miércoles, 19 de agosto de 2020

La llegada de los españoles a México- Tenochtitlan en 1519

 La llegada de los españoles a México- Tenochtitlan en 1519

Reportaje de Investigación de  Rodrigo Sánchez Sosa, Cronista de Sayula 

Tuvieron que pasar 27 años, luego de que Cristóbal Colón arribara a finales del siglo XV a lo que después serían las islas del Caribe, para que los conquistadores llegaran hasta la capital del imperio mexica al interior del continente  y enfrentaran al gran Moctezuma, con un  Hernán Cortés al mando de 300 españoles y miles de indígenas aliados. Contrario a lo que se cree, Colón nunca supo que había descubierto un continente desconocido y desembarcó, en viajes posteriores, en la Isla de Cuba creyendo que era parte del continente asiático. Murió sin darse cuenta de la dimensión de su descubrimiento; por lo que, nunca fue, como se cree, cómplice del abuso colonial que vendría después. Aquí el relato de primera mano del encuentro entre españoles y mexicas:

Acercándose a México por el sur, por el rumbo de Iztapalapa, los españoles, llegaron hasta Xoloco, lugar que como dice don Fernando de Alva Ixtlilxúchitl se llamó después San Antón y se encuentra por la llamada actualmente Calzada de San Antonio Abad. El mencionado Ixtlilxúchitl en su XIII relación, indica la fecha precisa en que esto tuvo lugar: el de 8 noviembre de l5l9. Frente a frente, Motecuhzoma y Cortés, sostuvieron un diálogo que conservaron puntualmente los informantes de Fray Bernardino de Sahagún. Motecuhzoma llegó a exclamar entonces: "No, no es sueño, no me levanto del sueño adormilado, no lo veo en sueños, no estoy soñando... es que ya te he visto, es que ya he puesto mis ojos en tus ojos ..."  El texto que aquí se transcribe se refiere luego a la estancia misma de los conquistadores en la gran capital y a sus intrigas y empeños por adueñarse del oro guardado en la casa del tesoro.  Al final de este capítulo se ofrecen las breves palabras de la ya aludida décima tercera relación "de la venida de los españoles", escrita por Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, que confirma en resumen las palabras de los informantes indígenas de Sahagún. Llegaron (los españoles) hasta Xoloco.42 Allí llegan a su término, allí está la meta. En este tiempo se adereza, se engalana Motecuhzoma para ir a darles el encuentro. También los demás grandes príncipes, los nobles, sus magnates, sus caballeros. Ya van todos a dar el encuentro a los que llegan.  En grandes bateas han colocado flores de las finas: la flor del escudo, la del corazón; en medio se yergue la flor de buen aroma, y la amarilla fragante, la valiosa. Son guirnaldas, con travesaños para el pecho También van portando collares de oro, collares de cuentas colgantes gruesas, collares de tejido de petatillo. Pues allí en Huitzillan les sale al encuentro Motecuhzoma. Luego hace dones al capitán, al que rige la gente, y a los que vienen a guerrear. Los regala con dones, les pone flores en el cuello, les da collares de flores y sartales de flores para cruzarse el pecho, les pone en la cabeza guirnaldas de flores.       Pone en seguida delante los collares de oro, todo género de dones, de obsequios de bienvenida.   

Cuando él hubo terminado de dar collares a cada uno, dijo Cortés a Motecuhzoma: ¿Acaso eres tú? ¿Es que ya tú eres? ¿Es verdad que eres tú Motecuhzoma?       Le dijo Motecuhzoma.       

-Si, yo soy.       Inmediatamente se pone en pie, se para para recibirlo, se acerca a él y se inclina, cuanto puede dobla la cabeza; así lo arenga, le dijo:      

 -"Señor nuestro: te has fatigado, te has dado cansancio: ya a la tierra tú has llegado. Has arribado a tu ciudad: México. Aquí has venido a sentarte en tu solio, en tu trono. Oh, por tiempo breve te lo reservaron, te lo conservaron, los que ya se fueron, tus sustitutos.  

