lunes, 30 de noviembre de 2020

   Política y Opinión: Ia invasión de los imbéciles 

Por Rodrigo Sànchez Sosa

Todo comenzó hoy en día con la ponderación de la opinión vulgar, la no informada, la inmadura y novata. Las rede sociales fueron el “boom” del paradigma individualista de la validez de la opinión propia per se. Cualquiera opinaba, como decía Umberto Eco, como quien opina en la cantina sin estar enterado, sólo por hacerlo; la diferencia de la cantina era que las opiniones necias no salían de allí. Ahora con la legión de opinologos, era diferente, comenzaron a influenciar desde la política hasta la ciencia, por increíble que parezca, sin que mediara nada en ese respecto. Antes mi madre decía: "Ey


chamaco, deja de hacer eso, yo leí en un libro que eso no era bueno para tu salud" ahora las mismas dicen "ey chamaco, leí en faceboock que la vacuna contra el Covid-19 te va a dejar estéril"…no, bueno. Por increíble que parezca con ese tipo de criterios de opinión endeble se dictan hasta políticas públicas, acabamos de ver a un presidente municipal en Zacatecas, contra la opinión experta, imponer el tratamiento de hipoclorito para el Covid-19. Gente muy joven gobernando en el entendido de que el joven lo hará mejor, aunque su experiencia sea nula, total la opinión natural que como don, desde el nacimiento, un joven puede traer, no necesita más, ni madurez ni experiencia, todas las opiniones valen "¿Por qué valdría más una opinión madura, experimentada, informada y docta? ¡Eso es discriminación! Y la discriminación es peligros…" ¿En serio?  Dale like y comparte, y no olvides suscribirte a nuestro canal. Dale clic a la campanita de notificaciones…

"Cuenta la historia que Sócrates era conocido entre sus conciudadanos como "el tábano de Atenas" (tábano: insecto molesto como una mosca que se compara a una persona pesada, molesta o impertinente). Se dice, además, que estaba encantado con ese sobrenombre porque le describía muy bien: su misión era la de aguijonear a los demás a través de preguntas y explicaciones de estas que molestan y que, sobre todo, despiertan.  Eso sí, al gran filósofo griego le salió muy caro el poner a pensar a determinada gente que, en verdad, prefería seguir dormida en su ignorancia. A este "tábano" que no se estaba quieto había que darle cicuta (veneno), acordaron y así pasó, lo asesinaron mediante una injusta sentencia de pena capital. Sin embargo, su espíritu crítico ha dado como resultado una de las mayores revoluciones de la historia.

Esa invitación a pensar con criterio -preguntarnos el por qué las cosas son así y no de otra manera, tratar de descubrir verdades y desmantelar falsedades, y no dejar de decir, como él mismo hacía, "solo sé que no sé nada"-, no tiene parangón. Básicamente, porque el espíritu crítico nos libera de la ignorancia, es decir, de cualquiera o cualquier cosa que pretenda pensar por nosotros; y ya sabemos que estamos rodeados de personas y dispositivos tecnológicos dispuestos a tal cosa. Ciertamente, no hay como conversar con personas en las que anide ese espíritu, ellos nos enseñan todo lo dicho y nos demuestran que hay gente con la que es muy placentero hablar. Nuestro actual y mayoritario modo de pensar en la educación, esa voz que indeterminada y envolvente  nos marca el camino, apuesta por el espíritu crítico.

Las nuevas generaciones, se piensa, deben mejorar el mundo, necesitamos a muchos Sócrates en oficinas, hospitales, escuelas, partidos políticos, calles y plazas.  Sin embargo, la realidad demuestra que con ese discurso no sólo se forma el espíritu crítico, sino que también, y cada vez más, versiones poco logradas del mismo, chafas. No son pocos los jóvenes que, tras recorrer las diferentes etapas educativas, universidad incluida, se presentan en sociedad con un espíritu crítico "de tres pesos", muy alejado del de Sócrates. O repensamos la educación y sus políticas y la comunidad empieza a valorar más a espíritus críticos que a futbolistas y famosos o el profesorado y las familias que trata de cultivar a estos jóvenes, día a día verán que su gozo se queda en un pozo y todo su esfuerzo se vuelve vano.  

