lunes, 26 de septiembre de 2022

             Política y control social

Por Rodrigo Sánchez Sosa

Para el sociólogo Javier Auyero, las filas de espera son un capital político para la dominación de los ciudadanos. Los que menos tienen, esperan infinitamente más que los sectores de ingresos medios y altos, y esas esperas no son inofensivas. "Si pierdo mi tiempo, pierdo también el tiempo de hacer otras cosas". Las esperas impuestas están aceptadas como algo cotidiano-, por ejemplo, que es normal y práctico estar bajo la lluvia esperando por un camión urbano que debo esperar 40 minutos a que pase y que tarda dos horas en llevarme a mi trabajo o a casa. El etnógrafo argentino Javier Auyero presentó así las conclusiones de su libro "Los pacientes del Estado" (Eudeba, 2013) en que analiza cómo las filas de espera son un capital político para el control y manipulación  de masas, entre éstas esperar por una atención de urgencia, por un metro o tren urbano colapsado en hora pico o conseguir una matrícula en la educación pública para los hijos, es normal y cuestión de paciencia. La raíz de la palabra paciente, adjetivo para el que tiene paciencia, posee dos connotaciones muy relacionadas. La primera habla de quien sufre una enfermedad  y tiene una raíz latina "pati" que significa "sufrimiento", como describe este doctor en sociología de la Universidad de Texas.


Hacer esperar a los pobres es una herramienta de control para el poder que les permite vigilar y castigar. A la vez, genera una neurosis de ansiedad en los pobres, quienes creen que "deben" esperar y que, en ese sentido, actúan como buenos esperantes, explica el autor del ensayo que desgrana lo que hay detrás de las esperas y burocracias que utilizan los gobiernos principalmente, pero también las empresas, como herramienta represiva pero pasiva.

 Auyero también es autor, junto a Debora Swinton, de la investigación "Inflamable: estudio del sufrimiento ambiental" (2008), publicación en la que indaga en el presente y devenir de la Villa Inflamable, del barrio porteño Argentina, donde el plomo, el carbón y los productos químicos de un complejo petrolero asesinan milígramo por milígramo a la población desde hace décadas. "Creo que un medio ambiente degradado debe ser puesto en el centro del debate y el estudio porque el entorno en que vivimos es un capital tan o más importante que cualquier otro capital material o social", dice durante su clase magistral "La espera del intoxicado", en la Universidad Academia de Humanismo Cristiano. 

  El académico y director del Laboratorio de Etnografía Urbana de la Universidad de Texas agrega que la investigación sobre una población víctima de la polución y la desesperanza aprendida permite hacer una segunda lectura sobre otra recurrente alienación a nivel latinoamericano: "¿Ha notado que rara vez la gente se enoja junta y que este tipo de inacciones son colectivas mientras se experimentan los abusos del poder?". 

"Los enajenados así,  esperan soluciones de otros, rindiéndose a la voluntad de estos. Se convierten así en parias urbanos, es decir, lo opuesto al ciudadano", señala el sociólogo francés Pierre Bourdieu, sobre ese sujeto pobre en tránsito a la justicia, pero que camina por un callejón sin salida.


En ese aspecto, las esperas, las filas y la interminable burocracia se transforman en una herramienta de dominación del poder contra los marginados en sus espacios. Ya sea  un beneficiario del seguro social que espera por una consulta médica hasta tres meses, un ciudadano a la espera de hacer un pago en tesorería del municipio, el cobro en un banco de su sueldo o quienes esperan un autobús de transporte urbano durante 40 minutos para ir a su trabajo o escuela. 

 A través de pequeños progresos  se informan,  a la gente en la fila mientras espera, de manera escueta algún avance (tome una ficha y espere no tarda, ya falta poco, ya casi llega el doctor, su turno será el numero tantos, etc.), pequeñas recompensas que mantienen la expectativa de las personas indicándoles que la espera no es totalmente en vano. Este es el marco de la espera en el que se subordina aún más la espera simbólica", agrega Auyero. Ejemplifica con la ayuda a cuentagotas que suelen recibir pobres o damnificados que obtienen cuotas bonos, subsidios o materiales de construcción.

