lunes, 19 de noviembre de 2018

Especial para Horizontes...
Rulfo eterno y sublime; la obra de un
Sayulense universal
Reportaje de Investigación de  Rodrigo Sánchez Sosa, Cronista de Sayula

"Mi generación no me comprendió (1980).
 Juan Rulfo.
El intento por trasmutar a un Sayula Rulfiano, en nuestro municipio, se ha topado hoy con el desinterés y el prejuicio que influyen injustamente las políticas publicas locales. El desconocimiento sumado al desinterés, amenazan con convertir a Sayula, fuera del festival Rulfiano de la Artes, en el único lugar en el mundo donde Rulfo es denostado y poco menos que ignorado. El sello de este tiempo en Sayula, parece ser la paradoja como paradigma. Resulta difícil explicar al visitante informado el por qué, hasta el siglo pasado, un poema satírico incómodo para los sayulenses de entonteces, El Ánima de Sayula, hoy sea una leyenda y referente de identidad localmente, con estatua y souvenirs (del francés: recuerdos para turistas); mientras Rulfo es un tabú, al grado de estar semi proscrito por las políticas culturales oficiales y hablarse de la demolición de un homenaje trunco en pleno Centro Histórico, que hoy luce, como Rulfo en Sayula, abandonado. Como obligación, insistimos en esta columna en el error e injusticia que se comete con este genio sayulense de la literatura Universal; compartimos esta lectura con nuestros lectores a forma de protesta, ante esta falta de respeto a la memoria de unos de los escritores más importantes del mundo, Juan Rulfo, en la tierra de su familia y lugar de nacimiento. 
 Vida y escritura
El 16 de mayo de 1917 nació Juan Nepomuceno Pérez Vizcaíno… en Sayula, Jalisco -según acta del registro civil y fe de bautismo-... La vida del futuro escritor, desde el lugar de nacimiento, estuvo rodeada de sospechas, verdades y mentiras a medias; el celo por proteger su intimidad, además, lo convirtió un enigma entre el estrépito y el silencio, de la veneración al confinamiento, de la fama al nihilismo, de las expectativas juveniles de gran viajero al escepticismo que derivó en un arraigado fatalismo, hermanado a la proclive depresión, que contrajo en el orfanato, adonde llegó dos meses antes de que su madre muriera de "neuralgia de corazón", cuando el niño Juan tenía diez años. Cuatro años antes ocurrió un hecho crucial en la existencia del niño (y se ha repetido que determinó el destino y acentuó su vocación hacia la literatura): el asesinato de su padre en la hacienda de San Pedro Toxín, debido a la venganza de un peón al que Juan Nepomuceno Pérez Rulfo, "Cheno", había reprendido porque sus animales invadieron los potreros del hacendado. Algunas versiones dicen que incluso le dio un chicotazo. Esa "nimiedad", como dijera el cronista Felipe Cobián, provocó la ira y el rencor vivo de Guadalupe Nava Palacios, quien se tomó algunos mezcales con sus amigos, se armó de valor antes de avistar a "Cheno" -al paso del arroyo La Agüita, en un confín del Llano Grande- "...y vació toda su pistola en la espalda de don Cheno; jamás imaginó que había empezado a engendrar una de las creaciones de las letras más fascinantes de la Hispanoamérica actual".   La noticia -publicada en El Universal, el 6 de junio de 1923- señalaba que el crimen estaba relacionado con el cobro que Nepomuceno impuso a todo aquel ganado que, sin licencia, pastara en terrenos de la hacienda.La muerte del padre -ocurrida el primer día de ese mes- fue un catalizador en la elaboración del duelo y un impulso apremiante para el escritor, que quedó de manifiesto en "¡Diles que no me maten!", donde está presente la pérdida y la búsqueda, la fragilidad de la verdad, la aspiración de justicia y los límites que se tienen para valorar las acciones de víctimas y victimarios.
Aunque su autor negó que existiera tal vínculo, es evidente la relación vida-obra en este cuento. El nombre de uno de los personajes -el homicida, Juvencio Nava- se relaciona con el de Guadalupe Nava, el asesino real del padre de Rulfo. El duelo por la pérdida de diversos familiares, sobre todo del padre, además, se extendió en un temperamento proclive a la depresión que se gestó -según el propio escritor- en los años del orfanato y que permaneció hasta sus días finales: "Lo único que aprendí allí fue a deprimirme. Era una tremenda disciplina, el sistema era carcelario. Esas fueron las épocas de mi vida en que me encontré más solo, y contraje un estado depresivo que todavía no se me puede curar", comentó cuando tenía sesenta años de edad.
También en los últimos años de su vida evocó de dónde provenía la atmósfera que rodeó su trabajo escritural: "Guardo una gran nostalgia por la infancia y el lugar donde viví de pequeño. Por aquellos años que no se pierden nunca [...]. La nostalgia ha sido una especie de impulso para recordar ciertas cosas. El hecho de querer evocar esos años es lo que me ha obligado a escribir: Yo tengo que contarles esas cosas, vengo de tal lugar que ustedes no conocen, pero yo voy a contarles lo que ha sucedido ahí"…   De ese vaho anímico provienen atributos del escritor que van de la timidez al aislamiento, del hermetismo a la astenia: del rictus aciago -visible desde las fotografías infantiles- al ensimismamiento que rodeó el mutismo del adulto, que se encerró y tras el cual muy pocos pudieron acceder. Efrén Hernández fue el "padre intelectual", guía y quien descubrió al escritor que hasta la mitad de los años cuarenta firmaba como Juan Pérez Vizcaíno (Su tío sayulense David Pérez Rulfo, le sugeriría el pseudónimo Juan Rulfo). Ellos se conocieron y se hicieron amigos en las oficinas de la Secretaría de Gobernación, en el departamento de Migración; allí debió empezar a conformarse la novela El hijo del desaliento que nunca se publicó, porque "dialogaba con la soledad [y] era tan cursi como su título. Decidí tirar a la basura mis trecientas cuartillas". Se salvó "Un pedazo de noche (fragmento)", y es muy probable que de esa novela también provenga "La vida no es muy seria en sus cosas", primer texto conocido de Juan Rulfo, publicado en América (junio de 1945), la revista que dirigía Efrén Hernández.
