viernes, 4 de junio de 2010

La Vaca.
(Cuento. Frac.)
¿Una Vaca?. ¿En París, en el camellón central de Campos Elíseos? ¿Qué hace una vaca allí? Parece pastar, de vez en cuando da un lengüetazo, menea la cola y voltea prepotente, mirándote con sus ojos de faquir. Es de esas típicas vacas manchadas que tiene un mar blanco en la piel y multitud de continentes negros de bordes irregulares diseminados por todo el cuerpo. No tiene cuernos, la vaca, no tiene cuernos. Conozco vacas con cuernos diminutos, pero nunca vi una vaca sin cuernos. Tal vez sea uno de esos experimentos de ingeniería genética, una vaca clonada, como la oveja Doly o modificada genéticamente, que algún laboratorio exhibe para darse publicidad. Pero, no tiene señales de que sea así, quiero decir, no hay cerca de ella letrero ni logotipo alguno. Nada más está ahí, pastando, tranquilamente, como si todo lo que la rodea no existiera. Esto lo hubiera esperado en la India, Tailandia, o algún país de esos donde el ganado surca las calles de la metrópoli, ¿pero en París?... La gente hace como que no la ve. La gente que pasa cerca no le presta atención, ni la vaca a ellos. ¿Será que no la ven? La gente en las grandes urbes del primer mundo, no tiene tiempo para ser sorprendida por nada; supongo, que una vaca, con todo lo extraño que es verla aquí, no les importa, no existe, no se ocupan de ella. Pero ahí está la vaca, lamiéndose, rumiando, mirando de vez en cuando. Siempre me ha parecido que las vacas, algo esconden, que esa mirada que tienen, oculta algo. No es posible tanta serenidad, tanta concentración, tanto desapego, tanta indiferencia, no más no. A ver explíqueme alguien, ¿qué hace esa vaca ahí?, ¿de dónde viene?, ¿cómo llegó? …
París, la ciudad Luz: poetas, músicos, pintores, novelistas, directores de cine, actores, ¿quién no quiere venir a París, sentarse en sus cafés a ver la vida pasar tranquilamente, disfrutar de su comida, vino, de sus edificios, museos, calles y avenidas?; ¿una vaca? Las vacas no tienen deseos, digo más allá de los que les implica su instinto, si a eso se le puede llamar en forma estricta deseos. No dudo que cerca de París haya establos, donde las vacas estén resguardadas, estén, en el lugar que les corresponde, que se les asigne por ley. Pero sería imposible, que una vaca, una sola vaca, escapare y cómodamente se instalara en el corazón de París a pastar en un camellón sin levantar la menor protesta de los parisinos. Hasta donde sé, la vaca en Francia no es una deidad, no constituye un tabú el molestarlas, incluso hay rastros en París donde diariamente mueren cientos, tal vez miles de vacas, creo. ¿Por qué pues esta vaca, se pavonea tan tranquila en medio del tráfico, como cualquier ornato urbano? Traté, con mi defectuoso francés, de preguntar a la gente en la calle qué hacía esa vaca ahí, pero todos, sin excepción, al menos así lo entendí, no sabían de qué hablaba. -Ahí en la calle, mire usted, una vaca...-les decía yo, señalándoles el lugar. Me miraban como a un loco, e intentando ser amables, como es la gente en París, forzaban la vista en dirección de donde señalaba, para luego esquivarme, ¡no estoy loco! Claro que fui a cerciorarme. Me acerque por detrás, ella, la vaca, se asomó por un costado de su enorme cuerpo, me miró con fugaz curiosidad y luego, no le importó, me ignoró. Sacudió su cola, quizás para espantarme, pero luego no hizo nada. Yo me acerqué, la toqué; era una vaca, de carne y huso, una vaca. ¡Por Dios, a nadie le importa! Ahí está, moviendo sus quijadas como si se hubiere metido un buen pasón de coca. Ya tengo un año en París y esto es lo más extraño que he visto, lo juro, nada supera esta visión. Es como estar en un cuadro de Dalí o en un poema de Bretón.
Por fin desistí de convencerme a mi mismo convenciendo a otros, me senté en un pequeño café sobre la venida, desde donde la podía ver, y me puse a analizar mi situación. ¿Hace cuánto tiempo que suspendí mi psicoanálisis?... podría aquello no estar sucediendo realmente. Esos es, un pequeño colapso nervioso, esa vaca no estaba realmente ahí. Yo no estaba en París. Tal vez estaba cómodamente dormido en mi departamento soñando que estaba en París, mirando pastar una vaca en Campos Elíseos. No, no puede ser, sé cómo llegue hasta aquí, cuanto tiempo ha pasado desde que tomé el avión en México, cuanto llevo viviendo aquí. Sé también cómo llegue hasta este lugar en París y para qué; sé, lo sé. Pero desde que vi esa vaca entre el tráfico a mitad de la avenida, el tiempo se detuvo, no sé exactamente si son días, horas o sólo minutos los que me ha llevado tal sorpresa. ¡Eso es!, es la vaca. No existe, no hay nada allí, es solo mi imaginación, algo se está manifestando desde mi inconsciente, que toma figura de vaca. 
De reojo vuelvo a mirar, la vaca sigue ahí. Esto me comienza a espantar, no debo perder el control. Veamos, veamos, una vaca... ¿qué puede significar una vaca? Algo sagrado, eso debe ser, sí. La impresión que tengo, la sensación de sus ojos, la forma en que miran las vacas...debe representar lo sagrado. Vuelvo a mirar, la vaca sigue pastando sin ningún cuidado. ¡Claro!, debe representar la deidad. Esos es, mi conflicto con la muerte, mis problemas con las figuras de autoridad, mi abandonada vocación religiosa en aras de un ateísmo hipócrita, el temor de la figura femenina; todo eso que cinco años de Psicoanálisis me llevó a reconocer, se resumen en ese símbolo del inconsciente que pasta y rumea a quinientos o seiscientos metros de mi. Es sólo un pequeño y pasajero colapso nervioso, debo reconocerlo y no asustarme, solo una proyección de esos yos interiores siempre tan complejos e irreconciliables. 
Muy bien doctor Freud, respiraré profundo, me relajaré, cerraré mis ojos y repetiré: "la vaca no está allí, la vaca no está allí"...
Ya está, con cuidado abriré mis ojos, a ver, sí, estoy en París, en Campos Elíseos, en un café que tiene mesas sobre la acera de la avenida, hay una taza de café humeante frente a mi, lo que parecen ser panecillos en una canastita de mimbre al centro de la mesa de mantel rojo. Estoy sentado sobre una silla de madera, parece antigua, frente a mi hay más personas, comensales como yo, charlando tranquilamente, por la calle pasa un grupo de turistas, parecen gringos, toman fotos y ríen, la gente los mira con cierto desdén. Los árboles de la zona le dan un toque fresco al ambiente, es un sitio relajante y tranquilo, el tráfico sobre la avenida a penas perturba una visión así. Miró en dirección de la vaca, y esta sigue ahí. (Rodrigo Sánchez Sosa)

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