Veamos tres de esas imitaciones chafas que se toman por crítica genuina y madura (que inundan las redes sociales), y algunos remedios a las mismas:

1. El espíritu crítico es el conjunto de opiniones que uno defiende. El famoso lema que dice que el alumno es el protagonista de la educación podría ser la principal causa de un error deductivo. Protagonista, eso es lo que queremos que sea el alumno, por supuesto, pero deberíamos reconocer que no puede serlo de buenas a primeras, por lo menos no con relación al espíritu crítico.

Y no porque no se quiera, sino porque el alumno no está en condiciones de asumir tal papel. Quienes pensamos que el acontecimiento educativo consiste, precisamente, en conducir al alumno hacia la conquista de su protagonismo, esto es, de su autonomía intelectual y moral, nos quedamos sorprendidos cuando se nos dice que tal cosa "ya viene de fábrica", que la madurez y el criterio son de facto en el discípulo y que todo  lo que hay que hacer es potenciarlas al máximo. De tal manera que, se educa al "opinólogo", un individuo convencido de que su opinión es tan válida como la de cualquiera, también como la del que más sabe; y envalentonado se presenta en cualquier conversación distando cátedra. No hay espíritu crítico cuando no entendemos aquel principio que dice que, para opinar antes hay que conocer primero, tampoco cuando dejamos de valorar que la autonomía intelectual y moral consiste en recorrer un largo y duro trecho de verdades.

2. El espíritu crítico es el dominio y el conocimiento de lo que sucede hoy, aquí y ahora. Y eso es lo que estamos haciendo algunos maestros desde hace años: educar en respuestas útiles, rentables y eficaces para lo inmediato. Sin embargo, si hay algo que mantiene vivo al espíritu crítico son las grandes preguntas que a todos nos afectan y nunca pasan de moda, y deberíamos pensar por qué hay muchos jóvenes que finalizan la travesía educativa sin apenas tener nada serio que preguntarse sobre ellos mismos y el mundo en el que habitan. Esas grandes cuestiones suelen encontrarse en los clásicos del pensamiento, sí, en esas obras que, como decía Ítalo Calvino, tienden a relegar la actualidad a la categoría de ruido de fondo, pero al mismo tiempo no pueden prescindir de él. Por eso un clásico, sea de hace siglos o de hace diez años, un libro o una película, es un clásico, porque nunca acaba de decir lo que está diciendo, porque siempre nos interpela, nos cuestiona. Por mucho que cueste creer, un espíritu crítico sin el pensamiento clásico anda a tientas, si es que realmente anda, y nos extraña que los universitarios, estudien la carrera que estudien, no tengan hoy un curso de artes liberales como filosofía, de grandes ideologías libertarias, de humanidades, cultura general o como se le quiera llamar.

3. El espíritu crítico se demuestra de muchas formas, depende del carácter de cada uno. Quizá los medios de comunicación y las redes sociales sean el mejor escaparate para ver esto, todos parecen tener una opinión crítica para todo. Sin embargo, algo nos dice que las cosas van en la dirección contraria a la que deberían de ir, que el espíritu crítico se conquista, que no se trata de adaptarlo a nosotros y a nuestras absurdas necesidades narcisistas producto del individualismo de un sistema que nos controla; al contrario, es uno el que debe adaptarse a él. Lo demuestran aquellas personas que han aprendido a filosofar con delicadeza, humildad, prudencia y buenas palabras, que huyen de la  opinión común, la búsqueda de aceptación, la calentura, lo vulgar, el rencor y la venganza personal. El espíritu crítico también tiene su estética, su buen gusto, algo que, de paso sea dicho, no suele encontrarse en la lista de materias de nuestros planes de estudios escolares básicos, medios y universitarios. Esa estética se aprende muy bien con los ejemplos de críticas tan lapidarias como elegantes (Gandhi, Fidel Castro, Malcom X, Ernesto Guevara, Pepe Mujica etc…). Se deberían seleccionar unas cuantas de ellas y analizarlas semanalmente junto a los alumnos en las escuelas.

En fin, no dispondremos de jóvenes con el espíritu crítico sólo con pretenderlo, mucho menos con potenciar imitaciones chafas que no hacen más que desdibujar y malbaratar la invitación de Sócrates y de tantos otros como Marx, Lennin, Zizek, Bauman, Habermas, Chomsky, Byung-Chul Han o Enrique Dussel, que han seguido su camino, en el verdadero pensamiento crítico." (Prof. Francisco Esteban Bara )








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