El periodo escritural de Rulfo más relevante, abarcó una década. En la primavera de 1955 se publicó Pedro Páramo; dos años antes se había publicado la reunión de quince cuentos con el título de El Llano en llamas, ambos aparecieron bajo el sello del Fondo de Cultura Económica en la colección Letras Mexicanas. Después, solo hubo silencio... con excepción de El gallo de Oro y otros guiones (1980), cuyo texto más extenso, originalmente fue una novela, El gallero (escrita entre 1956 y 1958). Después de Pedro Páramo, novela que se ha traducido a más de cincuenta idiomas, Rulfo mantuvo 31 años de mutismo escritural. Falleció el martes 7 de enero de 1986 -al sobrevenir un infarto al miocardio- ya cerca de los 69 años. Cuatro meses antes se le había diagnosticado enfisema pulmonar, el mismo día en que la Ciudad de México fuera devastada por un temblor que dejó, según datos oficiales, más de veinte mil muertos.
El legado de Rulfo, además de tres libros, consta de cerca de setenta textos de varia extensión e intención: conferencias, ponencias, prólogos, pláticas, semblanzas de artistas plásticos, textos de arquitectura e historia, monografías y presentaciones, así como una decena de borradores, redactados para el boletín del Centro Mexicano de Escritores, donde fue becario (1952-1954) y asesor (1961-1980). Fuentes allegadas a la Fundación Juan Rulfo difundieron en su boletín, Los murmullos (1999), que el escritor-fotógrafo escribió cerca de cuatrocientos textos dedicados a la arquitectura mexicana: "abundan aquellos que servirían a la perfección para documentar una historia del periodo colonial muy poco piadosa con los encomenderos y el clero de la época".
Los herederos del escritor publicaron Los cuadernos de Juan Rulfo (1994), reunión de un centenar de textos: borradores, esbozos, notas y reflexiones; son reveladores porque se puede rastrear la conformación, incipiente, de personajes como Susana San Juan que originalmente se llamó Susana Foster, o la herencia del apellido Pinzón en la familia que protagonizó la historia de la legedaria novela La cordillera, anunciada en 1964, en la publicidad  anticipada  de las novedades del FCE, junto a títulos como Rito de iniciación, de Rosario Castellanos, La pequeña edad, de Luis Spota, Música concreta, de Amparo Dávila y Seguimiento, de Gabriel Zaid. No poco creyeron que la novela de Rulfo ya se había publicado porque, incluso, existe la reseña "Ayuquila, Dionisio Arias, Una casta condenada: 'La cordillera'" firmado por las iniciales A. S. (conjeturamos que la redactó Alí Chumacero) y apareció en el suplemento once de la Gaceta del FCE. Ahí se lee: "Ayuquila es inseparable de los avatares de una familia, fundada, en el siglo xvi, por Dionisio Arias Pinzón, Vizcaíno y encomendero, que debió legar esa parla de textura castellana antigua, casi cervantina, que perdura en la región". En 2000, se publicó Aire de las colinas. Cartas a Clara, un epistolario de 81 cartas que el joven autor escribió a Clara Angélica Aparicio Reyes (1928-), su futura esposa, a quien conoció en 1941…
El lugar de la fotografía: Aunque Rulfo la situaba como mera afición -igual que la literatura -…Era conocido y respetado en ámbito de los fotógrafos. Dejó alrededor de seis mil negativos que empezó a tomar entre los dieciséis y diecisiete años, al mismo tiempo que escribía sus primeros textos. Sus primeras once fotografías aparecieron en América (febrero de 1949), luego publicó en Mapa (1952), en donde era editor, y México en la Cultura (1954, 1955, 1958). Entregó imágenes a Anita Bremer para This Month, y -también en 1958- cuatro de sus fotografías de arquitectura colonial ilustraron la guía de turistas Caminos de México de la Goodrich-Euzkadi. En Guadalajara se realizó su primera exposición en la primavera de 1960… en 1980, por fin, su fotografía fue conocida de manera más amplia. Con motivo del homenaje nacional que le rindió el gobierno mexicano, en el Palacio de Bellas Artes se presentaron cien imágenes que formaron parte del libro-catálogo Juan Rulfo (INBA/SEP)… Fernando Benítez: ´Sus fotos retienen el misterio de Pedro Páramo o de El Llano en llamas: mujeres enlutadas, campesinos, indios, ruinas, cielos borrascosos, campos resecos. Una poesía de la desolación, y una humanidad concreta, expresa un mundo que está más allá del paisaje y de sus gentes, construido en blanco y negro, con gran economía y nobleza. Lo que su ojo veía el escritor lo llevaba a las letras´." 
Roberto García Bonilla, Revista Letras Libres, 17 de mayo de 2017.   https:/semanariohorizontes.com

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