lunes, 7 de febrero de 2022

             Política y violencia…

 Por Rodrigo Sánchez Sosa

Cuando la política comienza a ser violenta, ya no es política: hacemos política para no hacer la guerra, cuando la diplomacia y las negociaciones fallan, todo desemboca en conflicto. Tristemente, la política se ha envilecido al grado de ser sinónimo de tranza, corrupción, demagogia, mentira. Un político violento no es político, es todo lo anterior, tranza, corrupto, demagogo (rollero) y mentiroso; un delincuente pues. Usted me dirá: "todos son iguales", no espéreme, no se puede generalizar y no es exactamente que todos sean iguales, más bien hay una estructura criminal que ha secuestrado la política; y sí, tiene algo de razón, casi todos son iguales, y ejemplos sobran. Cuando personas bien intencionadas se meten a la política pronto se dan cuenta que fueron ingenuas, y si no se adaptan la abandonan asqueadas. Se necesitan invertir años para que una persona honesta pueda avanzar frente al lodazal que es la política en todos los niveles de gobierno en este país, si es que no la asesinan o termina en la cárcel antes. Aún así, puede ser que no logre trasformar este sistema podrido de, óigalo bien, por lo menos 142 años en México, luego de una lucha de 12 años durante la reforma, que terminó con el inicio del porfiriato y las formas de la actual política mexicana, al cual interrumpió la utopía violenta de la revolución de 1910 (¿De qué otra manera hubiera sido interrumpida?), solo para que de la misma forma, la violenta, se instaurara de nuevo en un régimen autoritario y represor hasta este momento en que el estado mexicano busca sacudirse esas formas salvajes de gobierno sin lograrlo integralmente. Los delincuentes siguen enquistados en el poder, tienen senadores, diputados, magistrados y jueces, que usan la violencia como herramienta principal para sostenerse en el poder y con ellos, una serie de clases privilegiadas y elites de todo tipo en el país que dependen de la no política, la violencia, como doctrina social, económica y estructural.


Pero ¿Y la violencia? Habrá que analizarla a parte porque la violencia está implícita en nuestra condición humana no solo es un método de sometimiento desarrollado en nuestra historia particular como nación, sino que está en nuestros instintos más primitivos: definamos violencia: entendemos este concepto como la tendencia a la auto afirmación a través de impulsos competitivos entre los individuo de especies distintas para la sobrevivencia o de una misma especie con el mismo fin. Esta competencia instintiva tiene características diferentes si es una competencia entre individuos de especies distintas o si se da entre individuos de una misma especie. Los enfrentamientos en la naturaleza entre individuos de distinta especie es a muerte, se trata de la sobrevivencia de una especie u otra, en cambio, cuando se da entre individuos de una misma especie rara vez es a muerte, predomina el instinto de sobrevivencia de la especie, ya que existen mecanismos inhibidores también instintivos : los combates entre congéneres son ritualizados de modo que el más fuerte domine al más débil sin necesidad de matarlo; por ejemplo, cuando un gato se lanza sobre una presa la ataca por las espalda silenciosamente acertándole un golpe mortal en su punto más débil. Cuando el mismo gato combate con otro gato, maúlla con fuerza en un intento de intimidar y hacer huir al rival antes de pelear y si lo hace, muy raramente lo herirá  mortalmente. Este instinto que inhibe la violencia es más fuerte en especies dotadas naturalmente de armas letales como garras, colmillos, veneno, astas o cuernos y aguijones. Dado que en las especies no dotadas naturalmente de estas armas mortales el riesgo de matarse es menor, el instinto inhibitorio también es menor. Es el caso del hombre, desprovisto de garras, colmillos o astas su instinto natural de inhibir la violencia también es bajo. Sin embargo, y aquí es donde entra la cultura, a diferencia de los animales el hombre fabrica sus armas, tiene efectivamente un instinto violento pero al carecer de otro que lo amortigüe por lo ya dicho, las armas que construye de forma cultural no natural, se vuelven letales para su propia especie. Algo que debió de acabar en un ritual de dominación entre dos individuos de una especie, la humana, termina con la muerte incensaría de uno por las armas que se usan en el combate, algo que no pasaría si estas fueran dotadas por la naturaleza. 

