miércoles, 11 de noviembre de 2020

 El Maderismo en la región (1911) San Gabriel, un relato de época

Por Rodrigo Sànchez Sosa/Cronista de Sayula

“La sesiones del partido liberal antireeleccionista, que sostenía la candidatura de Francisco I. Madero contra la de Porfirio Díaz para la presidencia de la República, se llevaban a cabo en La Quinta. Ahí se hablaba con la claridad con que podía hablarse, dentro del margen de la seguridad de esos tiempos. Se alababa la persona del candidato, se comentaba con escaso comedimiento pero también con mesura lo que hacía el régimen imperante. Se sostenía con entusiasmo, con valor, con decisión, que era importante e indispensable para la salud de la patria y beneficio del pueblo en general, que viniera una revolución de hombres y sistemas, y por ahí se seguía. 


Era candidato para ocupar el escaño de la cámara de diputados, por el distrito a que pertenecía San Gabriel (y Sayula), el señor Jacinto Cortina. Don Jacinto, como le decían, o simplemente Chinto, como le llamaban los amigos. Este don Chinto, era el que montaba una hermosa yegua güindarín llamada La Tacuacha, y era dueño y habitante de la Hacienda de Telecampana. Con los mismos elementos que se ganó el triunfo de don Francisco I. Madero, se alcanzó el triunfo de don Jacinto Cortina; aquél a la presidencia de la república y este a la diputación federal. Los que operaron los discursos que durante la campaña se dijeron así como los pronunciamientos políticos que en esas peroraciones se contenían, quedaron profundamente grabados en la juvenil mente de los hijos de don Gerardo, dueño de La Quinta. Manuel, que los escuchaba, guardó y trató de digerirlos, pero al parecer, solamente lograron sembrar en su ánimo una inquietud por entonces inexplicable levantando en su magín (ingenio, inteligencia) un impacto que permanecería presente por siempre en su memoria, sobre todo por el hecho de que en cada sesión el ´viejo Divino´ hacía que Manuel leyera las noticias políticas que imprimía la prensa de la capital de la república, ante el imponente auditorio que formaban los asistentes a la sesión, tanto que para que todos se enterarán de las últimas novedades en la relación a la campaña política como, seguramente lo más importante, para presumir que su hijo, tan chamaco y chaparrito, ya sabía y podía leer ante el público. Los comentarios que se hacían sobre los acontecimientos desarrollados en la capital de la República durante los aciagos días de la Decena Trágica, pero de muy especial manera los que airadamente se verían tras el asesinato del Presidente de México, impresionaron fuertemente al chiquillo lector. Naturalmente, no participaba en ninguno de los comentarios; pero sí los escuchaba con atención. Un panorama manchado de sangre, de traición, de perfidia, crimen y venganza, epítetos (juicios calificativos)  que escuchaba aplicados a los sucesos de la capital, que se estructuraron  su mente juvenil y posiblemente todo aquello tuvo mucho que ver con los caminos que transitó después.

Tras los ominosos acontecimientos que se habían desarrollado en la ciudad de México y que culminaron con los asesinatos de los señores presidente de la república y vicepresidente, como el arribo hasta el puesto del "Chacal" Victoriano Huerta, Las sesiones del partido se suspendieron por razones obvias. El chaparro Manuel ya no leía la prensa nacional ni presumía de muy "trinchón" delante de los asistentes a las juntas políticas de La Quinta. Una tarde como cualquier otra, andaba el Chaparro jugueteando entre vacas, becerros y caballos, cuando escuchó que le hablaba don Gerardo. Fue dónde estaba el jefe de la familia y este le dijo:

- Que te ensillen un caballo y le llevas a Jacinto estos libros.

- Bueno mañana temprano voy- respondió el Chaparro- 

- Nada de eso. ¡Ahora mismo!