Los señores reyes, Itzcoatzin, Motecuhzomatzin el Viejo, Axayácatl, Tizoc, Ahuítzotl. Oh, que breve tiempo tan sólo guardaron para ti, dominaron la ciudad de México. Bajo su espalda, bajo su abrigo estaba metido el pueblo bajo.      

 ¿Han de ver ellos y sabrán acaso de los que dejaron, de sus pósteros?  ¡Ojalá uno de ellos estuviera viendo, viera con asombro lo que yo ahora veo venir en mi!       Lo que yo veo ahora: yo el residuo, el superviviente de nuestros señores.  No, no es que yo sueño, no me levanto del sueño adormilado: no lo veo en sueños, no estoy soñando . . . ¡Es que ya te he visto, es que ya he puesto mis ojos en tu rostro!... Ha cinco, ha diez días yo estaba angustiado: tenía fija la mirada en la Región del Misterio.  Y tú has venido entre nubes, entre nieblas. Como que esto era lo que nos habían dejado dicho los reyes, los que rigieron, los que gobernaron tu ciudad: Que habrías de instalarte en tu asiento, en tu sitial, que habrías de venir acá... Pues ahora, se ha realizado: ya tú llegaste, con gran fatiga, con afán viniste.       Llega a la tierra: ven y descansa; toma posesión de tus casas reales; da refrigerio a tu cuerpo.       ¡Llegad a vuestra tierra, señores nuestros!"       

Cuando hubo terminado la arenga de Motecuhzoma: la oyó Cortés, se la tradujo Malintzin (Malinche), se la dio a entender.  Y cuando hubo percibido el sentido del discurso de Motecuhzoma, luego le dio respuesta por boca de Malintzin. Le dijo en lengua mexica: Tenga confianza Motecuhzoma, que nada tema. Nosotros mucho lo amamos. Bien satisfecho está hoy nuestro corazón. Le vemos la cara, lo oímos. Hace ya mucho tiempo que deseábamos verlo.  Y dijo esto más:   

    Ya vimos, ya llegamos a su casa en México; de este modo, pues, ya podrá oír nuestras palabras, con toda calma. Luego lo cogieron de la mano ,  lo fueron acompañando. Le danban palmadas al dorso, con lo que le manifiestan su cariño.   En cuanto a los españoles, lo ven, ven cosa por cosa. Apean del caballo, suben de nuevo, bajan otra vez, al ir viendo aquello.  Y éstos son todos los principales mexicas que se venían a su lado: El primero, Cacamatzin, rey de Tetzcuco.  El segundo, Tetlepanquetzaltzin, rey de Tlacopan.       El tercero, Itzcuauhtzin, el Tlacochcálcatl, rey de Tlatilulco.  El cuarto, Topantemoctzin, tesorero que era de Motecuhzoma en Tlatilulco.  Estos estuvieron allá en hilera.  Y éstos son los demás príncipes de Tenochtitlan:  Atlixcatzin, Tlacatécatl ,Tepeoatzin, Tlacochcálcatl, Quetzalaztatzin ,tizacahuácatl, Totomotzin,  Hecatempatitzin.

Entrada de los españoles a México-Tenochtitlan 

Y cuando hubieron llegado y entrado a la Casa Real del imperio mexica, luego lo tuvieron en guardia (a Motecuhzoma) , lo mantuvieron en vigilancia. No fue exclusivo de él, también a Itzcuauhtzin . En cuanto a los demás, fueron dejados libres. Luego se disparó un cañón: con lo que se confundió todo. Corría la gente sin rumbo, se dispersaba sin ton ni son, se desbandaban, como si los persiguieran. Todo esto era así como si todos hubieran comido hongos alucinogenos, como si hubieran visto algo espantoso. Dominaba en todos el terror, como si todo el mundo estuviera descorazonado. Y cuando anochecia, era grande el espanto, el pavor se tendía sobre todos, el miedo dominaba a todos, se les iba el sueño, por el temor.  Cuando hubo amanecido, luego se dio pregón de todo lo que se necesitaba para ellos: tortillas blancas, gallinas de la tierra fritas, huevos de gallina, agua limpia, leña, leña rajada, carbón. Cazoletas anchas, tersas y pulidas, jarritos, cántaros, tacitas, y en suma, todo artefacto de cerámica. Esto era lo que había mandado Motecuhzoma.  Pero los principales a quienes mandaba esto, ya no le hacían caso, sino que estaban molestos, ya no le tenían fidelidad a Motecuhzoma, ya no estaban de su parte. Ya no era obedecido.  Y, sin embargo, llevaban en bateas, daban todo aquello que se requería. Cosas de comer, cosas de beber y agua y pastura para los caballos. 

