martes, 28 de febrero de 2023

 La política de payasos.

Por Rodrigo Sánchez Sosa

No votamos por Carrión por ser un personaje simpático sino porque es un personaje patético: Hizo y hace lo que puede por llamar la atención, es toda su "gracia".

"Desde hace tiempo se puede observar a menudo que la gente, sobre todo los jóvenes, se fotografían saltando alocadamente. Si se buscan en Google entradas como "gente saltando" o "people jumping", uno se encuentra con innumerables fotos en las que se pueden contemplar con asombro brincos en todas las posibles variaciones. La manía de saltar ante la cámara parece propagarse como una peste. ¿Por qué salta hoy la gente ante la cámara? ¿No estamos afligidos por el cansancio y la depresión? ¿Acaso dan saltos de alegría y felicidad? ¿Es el salto la expresión de una creciente vitalidad en nuestra sociedad? ¿O los saltos son más bien convulsiones patológicas del ego narcisista? Cuando se hacían fotos


antiguamente, sobre todo para tener un recuerdo, uno se colocaba correctamente en una pose decente. A nadie se le habría ocurrido la idea de ponerse a brincar. En aquella época se quería fijar sobre todo el momento, para poder recordarlo más tarde. Uno se retiraba a un segundo plano a favor del acontecimiento. Desaparecía tras el momento o el motivo que había que conservar para el recuerdo. Nadie quería representarse a sí mismo, ni menos aún exhibirse. Nadie solicitaba la atención de los demás. Aquellas fotos no tenían por tanto ningún valor de exposición, sino solo un valor de culto. En su famosa obra La obra de arte en la época de su reproducibilidad técnica, Walter Benjamin apunta a que en la fotografía el valor de exposición ha desbancado en toda la línea al valor de culto. Pero el valor de culto no ha retrocedido sin dejar de ofrecer resistencia, y se ha hecho fuerte en una última trinchera, que es el "rostro humano". Por eso no es casual que la fotografía antigua se centre en el retrato. El valor de culto de la imagen habría encontrado su último refugio en el culto del recuerdo de las personas amadas que están lejos o que han fallecido. En la expresión fugaz de un rostro humano destellaría por última vez el aura desde las fotografías antiguas. Eso sería lo que constituye su belleza nostálgica, que no es comparable con nada. Pero cuando el rostro humano se retira de la fotografía, por primera vez el valor de exposición se opone desde su superioridad al valor de culto. Para las cosas que están al servicio del culto es más importante que existan que el hecho de que sean expuestas y vistas. Su valor de culto depende de su existencia, y no de su exposición. Por el contrario, en nuestra sociedad, en la que las cosas, todas ellas convertidas ahora en mercancía, tienen que ser expuestas para ser en general, el valor de exposición se absolutiza. Todo lo que descansa en sí mismo, lo que se demora en sí mismo, carece ya de valor. Las cosas solo adquieren un valor si son expuestas y vistas. También las personas se comportan como mercancías. Se exhiben, se producen, para elevar su valor expositivo. Aquel rostro humano con su valor de culto ha desaparecido hoy por completo de la fotografía. La época de Facebook convierte el rostro humano en una faz, que se agota por completo en su valor de exposición. La faz es el rostro expuesto sin aquella aura de la mirada. Es el rostro humano que ha asumido la forma de mercancía. A la mirada le es inherente una interioridad, un recato, un distanciamiento. Por eso la mirada no se puede exponer. Tiene que destruirse para que el rostro se comercialice transformándose en faz. Solo por esta fiebre por exhibirse se entiende por qué los hombres saltan hoy ante la cámara. Desaparece el momento o el acontecimiento, que es lo que merecería el culto del recuerdo. Todo el mundo se pone en primer plano y se exhibe. Yo debo ser una marca. Como consecuencia, el mundo desaparece de la fotografía. El mundo degenera a un hermoso decorado del ego. Hoy surge una fotografía sin recuerdo ni historia, una fotografía que, por así decirlo, siempre está a punto, una fotografía con una estructura temporal totalmente distinta, una fotografía sin amplitud ni profundidad temporales, una fotografía que se reduce al momento de una emoción fugaz, una fotografía que no es narrativa, sino meramente deíctica. Al saltar se utiliza el cuerpo entero como un dedo índice que se apunta a sí mismo. Para Roland Barthes la esencia de la fotografía es el "ha sido así". Ello le otorga a la fotografía el valor de culto. La imagen digital, por el contrario, carece de edad, de destino y de muerte. Se caracteriza por una presencia y un presente permanentes. Ya no es un medio para el recuerdo, sino un medio para la exposición, como el escaparate. En el fragmento Nostalgia sin hogar: el caminante, escribe Nietzsche:

El dios que ellos se crearon una vez de la nada, ¡qué prodigio! Pero ahora él ya

no es nada para ellos. Se precipitan como monos araña dando saltos.

A estos monos araña dando saltos Nietzsche los llamaba también "últimos hombres". Se parecen a aquel "rebaño" que "brinca" "atado en corto a la estaca del instante con sus ganas y sus desganas". Los "últimos hombres" de Nietzsche dan saltos hoy ante la cámara. Surge un hombre nuevo: Homo saliens, el hombre que salta. A juzgar por el modo como se pronuncia su nombre está emparentado con el Homo sapiens, pero ha perdido por completo la virtud de la razón y la sabiduría, que caracterizaba al Homo sapiens. Salta para llamar la atención."     

- Filósofo Byung-Chul Han. 


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