martes, 5 de mayo de 2020

Especial para Horizontes...
La leyenda de la Llorona, su origen
prehispánico y significado
Reportaje de Investigación de  Rodrigo Sánchez Sosa, Cronista de Sayula 


Una nota periodística reciente cita un fenómeno recurrente en Sayula, que suele estar asociado en el tiempo a etapas particularmente difíciles para la comunidad. Hace ocho o nueve años, quizás diez, por ejemplo, el municipio vivía la etapa más violenta de la guerra contra el narco tráfico en la región, en aquel entonces se contabilizaron más de 30 desparecidos del municipio en dos semanas y varios muertos. La zozobra se generalizaba. Entonces, por el barrio del Santuario de Sayula, cercano al arroyo que cruza la cabecera municipal, los vecinos reportaron el mismo fenómeno,  la mítica "Llorona" era escuchada con regularidad recorriendo aquellas calles cercanas al río a media noche espantado a los vecinos. Los semanarios locales, entre ellos Horizontes, dieron cuenta de las denuncias sobre ello de vecinos. Hoy nuevamente, en la actual crisis sanitaria, el fenómeno se repite. Más allá de asentar aquí la objetividad del mismo, debemos reconocer que es un fenómeno simbólico-social con raíces profundas en el inconsciente colectivo de nuestro pueblo que se activa con la angustia generalizada debida a amenazas y tragedias. Este fenómeno se repite a lo largo de la historia de Sayula, documentándose reportes del mismo en el siglo XVI, XVII, XVII y XIX, durante guerras, pestes, hambrunas y guerras que afectaron a esta antigua Capital de la Provincia de Ávalos y del Cuarto Cantón del estado de Jalisco durante la independencia de México.
Explicarlo racionalmente requeriría de toda una investigación rigurosa. Bástenos hoy señalar los antecedentes y dar cuenta de ciertas constantes en su manifestación para intentar un esbozo o acercamiento al problema que plantea esta leyenda que es parte de la cultura popular de todo México. Esta manifestación tiene que ver con nuestra identidad particular como pueblo y dice mucho de nuestro ser como mexicanos; al conocerla, nos conocemos a nosotros mismos y a nuestra profunda raíz precolombina que nos condiciona:
El conocido relato de la Llorona tiene su origen, en efecto, en el mundo prehispánico. Relata fray Diego Durán que en los días postreros de su reinado, Moctezuma II andaba pesaroso por una serie de pronósticos que se referían al fin de su mandato. Pidió que se le dijese acerca de sueños y apariciones, y: "Lo mismo encomendó á todos los que tienen por costumbre de andar de noche, y que si topasen á aquella mujer que dicen que anda de noche llorando y gimiendo, que le pregunten qué es lo que llora y gime…" . La leyenda también le fue transmitida a fray Bernardino de Sahagún por sus informantes indígenas, y además podemos leerla en la Historia de Tlaxcala de Diego Muñoz Camargo. Está asociada a los famosos presagios funestos que se supone sucedieron antes de la conquista española y que vaticinaban el final del imperio mexica de Tenochtitlan. Esos presagios eran: una llama que aparecía en la noche, diez años antes de la conquista, y que provocaba desasosiego en la gente; el templo de Huitzilopochtli ardió sin que hubiera mano de por medio y mientras más agua le echaban para apagarlo, más se enardecía el fuego; un rayo cayó en el templo de Xiuhtecutli, sin que se escuchara trueno alguno; un fuego salió por el poniente y se dividió en tres partes, lo que provocó mucho alboroto; el agua del lago hirvió y anegó las casas; el sexto presagio -que nos interesa particularmente- fue el de una mujer que recorría las calles dando gritos lastimeros; otro más fue la captura de una especie de grulla con un espejo en la cabeza, en el que se podía ver una serie de acontecimientos y, finalmente, la aparición de personas deformes con un solo cuerpo y dos cabezas que luego desaparecían.
¿Cómo relata Sahagún lo referente a la mujer que salía en las noches? Dice así el franciscano (Sahagún, 1956, IV, p. 82):
 …muchas veces se oía: una mujer lloraba; iba gritando por la noche; andaba dando grandes gritos:
-¡Hijitos míos, pues ya tenemos que irnos lejos!
