lunes, 6 de junio de 2016

LA POLITICA DESDE GAYOLA
Por Rodrigo Sànchez Sosa
El sentimiento más doloroso es perder una nación: la casa, el futuro de los hijos, la tierra que nos vio nacer, la historia y la herencia de los padres. En México estamos experimentando la perdida de nuestra patria; solo nos daremos cuenta cuando ya sea demasiado tarde. Como un imperceptible cáncer, la violencia, el crimen y la corrupción avanzan por la nación, mientras cerramos los ojos esperando que pase, que no sea lo que tememos, sin  hacer nada. El sentimiento de tristeza de los que ahora sufren y pierden lo poco que tenían, apenas nos conmueve, nos da miedo pensar en los pueblos cercados por la violencia y el crimen, preferimos no hacerlo. Pero, todos en este país sabemos que algo esta cambiando, que algo paree ya imparable, que ese algo esta destruyendo nuestro país, en lo que creíamos, lo que amábamos. Cínicamente la patria es saqueada y se trasforma en lago irreconocible, ajeno, no familiar, extraño. Estamos perdiendo México. El arte, es una forma de compartir sentimientos, de reconocerse en el otro, de entender al otro: la poesía es una manifestación sofisticada y estéticamente sublime que nos cumínica emocionalmente con otros seres humanos. Permítame compartir con usted estos poemas indígenas de la conquista que nos expresan el dolor que emerge al perder la patria, lo más preciado para un pueblo, su cultura valores y formas particulares de ver el mundo. Los siguientes son tres Poemas que describen la desolación luego de que los aztecas perdieron Tenochtitlán en 1521.No hace falta ser versado en la cultura europea y su historia para entender el dolor que estos poemas expresa, que igual no necesitaron del conocimiento de los cánones europeos para expresar la perdida inefable de un mundo, su mundo, para siempre. Eso nos puede estar sucediendo hoy a los mexicanos.
"Estos poemas, con más elocuencia que otros testimonios, muestran  la herida tremenda que dejó la derrota en el ánimo de los vencidos. Son, usando las palabras de Garibay, uno de los primeros indicios del trauma de la Conquista.

Se ha perdido el pueblo mexica

El llanto se extiende, las lágrimas gotean allí en
[Tlatelolco.
Por agua se fueron ya los mexicanos;
semejan mujeres; la huída es general
¿Adónde vamos?, ¡oh amigos! Luego ¿fue verdad?
Ya abandonan la ciudad de México:
el humo se está levantando; la niebla se está extendiendo...
Con llanto se saludan el Huiznahuácatl
 y Motelhuihtzin.
el Tlailotlácatl Tlacotzin,
el Tlacatecuhtli Oquihtzin . . .
Llorad, amigos míos, tened entendido que con estos hechos
hemos perdido la nación mexicana.
¡El agua se ha acedado, se acedó la comida!
Esto es lo que ha hecho el Dador de la vida en Tlatelolco.
Sin recato son llevados Motelhuihtzin y Tlacotzin.
Con cantos se animaban unos a otros en Acachinanco,
ah, cuando fueron a ser puestos a prueba allá en Coyoacan. . .

Los últimos días del sitio de Tenochtitlan

Y todo esto pasó con nosotros.
Nosotros lo vimos,
nosotros lo admiramos.
Con esta lamentosa y triste suerte
nos vimos angustiados.
En los caminos yacen dardos rotos,
los cabellos están esparcidos.
Destechadas están las casas,
enrojecidos tienen sus muros.
Gusanos pululan por calles y plazas,
y en las paredes están salpicados los sesos.
Rojas están las aguas, están como teñidas,
 y cuando las bebimos,
es como si bebiéramos agua de salitre.
Golpeábamos, en tanto, los muros de adobe,
y era nuestra herencia una red de agujeros.
Con los escudos fue su resguardo, pero
ni con escudos puede ser sostenida su soledad.
Hemos comido palos de colorín,
hemos masticado grama salitrosa,
piedras de adobe, lagartijas,
ratones, tierra en polvo, gusanos . . .
Comimos la carne apenas,
sobre el fuego estaba puesta.
Cuando estaba cocida la carne,
de allí la arrebataban,
en el fuego mismo, la comían.
Se nos puso precio.
Precio del joven, del sacerdote,
del niño y de la doncella.
Basta: de un pobre era el precio
sólo dos puñados de maíz,
sólo diez tortas de mosco;
sólo era nuestro precio veinte tortas de grama salitrosa.
Oro, jades, mantas ricas,
plumajes de quetzal,
todo eso que es precioso,
en nada fue estimado . . .

La ruina de tenochcas y tlatelolcas

Afánate, lucha, ¡oh Tlacaltéccatl Temilotzin!:
ya salen de sus naves los hombres de Castilla y los de las chinampas.
 ¡Es cercado por la guerra el tenochca;
es cercado por la guerra el tlatelolca!
Ya viene a cerrar el paso el armero Coyohuehuetzin;
ya salió por el gran camino del Tepeyac el acolhua.
¡Es cercado por la guerra el tenochca;
es cercado por la guerra el tlatelolca!
Ya se ennegrece el fuego;
ardiendo revienta el tiro,
ya se ha difundido la niebla:
¡Han aprehendido a Cuauhtémoc!
¡Se extiende una brazada de príncipes mexicanos!
¡Es cercado por la guerra el tenochca,
es cercado por la guerra el tlatelolca!
  ¡Es cercado por la guerra el tenochca;
es cercado por la guerra el tlatelolca!"

Miguel León Portilla, La visión de los vencidos.

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