  Cuando los españoles se hubieron instalado, luego interrogaron a Motecuhzoma tocante a los recursos y reservas de la ciudad: las insignias guerreras, las escudos; mucho le rebocaban y mucho le requerían el oro.  Y Moctecuhzoma  los  guía. Él iba en medio, iba delante de ellos. Lo van apretando, lo van llevando en cercado.  Y cuando hubieron llegado a la casa del tesoro, llamada Teucalco, luego se sacan afuera todos los artefactos tejidos de pluma, tales como travesaños de pluma de quetzal, escudos finos, discos de oro, collares de los dioses, las lunetas de la nariz, hechas de oro, las grebas de oro, las ajorcas de oro, las diademas de oro.  Inmediatamente fue desprendido de todos los escudos el oro lo mismo que de todas las insignias. Hicieron un gran montículo de oro, y prendieron fuego a todo lo que restaba, por valioso que fuera: con lo cual todo ardió.  Y en cuanto al oro, los españoles lo redujeron a barras, y de los chalchihuites, todos los que vieron hermosos los tomaron; pero las demás de estas piedras se las apropiaron los tlaxcaltecas. Y anduvieron por todas partes, anduvieron hurgando, rebuscaron la casa del tesoro, los almacenes, y se adueñaron de todo lo que vieron, de todo lo que les pareció hermoso. En seguida fueron a la casa de almacenamiento de Motecuhzoma. Allí se guardaba lo que era propio de Motecuhzoma, en el sitio de nombre Totocalco.  Tal como si unidos perseveraran allí, como si fueran bestias, unos a otros se daban palmadas: tan alegre estaba su corazón. Cuando llegaron, cuando entraron a la estancia de los tesoros, fue como si hubieran llegado al extremo. Por todas partes se metían. todo codiciaban para sí, estaban dominados por la codicia. En seguida fueron sacadas todas las cosas que eran de su propiedad exclusiva; lo que a él le pertenecía, su lote propio; toda cosa de valor y estima: collares de piedras gruesas, ajorcas de galana contextura, pulseras de oro, y bandas para la muñeca, anillos con cascabeles de oro para atar al tobillo , y coronas reales, cosa propia del rey, y solamente a él reservada. Y todo lo demás que eran sus alhajas, sin número. Todo lo cogieron, de todo se adueñaron, todo lo arrebataron como suyo, todo se apropiaron como si fuera su suerte. Y después que le fueron quitando a todo el oro, cuando se lo hubieron quitado, todo lo demás lo juntaron, lo acumularon a medio patio. Cuando de este modo se hubo recolectado todo el oro, mandarin llamar a todos los nobles. Malinche, se subió a la azotea, a la orilla de la pared se puso y dijo: Mexicanos, venid acá ¿Por qué no queréis venir? Parece como que estáis enojados. Pero los mexicanos absolutamente ya no se atrevieron a ir allí. Estaban muy temerosos, el miedo los avasallaba. Ya nadie se atrevía, sentían como si estuviera allí una fiera.   Pero no obstante esto, no los dejaban, no eran abandonados. Les entregaban cuanto había menester, aunque con miedo lo entregaban. No más venían temerosos, se llegaban llenos de miedo y entregaban las cosas. Y cuando se habían acercado, no más se volvían atrás, se escabullían de prisa, se iban temblando. (cita del Códice florentino de Miguel León portilla en "La Visión de los vencidos")


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