Y a veces decía:
-Hijitos míos ¿a dónde os llevaré?
 El mismo fraile la nombra Cihuacóatl (mujer serpiente) o Tonantzin (nuestra madre) y apunta: "Decían que de noche voceaba y bramaba en el aire…" 
Agrega la narración que la mujer portaba una cuna que ponía en el mercado y allí la abandonaba. Cuando las mujeres iban a ver qué había dentro de la cuna, sólo encontraban un cuchillo de pedernal de los que se usaban para el sacrificio. Por su parte el historiador, Muñoz Camargo  relata así el acontecimiento:
 El sexto prodigio y señal fue que muchas veces y muchas noches, se oía una voz de mujer que a grandes voces lloraba y decía, anegándose con mucho llanto y grandes sollozos y suspiros:
-¡Oh hijos míos! Del todo nos vamos ya a perder.
y otras veces decía:
-¡Oh hijos míos!, ¿a dónde os podré llevar y esconder?
 Una de las expresiones relevantes del pensamiento popular son las leyendas que a veces se forjan a partir de hechos importantes. Otras responden a un imaginario colectivo que se va formando con el paso del tiempo pero que no ocurrieron en la realidad, como parece ser el caso de algunos de los "presagios". Sin embargo, la Llorona trascendió al mundo colonial y aún hoy perdura. La gente relata la historia de una mujer que se aparece y gime por sus hijos. Uno de nuestros cronistas mexicanos destacados, don Luis González Obregón, comenta en su libro Las calles de México (2003) cómo a mediados del siglo XVI los vecinos de la ciudad escucharon agudos y tristísimos gemidos. Quien los profería era una mujer con traje y velo blancos que recorría las calles del centro y llegaba a la Plaza Mayor, donde se hincaba y volteaba hacia el oriente para proferir el último y angustioso lamento. Después continuaba su andar hacia las orillas del lago, en donde desaparecía. Este autor cita a José María Marroquí, quien señala:
…y no pocos de los conquistadores valerosos y esforzados, que habían sido espanto de la misma muerte, quedaban, en presencia de aquella mujer, mudos, pálidos y fríos; como de mármol. Los más animosos apenas se atrevían a seguirla a larga distancia, aprovechando la claridad de la luna, sin lograr otra cosa que verla desaparecer en llegando al lago, como si se sumergiera entre las aguas, y no pudiéndose averiguar más de ella, e ignorándose quién era, de dónde venía y a dónde iba, se le dio el nombre de "La Llorona".
 Como puede verse, la tradición continúa y es de esperar que perdure, pese a que contemplamos con asombro cómo muchas otras de nuestras tradiciones van quedando en el olvido ante el paso del tiempo, que todo lo avasalla. (Eduardo Matos Moctezuma)
Durante el virreinato 1550-1810, en cuanto se daba el "toque de queda" en los pueblo, todos los habitantes de la Nueva España corrían a sus casas a buscar refugio. Intentaban tras las paredes aislarse para no escuchar los prolongados lamentos de una mujer que recorría las calles en cuanto las campanas de la Catedral se dejaban escuchar. Se cuenta que en los primeros días bastaba con persignarse o santiguarse para contrarrestar esos horribles lamentos, pero conforme los días avanzaban, éstos se hicieron más constantes y de mayor intensidad, lo cual provocó el pavor y ya después ni los rezos podían aliviar esta situación. Hubo unos valientes que intentaron saber el origen de los lamentos: primero desde las puertas observaban, luego se asomaban por las ventanas, para después aventurarse a salir a las calles logrando ver a la que en el silencio de las oscuras noches dejaba arrastrar sus lamentos. Este personaje vestía traje blanco y un velo espeso cubría su rostro. Con lentos y callados pasos recorría muchas calles de la ciudad dormida cada noche por distintos rumbos sin faltar una sola, dirigiéndose siempre a la Plaza Mayor donde se ponía de rodillas dando un saludo al Oriente, luego dejaba escapar el último angustioso y lánguido lamento. Puesta de pie, continuaba con paso lento y pausado hacia el mismo rumbo por donde había venido. Al llegar a orillas del  lago, que en ese tiempo penetraba hasta a algunos barrios de la ciudad de México, se desvanecía. En un principio algunos valientes se acercaron a ella, pero quienes llegaban a estar en presencia de aquella mujer se paralizaban y quedaban muertos.
