lunes, 11 de enero de 2021

 La cosmovisión del universo mesoamericano,

nuestra herencia profunda

Reportaje de Investigación de  Rodrigo Sánchez Sosa, Cronista de Sayula 

 En el antiguo Sayula, antes de la venida de los españoles y en lo profundo de nuestra identidad actualmente, hay una visión del cosmos heredada de la mezcla de dos tradiciones indígenas prehispánicas. Ubicado el gran Tzaulan en la frontera de ambos mundos que se retro alimentaron, resulta interesante conocer estas raíces que nos determinan históricamente, para forjarnos una carácter que enfrente el presente, no con mentiras oportunistas en torno a la política, de nuestra historia, sino de visiones documentadas de la misma.


"Entre los territorios que hoy conocemos como Mesoamérica y Aridoamérica, se tiende una barrera ecológica. El índice de precipitación disminuye conforme avanzamos hacia el norte; con él decrecen también el verdor de la tierra y la feracidad del suelo; los recursos agrícolas son cada vez menores y el riesgo de perder las cosechas aumenta. Los medios de subsistencia del hombre deben, por tanto, cambiar. La atracción de las riquezas agrícolas por un lado y las fuentes de minerales por otro, son parte de una simbiosis que motiva el intercambio, encuentro y migración de grupos humanos que tienen una distinta manera de ver lo que sucede a su alrededor. Los conceptos que se forma un pueblo acerca del mundo responden a la lógica de un cierto momento y lugar. La motivación inicial pudo venir de una curiosidad intelectual innata al hombre, pero lo más probable es que haya respondido a razones de orden práctico, relacionadas con la supervivencia y el dominio de las fuerzas de la naturaleza. No podemos hablar de una sola manera de ver al mundo, ya que aún dentro de un mismo pueblo, de acuerdo con las actividades diarias que desempeña cada individuo, se tiene una visión distinta de la realidad. Antes de entrar al concepto que el hombre prehispánico tuvo de su universo, quisiéramos dar un ejemplo de cómo conviven en Mesoamérica dos visiones del mundo que se ven reflejadas en los mitos y objetos que la arqueología rescata. Entre los territorios que hoy conocemos como Mesoamérica (centro del país) y Aridoamérica (norte del país), se tiende una barrera ecológica. El índice de precipitación disminuye conforme avanzamos hacia el norte; con él decrecen también el verdor de la tierra y la feracidad del suelo; los recursos agrícolas son cada vez menores y el riesgo de perder las cosechas aumenta. Los medios de subsistencia del hombre deben, por tanto, cambiar. La atracción de las riquezas agrícolas por un lado y las fuentes de minerales por otro, son parte de una simbiosis que motiva el intercambio, encuentro y migración de grupos humanos que tienen una distinta manera de ver lo que sucede a su alrededor. El norte chichimeca y el sur tolteca: A los grupos del norte se les llamó chichimecas o descendientes del perro. Este apelativo no fue necesariamente despectivo, ya que en la época azteca se les reconoció como los antepasados de las etnias dominantes, además de que a los guerreros más valerosos se les daba el título de chichimeca. Podemos distinguir a los chichimecas en los códices, ya que aparecen vestidos con pieles, viviendo en cuevas y armados con arco y flechas. Se dedicaban principalmente a la caza y a la recolección, aunque en algunos casos no podemos descartar la práctica de una agricultura incipiente. Sus condiciones de vida eran sin duda difíciles: iban de un lado a otro, tratando de obtener aquello que la naturaleza les ofrecía en territorios donde el agua escaseaba y el medio ambiente, al igual que otros grupos humanos, eran sumamente agresivos. Por temporadas, a través del largo periodo que comprende la época prehispánica, hubo grupos de cazadores-recolectores que incursionaron en las tierras del sur, donde se dio una mezcla de culturas y cosmovisiones. La manera en que se dan estas incursiones es muy diversa: va desde la invasión y la guerra hasta el refugio y el reclutamiento para la milicia.