Eran Ya casi las seis de la tarde y la Hacienda de Telecampana de don Jacinto distaba de San Gabriel unas dos horas, y eso montando un buen caballo. El Chaparro sin pensarlo mucho, tomó los libros y fue hacia los corrales, ordenando a José Larios, uno de los caballerangos, que le ensillara un caballo y, montado en él emprendió el camino hacia Telecampana a donde llegó ya noche. Don Jacinto Cortina tenía unos gustos peculiares, se sentaba a la mesa a cenar bien vestido y nunca antes de la nueve de la noche. Vivía en su hacienda sin ningún familiar y sobre todo, impactaba a Manuel porque montaba muy bien, llevaba una barba cerrada, cantaba muy bonito y resultaba para el Chaparro una especie de alter ego y tenía la determinación de que cuando fuera grande sería así, como don Jacinto. Este don Jacinto apodaba a Manuel "Ingeniero", porque decía siempre andaba destripando cuanto veía para darse cuenta cómo estaba hecho. Al llegar Manuel a Telecampana, lo recibió don Jacinto con afecto y agradeció el encargo que le entregó, consistente en aquel paquete de libros.

- Dile a tu padre que le agradezco mucho su envío; son libros que van a servir de mucho. Y, a propósito, me imagino que no te vas a regresar a San Gabriel a estas horas de la noche. Cena conmigo y duerme aquí y mañana a buena hora regresas.

- Muy bien don Jacinto; muchas gracias.

- Te espero en la mesa dentro de media hora.

A las nueve de la noche en punto, estaban sentados a la mesa, antes sendos platos de carne asada, frijoles refritos y café. Don Jacinto no dejó de hablar en ningún momento, siempre comentando los acontecimientos de la capital de la República y refiriéndose al señor Madero con todo respeto y a Victoriano Huerta con calificativos tremendos y denigrantes. De cobarde y asesino, borracho traidor y usurpador incalificable no lo bajó en un derroche de rencor y desprecio. Habló largamente de lo que significaban aquellos acontecimientos para el país, para la ciudadanía, para la naciente democracia y, con energía y decisión, hizo hincapié que la marcha sangrienta arrojada sobre el decoro nacional por el cobarde asesino Victoriano Huerta, había que lavarla con la misma sangre de los traidores y que todo hombre que se preciara de serlo, tenía que irse a la revolución. Como él lo haría justo en la madrugada del siguiente día. Ante la admiración que despertaban aquellas palabras en Manuel, seguramente notada por don Jacinto, soltó la pregunta al muchacho:

- ¿Te animarías a venir con nosotros a la revolución?

- Si usted va, yo también iré - respondió el Chaparro, cautivado por toda la arenga que había entrañado la perorata de don Jacinto.- 

- Bueno, te felicito. Vete a San Gabriel a ver cuántos muchachos puedes levantar y con ellos nos vemos mañana, saliendo para Amacueca. 

Ni corto ni perezoso el Chaparro salió de Telcampana a San Gabriel a donde llegó a la media noche, dirigiéndose a las caballerizas de la Quinta, donde sabía, algunos vaqueros dormían. Despertó a José Larios al que le dijo que se iba a la revolución con don Jacinto Cortina. Sin pedírselo, José dijo: 

- Me voy con usted niño.

Entre ambos despertaran a otros y en una hora eran ya setenta y dos los hombres que estaban listos para la marcha, montados y armados. Manuel hizo que le ensillaran un caballo de reciente arribo a La Quinta, El Paje, un espléndido caballo de raza pura que había adquirido don Gerardo en Inglaterra por cuatro mil pesos de entonces. Montados todos, emprendieron la marcha rumbo a la salida a Amacueca, llevando Manuel a José Larios a su lado. La marcha se hizo en silencio, nadie comentaba nada o por lo menos nada se escuchaba. Así fue pasando el tiempo y para cuando clareaba el día, según iban remontando la serranía, vio Manuel con asombro y temor, que en lo alto de una loma que se tenía que trasponer necesariamente, se recortaban contra el cielo las figuras perfectamente definidas de don Jacinto Cortina y de don Gerardo Zepeda que platicaban calmadamente.

Al llegar Manuel con la gente que le seguía delante de los señores, don Genaro preguntó a Manuel a dónde iba a esas horas, a lo que respondió el Chaparro que se iba a la revolución con don Jacinto. Bueno allá tú, pero ese caballo no te lo llevas.

Y ordenó a algunos mozos que seguramente  iban ya preparados que le dieran otro caballo y recogió al Paje."  Luís Zepeda Castañeda, La vida en San Gabriel.


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