Ahora bien se puede argumentar que el ser humano es un ser pensante, gracias a su neocortexa que lo diferencia de los animales y no necesita el instinto para inhibir la violencia. Sin embargo, el pensamiento es producto de un cerebro evolucionado un sistema complejo y por lo mismo muy frágil, y más aún, evoluciona físicamente durante la vida de un individuo de forma más lenta que en los animales. La zona del cerebro que controla el instinto se desarrolló tardíamente hace unos 20 mil años, así mismo en la madurez del individuo de nuestra especie, esta misma, llamada lóbulo frontal, termina su desarrollo alrededor de los 25 años; pero no solo es esto, sino que está relacionado este control de la actividad del tálamo y el giro del cíngulo, en especial este último que es muy susceptible a la experiencia de vida del individuo entre los 7 y 12 años, y a la cultura en la que nace. De ahí pues que un individuo pueda ser potencialmente peligroso para los demás, si es inmaduro, tuvo traumas psicológicos en los primeros años de la vida o nació dentro de una cultura enfocad en la violencia.

Paradójicamente, un individuo especialmente peligroso para sus semejantes, lo ha estudiado la psicología, no lo parece; los individuos de aspecto agresivo lo externan por dos razones: miedo y alarde (mas por evitar una confrontación que por llegar a ella, aunque son capaces de hacerlo, dice el dicho perro que ladra…). El Psicópata violento, es carismático, simpático y popular, que es el perfil de los asesinos seriales o delincuentes peligrosos, estos manejan su imagen y para ellos la violencia es natural, como comer o respirar no sienten remordimiento ni empatía por sus víctimas son calculadores y cínicamente fríos. No son rebeldes, ni llaman la atención por escándalos de su incontrolable impulsividad, por ello llegan a ser fácilmente líderes políticos o de otro tipo por su carisma y encanto natural. Imaginemos a un individuo así al que se le confía el poder, su capacidad para la violencia y su forma de negarla con total cinismo son a la par increíbles. 

Ahora enfoquémonos en la violencia cultural: el leguaje juega un papel importante, la ofensa más grave en México es mentarle la madre a alguien, violencia verbal, "madre" era hasta hace poco sinónimo de grosería, cosa paradójica que analiza en un ensayo el poeta Octavio Paz en su libro "El laberinto de la soledad". Sin embargo, hoy esta palabra es sustituida por la palabra "Verga" en el lenguaje vulgar popular de México, esto evidencia un cambio de enfoque en el origen de la violencia que hoy vivimos todos como mexicanos:

Cuando los marineros cometían alguna falta en su oficio, se le mandaba al carajo como castigo, una canastilla en el palo mayor del barco donde estaba el puesto del vigía. Por eso, cuando queremos perder de vista a alguien usamos la expresión "Vete al carajo". Mientras que la "verga" son los palos que van perpendiculares a los mástiles. Esta última expresión está sustituyendo en todas sus acepciones a la de "madre", que en México se usaba tanto para insultar como para expresar acuerdo: "¡Tu madrea!...", "¡A toda madre!". La razón es el cambio de una sociedad edípica centrada en la figura materna como eje ambiguo de valores, tal como Octavio Paz especula en su "Laberinto de la Soledad", a una sociedad falocéntrica, misógina, hiperviolenta y bárbara. Es a través del leguaje que se expresa el inconsciente colectivo, no solo hay una polarización política en el país sino generacional con respecto de los valores al nivel popular producto de los cambios en la producción y distribución de la riqueza, del uso y tenencia de la tierra los cuales son a su vez una enajenación de de la identidad individual en las distintas culturales que forman México. Aún las lenguas indígenas de nuestro país han adaptado a sus lenguajes el mantra fálico (Verga) de la violencia prepotente del individualismo mexicano antes huérfano de padre hoy huérfano de madre. El resentimiento al padre por su abandono y violencia, se volvió odio activo, hiperviolencia; el resentimiento a la madre por su pasividad se ha vuelto indiferencia y violencia impulsiva, feminicidio, agresión sexual, cosificación de esta en el México otrora de la virgen de Guadalupe y el 10 de mayo. La violencia se volvió culturalmente una herramienta de autoafirmación radical y la forma con que se es ejercida se traduce en impunidad. Los violentos son populares, simpáticos y como dice AMLO, modelos de valor social. Los criminales gobiernan y la impunidad en el sistema de justicia es la norma que cuida de la forma de la ley para violar el fondo. Nuestra sociedad es violenta como un psicópata: simpático y popular, pero letal, que no siente ninguna empatía por nadie aunque lo diga y lo aparente. Eso se reproduce en todos lados y en todos nosotros al momento de interactuar, estamos secuestrados por la violencia irracional. 


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