domingo, 10 de abril de 2016

Especial para Horizontes...
Conducta sexual durante la colonia y su normatividad, antecedentes de nuestra moral social y patología
Reportaje de Investigación de Rodrigo Sánchez Sosa 


La historia nos sirve entre otras cosas para entendernos a nosotros mismos. La conducta sexual de las sociedades, habla no solo de sus valores morales, sino de sus relaciones económicas, sociales y hasta de su grado de felicidad. Sociedades más infelices, inmorales, injustas, pobres e ignorantes, tienen sistemas de comportamiento sexual decadente, donde se abusa de los más vulnerables y se educa a los hijos con prejuicios, miedos y patologías sociales que reproducen la misma tragedia que les dio origen. Sin pretender hacer un juico moral de la colonia, expongo aquí mi investigación para que nos miremos como sociedad evaluando cuánto hemos avanzado en los últimos 400  años, en nuestra concepción social de lo sexual y el problema de género asociado a ello. Nos sorprenderá saber que muchos de los prejuicios e imposiciones injustas de la colonia con respecto a la sexualidad, el matrimonio, la familia y la felicidad,  hayan cambiado poco. De ahí que la frustración existencial de las mujeres, la angustia del hombre por probar su hombría, conlleve hoy el mismo dolor que antes. Lo cual no quiere decir que esta sea una condición necesaria y universal, sino que hemos reproducido sin análisis crítico una conducta y normatividad con respecto a la sexualidad y el problema de género por ya más de 400 años. Los costos de una reproducción de valores tan antiguos en sociedades modernas, que han pasado por una revolución sexual (años sesenta), un otorgamiento de derechos de igualdad a las mujeres, y los más importante un cambio de paradigma económico; son altos. La violación de las normas de conducta o valores, de forma abierta o si llegasen a ser descubiertas, pueden hoy, por absurdo que parezca, comprometer la vida. Mientras que, la asignación del papel de género, que necesariamente se ve frustrado por el contexto social arriba  señalado y los impulsos irrefrenables que busca inhibir las idealizadas normas del cristianismo medieval del que derivan, producen infelicidad y dolor en las personas hoy en día en nuestra comunidad. Vale la pena exponer el origen de esta contradicción contemporánea en la historia:
Prostitución durante la colonia

En el siglo XVI, durante la colonia, era difícil distinguir en lo cotidiano, las relaciones de prostitución de la simple fornicación o relación ocasional. Según la definición de la época, las prostitutas eran mujeres que "ganaban su hacienda con la venta de sus cuerpos". Ejercían la prostitución independiente las mujeres que habían sido amancebadas (tenidas como amantes) y se encontraban en el abandono; las engañadas que por creer en el amor perdieron la virginidad y no podían ya contemplar la posibilidad de un matrimonio, y las viudas que buscaban el sustento en esta ocupación; con todas ellas la justicia era paternalista y procuraba, en el caso de las españolas, protegerlas y regenerarlas para lo que se fundaron los Recogimientos de Mujeres; en el caso de negras, mestizas. y mulatas se aceptaba este comportamiento como inherente a su condición de inferioridad social. Sólo cuando intervinieron terceras personas que organizaban la explotación del cuerpo de las mujeres, fue sancionada esta práctica.

En general, estas personas eran mujeres que inducían y engañaban a las jóvenes que tenían problemas familiares, con promesas, para arrancarlas del seno familiar y explotarlas. De este ejercicio de alcahueta vivía Nicolasa de Guzmán, española casada, a la que mantenían junto con su marido, las jóvenes que administraba y guardaba bajo su custodia. Bernarda de 14 años, declara que fue con Nicolasa y La Chomba, una mujer de edad, a casa de un hombre que pagaría 300 pesos por "echarla a perder", era pues un privilegio costoso desflorar a una joven virgen e iniciarla en su nuevo modo de vida. Después Nicolasa la enviaba, en compañía de otras mujeres, a diferentes casas "a ganarse la vida con su cuerpo... y esto era todas las noches y pocas veces de día". Antonia, otra joven, vivió con Nicolasa 15 meses. Aun aquellas mujeres que tenían un oficio, frente a la necesidad económica, el desempleo, la inestabilidad en el trabajo, o simplemente por la facilidad de obtener dinero para cubrir mejor sus gastos, aceptaban este ejercicio, como: María de Bergara, española de 20 años, de oficio puntera de rebozos, quien confiesa que Nicolasa la arreglaba para que la quisieran los hombres, permaneciendo a su lado varios meses.