Desde el México prehispánico y hasta ahora, la Llorona hace referencia a una leyenda que tiene como protagonista a una mujer de cabello largo que, vestida de blanco, se aparece de noche, a veces en las encrucijadas de los caminos, llamando con desgarradores llantos y lamentos a sus hijos.
Sin embargo, La Llorona cuenta con paralelismos lejos del Valle de Anahuac. Existen deidades mayas, zapotecas y purépechas con características muy similares a la Cihuacóatl -la diosa a la que se asocia el mito en territorios nahuas-. El mejor ejemplo de esto es la Xtabay, un espíritu femenino que acecha a los hombres en los caminos de la península de Yucatán y que tiene raíces en el panteón de los dioses mayas. Hay que tener en cuenta que aunque personajes como la Xtabay tienen raíces en la cosmogonía de las antiguas culturas mesoamericanas, la conversión de la Llorona a leyenda popular no se dio sino hasta la época colonial.
Los antecedentes de este personaje son antiguos, tanto que se pierden en los mitos prehispánicos y se fundan en diversas representaciones de diosas madres como Cihuacóatl, Coatlicue o Tonantzin.
 Cihuacoátl empezó a aparecer en el lago de Texcoco alrededor del año 1500. Los sacerdotes diestros en la astrología interpretaron su presencia como una premonición de los próximos sucesos que habrían de acontecerle a los mexicas. La muerte, la guerra y la esclavitud, Moctezuma temía lo peor. Los sacerdotes decían que Cihuacoatl había salido de las aguas y bajado de la montaña para prevenir de la suerte que correrían los mexicas. Subían siempre a lo alto del templo y podían ver hacia el oriente una figura blanca, con el pelo peinado de tal modo que parecía llevar en la frente dos pequeños cornezuelos, arrastrando o flotando una cauda de tela tan vaporosa que se ondulaba con el viento y con su desgarrador grito:
¡Ayyy mis hiiijooooooosss…!   
Los sacerdotes interpretaron después de la conquista esta leyenda como una advertencia por la pronta destrucción del imperio mexica: aquella fantasmal aparición que llenaba de terror a las gentes de la gran Tenochtitlán era la misma Cihuacoatl anunciándole a Moctezuma de la destrucción del imperio. Fray Bernardino de Sahagún también se refiere a esto en su "Historia General de la Historia de la Nueva España" (también llamada Códice Florentino), y es citado por Miguel León Portilla en "La visión de los vencidos":
Hombres extraños y más sabios y más antiguos que nosotros vendrán por el Oriente y sojuzgarán a tu pueblo y a ti mismo, y tú y los tuyos serán de muchos lloros y grandes penas y que tu raza desaparecerá devorada y nuestros dioses humillados por otros dioses más poderosos.
¿Dioses más poderosos que nuestro Dios Huitzilopochtli, y que el Gran Destructor Tezcatlipoca y que nuestros formidables dioses de la guerra y de la sangre? - preguntó Moctezuma bajando la cabeza con temor y humildad.
Así lo dicen las predicciones, por eso la Cihuacoatl vaga por el Anáhuac lanzando lloros y arrastrando penas, gritando para que oigan quienes sepan oír, las desdichas que han de llegar muy pronto al Imperio.
 Aquellos hombres de Oriente eran los españoles dirigidos por Hernán Cortés, y sometida la gran Tenochtitlán y con la caída de todos los pueblos, sufrieron las atrocidades de los invasores. Epidemias, hombres asesinados, mujeres violadas y sus dioses olvidados… a excepción de Cihuacoatl (La llorona).
De esta forma empieza la leyenda. Se dice que al campanazo de las doce de la media noche, una mujer vestida de blanco y con la faz cubierta por un velo ligerísimo se aproxima por el oeste. Va de una calle a otra. Unos dicen que flota; otros, que no tiene rostro. Lo único que se escucha es el quejido de "¡Ay, mis hijos!".










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