lunes, 13 de junio de 2022

 Política y alienación.

Por Rodrigo Sánchez Sosa

Herbert Marcuse fue un filósofo y sociólogo germano-estadounidense. Una de las principales figuras de la primera generación de la Escuela de Fráncfort. Nació en 1898 y murió en 1979. El periodo de tiempo que vivió le permitió hacer un análisis crítico de la naciente sociedad de consumo en occidente en siglo pasado. Sus reflexiones de cómo somos alienados por el sistema que se imponía, alcanzan visiones bastante acertadas del futuro respecto de su generación de una realidad global impuesta por el sistema capitalista en su fase financiera hoy.


La producción desbocada, sin dirección, en una sociedad de consumo global ha tenido un éxito rotundo en su control de las masas e individuos que creen que este sistema depredador de competencia compulsiva es el único posible, ello implica que, cualquier política que enfrente la violencia e irracionalidad del capitalismo tardío o neoliberalismo, es un sin sentido irracional. De esta forma de pensar emerge el discurso y la propaganda de la oposición al gobierno de México encabezado por Andrés Manuel López Obrador, que confronta intereses poderosos de este sistema que requieren para mantener el poder la sumisión de la alienación de todos los mexicanos en favor de una elite poderosa que los controla con entretenimiento y placeres inmediatos y efímeros.  El discurso hace énfasis en la identificación del individuo con sus objetos de consumo, incluido el propio discurso: Cuanto tienes, cuanto vales.  Marcuser explica así                                                                                           el fenómeno psicosocial que genera este alienación :    

Nos enfrentamos con uno de los aspectos más irritantes de la civilización industrial avanzada: el carácter racional de su irracionalidad. Su productividad y eficiencia, su capacidad para aumentar y difundir comodidades, para convertir los desechos en necesidad y la destrucción en construcción, la medida en que esta civilización transforma el mundo de los objetos en una extensión de la mente y el cuerpo del hombre hace que la noción de alienación sea cuestionable. La gente se reconoce a sí misma en sus bienes; encuentran su alma en su automóvil, su equipo de música, su casa de dos pisos, su equipo de cocina.  El mecanismo mismo que vincula al individuo con su sociedad ha cambiado, y el control social está anclado en las nuevas necesidades que este ha producido.

     Las formas predominantes de control social son tecnológicas. Sin duda, la estructura técnica y la eficacia del aparato productivo y destructivo ha sido un instrumento fundamental para someter a la población a la división social del trabajo establecida a lo largo del tiempo. Además, dicha integración siempre ha estado acompañada de las formas más obvias de la angustia por la pérdida de los medios de vida (trabajo, activos, ahorros, posesiones), enfrentar la administración de justicia, a  la policía o a las fuerzas armadas. Sigue aún hoy siendo así. Pero en el período contemporáneo, los controles tecnológicos parecen ser la encarnación misma de la razón para el beneficio de todos los grupos e intereses sociales, hasta tal punto que toda contradicción de esta forma arbitraria  parece irracional e imposible.

    No es de extrañar entonces que, en las áreas más avanzadas de esta civilización, los controles sociales hayan sido introyectados (tomados como parte de cada individuo. Como su natural forma de pensar) hasta el punto en que incluso la resistencia individual a este sistema se vea afectada desde sus raíces. La protesta intelectual y emocional parecen neuróticas e impotentes. Este es el aspecto sociopsicológico de lo político que marca el período contemporáneo: el paso de las fuerzas históricas que, en la etapa anterior de la sociedad industrial, parecían representar la posibilidad de nuevas formas de existencia.

    Pero el término "introyección" quizás ya no describe la forma en que el individuo por sí mismo reproduce y perpetúa los controles externos ejercidos por su sociedad. La introyección sugiere una variedad de procesos relativamente espontáneos por los cuales una persona  transpone lo "externo" en lo "interno". Por lo tanto, la introyección implica la existencia de una dimensión interna distinguida e incluso antagónica de las exigencias externas: una conciencia individual y un inconsciente individual, aparte de la opinión pública y el comportamiento . La idea de "libertad interior" aquí tiene su realidad: designa el espacio privado en el que el hombre puede convertirse y permanecer "él mismo".

    Hoy este espacio privado ha sido invadido y reducido por la realidad tecnológica. La producción en masa y la distribución en masa reclaman a todo el individuo, y la psicología industrial hace mucho tiempo que dejó de limitarse a la fábrica. Los múltiples procesos de introyección parecen estar osificados en reacciones casi mecánicas. El resultado es, no el ajuste, sino la mimesis: una identificación inmediata del individuo con su sociedad y, a través de ella, con la sociedad en su conjunto.

    Esta identificación automática e inmediata (que puede haber sido característica de formas primitivas de asociación) reaparece en la alta civilización industrial; Sin embargo, su nueva "inmediatez" es el producto de una gestión y organización científica sofisticada. En este proceso, se reduce la dimensión "interna" de la mente en la cual la oposición al status quo puede arraigarse. La pérdida de esta dimensión, en la que el poder del pensamiento crítico (el poder crítico de la razón) está en cada persona, es la contrapartida ideológica del proceso materialista de consumo con el que la sociedad industrial avanzada silencia y reconcilia a la oposición. El impacto de este progreso convierte la razón en sumisión a los hechos del sistema, y a una capacidad demasiado dinámica de producirse  de forma eficiente del sistema lo que también reduce la capacidad de reconocer de los individuos los hechos que  comunican el poder represivo del sistema impuesto. Si los individuos se identifican con las cosas que dan forma al sistema, lo hacen, no dando, sino aceptando la ley impuesta por este, no la ley de la razón sino la ley del sistema impuesto.


 


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