, las universidades han ido retirando todas las barreras raciales, religiosas, étnicas y de género que antaño no permitían que en ellas entrara nadie más que los hijos de los privilegiados. El test de acceso SAT (iniciales en inglés de "test de aptitud académica") nació precisamente para favorecer que la admisión de nuevo alumnado en las universidades se basara en los méritos educativos demostrados por los estudiantes y no en su pedigrí de clase o familiar. Pero la meritocracia actual ha fraguado en una especie de aristocracia hereditaria. Dos tercios del alumnado de Harvard y Stanford proceden de la elite superior de la escala de ingresos. A pesar de las generosas políticas de ayudas económicas al estudio, menos del 4 por ciento de los estudiantes de centros de la Ivy League proceden de la clase más pobre de la población. En Harvard y otras universidades de ese selecto club, abundan más los estudiantes de familias del 1 por ciento más rico del país (con ingresos superiores a los 630.000 dólares anuales) que los de aquellas que se sitúan en la mitad inferior en la distribución de ingresos. La fe estadounidense en que, si trabaja y tiene talento, cualquiera puede ascender socialmente ya no encaja con los hechos observados sobre el terreno de lo real. Esto tal vez explica por qué la retórica de las oportunidades ha dejado de tener la fuerza inspiradora de antaño. La movilidad ya no puede compensar la desigualdad. Toda respuesta seria a la brecha entre ricos y pobres debe tener muy en cuenta las desigualdades de poder y riqueza, y no conformarse simplemente con el proyecto de ayudar a las personas a luchar por subir una escalera cuyos peldaños están cada vez más separados entre sí." Sandel, Michel J. "La tiranía del mérito", traducción Albino Santos M. Dabate, 2020. 


 

  

 


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