"Usted tiene todo a su favor porque está en la lista de espera del crédito, el subsidio, la denuncia o la beca por ser damnificado", les dicen alegremente los abogados a las víctimas de este sistema en busca de clientes y demandas, dice el sociólogo, realizando un paralelo con otro pilar fundamental de los ciudadanos en espera: el sentido del sufrimiento, que invierte la carga y la convierte en un valor, inclusive.

Otras variables que son moneda de cambio para este tipo de control son tiempo, comportamiento y sumisión.  Hacer esperar a la gente, pero sin desesperarla al máximo, es parte constitutiva del proceso de la dominación si se quiere entender estas dinámicas de la marginalidad. El etnógrafo explica que no sólo los pobres esperan. Las clases medias y altas también, pero mucho menos y con una carga de angustia mucho menos dramática.  

"Los largos periodos de espera cansan. Se usan para ir despejando las filas de esperantes y son interpretadas por ellos según sus intereses y perseverancia, toda vez que el funcionario les contesta: siéntate ahí y espera. Esto está descrito y estudiado", insiste el experto.

"Es la misma espera de chicos privilegiados que esperan la carta que les informa que son aceptados en el Tec de Monterrey o el ITESO. Pero ésta espera está cargada de un sentido muy distinto porque te piden que esperes y vas a hacerlo si deseas que tu hijo ingrese a una buena universidad. Es una inversión en tiempo y esfuerzos para que él pueda asegurar su futuro y aunque sean las mismas 10 horas de espera de un inmigrante por su visa o papeles, o una atención médica de urgencia, el estrés de esas 10 horas será muy distinto", cree Auyero.

¿Cómo se ejecuta en la práctica "el capital político" de hacer esperar al otro?

 Eso uno lo registra en la voz y experiencia de los pacientes, en el sentido de que tienen que verse sometidos cada vez que la acción de esperar o estarse quieto es una orden. El subordinado lo hará pues sabe que reclamar no sirve de nada. Incluso, sabe por experiencia que el que se pone díscolo es enviado al final de la fila. Si a mí me ordenan que espere 10 horas y al final me piden que vuelva mañana, es algo que tendré que hacer. Pero esas esperas tienen consecuencias, quieren decir que tengo que pedir permiso en el trabajo o dejar a mi hijo al cuidado de su hermano o la abuela; esto hace que el gobierno y las empresas precaricen aún más la vida de los más pobres en aras de ofrecerles un beneficio mínimo. Esas esperas no son de gratis; si pierdo mi tiempo, pierdo también el tiempo de hacer muchas otras cosas en mi vida y para sobrevivir. 

En estas interacciones la política deja de ser algo inmaterial y se convierte en algo concreto y fantasmagórico a la vez. Las esperas infligidas están investidas por una idea cotidiana, una idea de que es normal y práctico estar bajo la lluvia esperando por un autobús que tarda dos horas en llevarme del trabajo a casa. Esa lógica de que "todos saben que los pobres deben esperar" es la misma lógica de la dominación  de las masas. Es visto como algo normal, validado incluso por las iglesias. Algo que está ahí y que ya casi ni se cuestiona. Algo inscrito en el orden de las cosas, algo no sólo natural sino necesario, pues si quieres algo debes esperar.

Fijémonos que, respecto a los pobres, los sectores medios de la sociedad y altos deben esperar menos por otro tipo de servicios. Si uno mide cuánto tiempo esperan en una sala de emergencias, una evacuación, una oficina de pagos y otros trámites del gobierno, se da cuenta de que los que menos tienen, tienen esperas infinitamente superiores a la de los sectores de ingresos medios y altos. Uno suele esperar por una licencia de conducir y se queja, pero no solo es la cantidad de tiempo perdido lo que los pobres sufren (quienes no tienen para dar la mordida o palancas o son hijos o amigos de algún influyente), sino la incertidumbre involucrada en esa espera. La espera de los más pobres es mucho más incierta y cargada de un no saber qué va a pasar y ahí se les va la vida muchas veces. Literalmente.

("Hacer esperar a los pobres es una herramienta de control del poder" se publicó en noviembre del 2017 en la revista argentina La tinta.) 


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