Mixcoatl, el cielo, y Chimalma, la Tierra:  Para conocer la manera en que se pudieron mezclar y/o complementar dos visiones distintas del mundo, al igual que los aspectos de transculturación y aculturación consiguientes, son útiles un par de ejemplos. El primero viene de la historia mítica de Ce tecpatl Mixcoatl. Se trata de un conquistador que penetra en el Valle de México en el siglo IX d.C., proveniente del noroeste. Comanda un grupo de guerreros-conquistadores, los cuales ya han pasado por Chicomoztoc, el lugar de donde más tarde saldrán varias etnias de habla náhuatl, incluidos los aztecas. El chichimeca logra vencer a varios pueblos del Valle de México y del cercano Morelos. Luego se establece en Colhuacán, cerca del mítico Cerro de la Estrella, sitio ocupado por grupos de origen tolteca, o sea, por agricultores con un alto grado de cultura. Allí tomará una mujer huitznahuacana, a cuyo pueblo había vencido: Chimalma.. Este recorrido por tierras habitadas por culturas autóctonas más avanzadas, lleva a Mixcoatl a buscar una nueva identidad, como se advierte en tres hechos. Primero: el paso de los chichimecas por Chicomoztoc, un lugar que debió ser considerado sagrado por los habitantes del centro de México, al menos desde el clásico tardío. Segundo, la elección del Valle de México como lugar donde establecerse en forma definitiva. Y tercero, la elección de su mujer en un pueblo con mayor cultura, con la cual va a engendrar a Ce Acatl Topitzin Quetzalcoatl, quien reúne las carácterísticas culturales de sus padres: por un lado, es un gran guerrero que logra vencer al asesino de su progenitor, y por otro, es el promotor de las artes más refinadas del pueblo tolteca. Esta historia, que parece referirse a personajes de carne y hueso, tiene elementos que hablan de continuas migraciones provenientes del norte, al igual que de las mezclas que se daban en el centro de México, generalmente después de que los invasores lograban imponerse a los pueblos sedentarios por medio de las armas. El mito tiene una fuerte presencia en esta historia. Los Anales de Cuauhtitlan dicen que Chimalman, la madre de Quetzalcohuatl, se preña "porque se tragó un chalchihuitl". Esta concepción milagrosa, como advierte Piña Chan (1986, 89), se relaciona con el nacimiento de Huitzilopochtli, cuya madre Coatlicue también se preña en un acto mágico. Mixcoatl es la serpiente de nubes, el representante masculino y celeste, el nómada cazador y conquistador, identificado con el sol, gran guerrero del cielo, el que se halla en continuo movimiento, el que fecunda la tierra. Chimalma, "escudo que yace", es la representante femenina, sedentaria y campesina, identificada con la tierra, quien espera del cielo el rayo fecundador, la lluvia fertilizadora. Quetzalcoatl será el héroe mítico, el guerrero y el hombre sabio, el símbolo de la fusión de dos culturas, de dos comovisiones opuestas y a la vez complementarias: la del norte y la del sur, la nómada y la sedentaria, la militar y la campesina. Siglos después los aztecas llegan al Valle de México y se establecen siguiendo el esquema de los chichimecas de Mixcoatl: conquistan los pueblos agrícolas, establecen alianzas matrimoniales con los pueblos conquistados y dominan el espacio vital. El Templo Mayor de México-Tenochtitlan es un ejemplo concreto de la fusión cultural que logran los aztecas, pero que ya había tenido su antecedente en Tenayuca, cuando Xolotl y Nopaltzin ocupan este sitio luego de aculturarse en Tula Xicotitlan. En el espacio de los templos gemelos de Tenayuca (y sobre todo del Templo Mayor de México-Tenochtitlan) conviven las cosmovisiones del norte con las del sur. En Tenayuca la gran pirámide se rodea de dos tipos de serpientes distintas, opuestas y complementarias: una de fuego, celeste y solar, y otra de agua, agrícola y terrestre. En el Templo Mayor de México-Tenochtitlan el dios tribal Huitzilopochtli, celeste y guerrero, que había guiado a los aztecas desde la mítica Chicomoztoc, convive con Tlaloc, el dios terrestre y acuático de los pueblos agrícolas de la Cuenca de México. Al lado de los esquemas míticos de fusión cultural e ideológica entre dos pueblos con modos