Siendo la mujer considerada propiedad del esposo o de aquel con el que cohabitaba, era frecuente que la obligaran a prostituirse en beneficio de la familia. Andrés de González llevaba al Alcalde Mayor de Zacatlán para que "tuviese ayuntamiento carnal" con Inés de Rivera, su esposa. Inés tuvo además encuentros con varios hombres que llegaban a su casa, entre ellos el denunciante, o bien asistía a la de ellos, pero siempre con el conocimiento y aprobación del marido.
 
Otros comportamientos sancionados

Dentro del marco de lo ilícito, es necesario mencionar aquellos comportamientos que buscaban el placer y la satisfacción erótica, siendo considerados pecaminosos: los "tocamientos deshonestos" entre gente de diferente y del mismo sexo, la masturbación personal o con la pareja del mismo o diferente sexo, la polución en sueños, la sodomía o "pecado contra natura" (penetración anal) y la homosexualidad masculina y femenina.

Sexualidad femenina

La sexualidad femenina estuvo estructurada por su función reproductora.
La finalidad de vida era ser esposa Y madre- El esquema ideal impuesto por los españoles era el de la mujer recatada, buena, sumisa y obediente, que recibía una formación para llega a ser esposa de un hombre, y si esto no era posible, de Dios en un convento. Llegado el anhelado momento del matrimonio para el que eran educadas las doncellas, alrededor de los 14 años, dedicaban su vida a atender al esposo, quien pasaba a ser su dueño y señor al que respetaban y obedecían ciegamente, cuidando asimismo a sus hijos, a los que formaban dentro de las normas por ellas aprendidas. Poco importaba lo que pensaran o sintieran, su destino estaba trazado, y si sus inquietudes las llevaban a interesarse en algo, era el padre o el marido quien las dirigía hasta el límite considerado pertinente. Puede decirse que la educación social de una mujer era siempre en el ámbito doméstico, primero con los padres, después, las que podían pagarlo en "casa de la amiga",3a y finalmente, al lado del marido.

Con este esquema ideal soñaban también las mestizas' mulatas y negras, todas aspiraban a ser y pertenecer a un hombre, que les diera su nombre y con ello el reconocimiento y el respeto social, además de sostenerlas económicamente' Aunque ellas aportaran una dote como patrimonio familiar, deberían trabajar y servir en todo aquello que apeteciera el esposo, desde la comida hasta el lecho.

A este esquema respondían pocas parejas, en general la realidad era otra; las mujeres casadas vivían la poligamia cotidiana de sus maridos, quienes contestaban a los reclamos de sus cónyuges con castigos, no sólo económicos, sino físicos. La mujer que elegía o bien se veía por las circunstancias involucradas en el ámbito de las relaciones ilícitas, se encontraba aún peor, además de los castigos sufría la angustia perpetua de perder la estabilidad transitoria y verse convertida, como muchas de sus compañeras, en cabeza de familia, obligadas a buscar el sustento y el de sus hijos como artesana, sirvienta o prostituta.

Fue condición de la mujer la inseguridad por conseguir  marido, la angustia por conservarlo, los celos por compartirlo con otras mujeres, la desesperanza del abandono, el dolor por el amor perdido, el rechazo por no ser virgen y haber creído en el amor y la muerte social por ser vieja. Condición matizada por una visión ideal del amor conyugal cristiano, que la mujer buscaba íntegra y desesperadamente, mientras el hombre concebía este amor en dos terrenos, el casto y puro en el matrimonio y el erótico-pasional fuera de él.

Es importante señalar que la concepción de unidad amorosa en las mujeres las formaba, a pesar de su condición social, como seres más estables; en tanto que la dualidad amorosa masculina coinvertía a los hombres en seres inestables y violentos  en búsqueda permanente de prestigio y competencia amorosa."   Noemí Quezada. (Doctora/Etnóloga. Instituto de Investigaciones Antropológicas de la  UNAM.)

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