diferentes de ver al mundo, se dan dos modos distintos de producción de satisfactores: uno fundado en la agricultura y otro basado en la guerra. El maíz y el tributo serán la base económica sobre la que el pueblo mexica se establece, crece y domina gran parte de Mesoamérica. Al menos otros dos pueblos del norte, liderados por Mixcoatl primero y por Xolotl después, habían adoptado siglos antes una misma estrategia productiva, ideológica y social. Por supuesto que hay toda una gama de tonalidades entre estas dos visiones del mundo, la del hombre que permanece quieto mientras el universo se mueve en torno suyo, y la del individuo que se traslada a través de una superficie terrestre estática. En el pensamiento de los pueblos mesoamericanos más antiguos, nos dice Florescano (1993, 27), la civilización nació con la agricultura y el maíz. Notamos aquí la división entre grupos agrícolas-civilizados y nómadas-bárbaros. Si bien durante el clásico parece haber un predominio de la ideología de los pueblos agrícolas, para el postclásico, cuando se encuentran dos modos de producción con distintas maneras de ver el mundo, no parece dominar alguna de ellas. Creemos que ello obedece a dos factores. El primero es que los guerreros nómadas no abatieron a los agricultores, sino que se fundieron con ellos. Y el segundo es que, por encima de una serie de variantes y matices, en la cosmovisión prehispánica prevalece una noción primaria extraordinariamente resistente a los cambios que se dan en el tiempo y en el espacio. Este núcleo duro o profundo, como le llaman Florescano (1993) y López Austin (1994), tiene que ver con una serie de ideas acerca del universo: De acuerdo con la tradición, los conocimientos del hombre prehispánico, inseparables de su religión, se derivaron de las enseñanzas de Quetzalcoatl, Cipactonatl y Oxomoco. Los dos primeros son los inventores y patronos del calendario, mientras que la tercera es la echadora de suertes, acaso relacionada con Tlazolteotl, diosa a su vez vinculada con los partos y la medicina. o sea, que eran al mismo tiempo sacerdotes y astrónomos, astrólogos y magos, curanderos y matemáticos. El pueblo mesoamericano entretejió todo un sistema conceptual alrededor del mundo que habitaba. Las estrellas, montañas, ríos, lagos, animales y plantas fueron ocupando un lugar dentro de un cosmos cuya complejidad fue incrementándose al poblarse de fuerzas sobrenaturales, que unas veces luchaban en favor de los seres humanos y otras en su contra. Las fuerzas de la naturaleza se movían de modo caprichoso y el hombre trataba de entenderlas e interpretarlas ya sea como movimientos mágicos o como un designio divino. No podemos descartar aquí la presencia de un conocimiento exacto y de un sistema clasificatorio, porque en el pensamiento del hombre mesoamericano convivió la ciencia con la magia y la religión. La imagen del mundo se concibió como un inmenso lagarto o cipactli, que se encontraba flotando sobre el gran océano, el Cemanahuac. Las protuberancias de la piel de este monstruo terrestre, también llamado Tlaltecuhtli, eran las montañas; los orificios de su cuerpo, las grutas, y su pelambre, la vegetación de la tierra. En el horizonte, las aguas saladas de los mares se unían al agua celeste o ilhuicatl. La piel del monstruo servía para filtrar el agua salobre del mar y así permitir que la vida prosperara con el agua dulce. Para crear este mundo fue necesario que los dioses Tezcatlipoca y Quetzalcoatl partieran en dos al cipactli y luego lo extendieran sobre el mar. A su vez, para que el firmamento permaneciese en su sitio, cuatro portadores debieron sostenerlo en las esquinas del mundo. Esta imagen, que proviene de la mitología náhuatl, tiene su paralelo entre los mayas. Florescano (1993: 26) nos dice que en los tableros del conjunto de la Cruz de Palenque está grabado que Hun Nal Ye nació junto con el cosmos y que uno de sus primeros actos fue levantar el cielo y construir una casa orientada hacia los cuatro rumbos del universo, en un lugar donde también se erigió el árbol que simboliza los tres niveles del cosmos." (Rubén B. Morante López)


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