jueves, 22 de julio de 2010


La tierra de los fantasmas

Por Lizeth Sevilla

"Una mujer de máscaras"

En el octavo día de la creación la Tierra y el Agua se hermanaron en el Fuego. Así surge la expectativa de alianzas o rupturas, amor o desamor, anhelo o frustración. Una pieza de cerámica es el reflejo del alma de mi raza que es de arcilla embravecida, siempre hilvanando el estandarte de la ilusión por la obra de arte perfecta; delirio postergado para el noveno, décimo u onceavo día del fin del mundo.

Raza de arcilla embravecida. Cristina Gutiérrez Richaud

Son las ocho de la noche de un sábado tranquilo y lleno de lluvia; ella baja de su habitación, busca en el refrigerador alguna sustancia que la nutra -lo que sea que esté al alcance- encuentra una manzana y rápidamente la devora; regresa a su habitación y comienza a buscar el atuendo que usará esa noche, como todas las noches de su vida a partir de que cumplió los 17 años. Unas medias negras, una falda corta, alguna blusa que cubra su esquelético cuerpo; después el maquillaje, nada cargado porque puede parecerse a las demás y en esta realidad -en la que ella está inmersa- hay que ser originales si se quiere trascender. Después toma su bolso y sale a la calle a cazar fantasmas. Pasan dos, tres horas y el trabajo transcurre como siempre, ninguna emoción fuerte, ningún cliente fuera de lo común que la saque de su aletargamiento. Cuando la jornada lo permite deja que fluya por su sangre uno que otro trago de whisky, para no perder el piso y para no perderse en sus propias reglas. Llegan las cuatro de la mañana tan rápido como llegan los orgasmos y las derrotas. Llega la hora de irse a casa a dormitar el alma y dormitar el cuerpo.
Por las mañanas es una estudiante más de la universidad, realiza algunas tareas, no todas porque ser tan cumplido supone una vanidad para su vida; come con sus amigas o sus amigos, hablan de cosas mundanas, planean viajes y también toman fotografías. Algunas ocasiones se permite ser cortejada por uno que otro hombre, a estas alturas de su vida y con la rutina sobre sus hombros, los asuntos de amores pasan a segundo o tercer plano; tal vez acepte de vez en cuando y diga sí, salga con alguno de ellos, se quede dormida entre las sábanas y regrese a su ritmo real; como un animal solitario que crea sus ficciones para subsistir en la selva. No es una mujer de jóvenes, es una mujer de hombres adultos con historias, de trabajos complicados y vidas intraterrestres, ella suele ser como esos poemas que hablan de sirenas como en los escritos de José Emilio Pacheco: De cuando acá las sirenas son monstruos o están así por castigo divino. Más bien ocurre lo contrario, son libres, son instrumentos de poesía. Lo único malo es que no existen. Lo realmente funesto es que sean imposibles.
Ella se pierde en los funestos conceptos de libertad; la soberanía de los cuerpos la inventaron los que tuvieron miedo de encontrar el límite del placer de la piel; ella no le tiene miedo, una, dos caricias, un rostro amable, un cuerpo tibio, unos labios con veneno, un cuerpo inmutado y lleno de fantasmas, son terruños que desgaja y recorre.
Llega nuevamente la noche, baja de su habitación después de una larga jornada de emociones fuertes y rutina, busca en el refrigerador algo que la nutra, esta vez no hay manzanas; bebe desesperadamente una botella de leche, sube corriendo a su habitación y esta vez espera paciente a que suene la campana de la puerta; llaman, es Mario -como siempre Mario- con sus misterios no resueltos a cuenta gotas. En noches como esa, se dice que es su jornada de descanso; infaliblemente ella hubiera preferido ponerse sus medias negras, una falda corta y una blusa que cubriera su esqueleto para ir a trabajar al bar en el que despacha bebidas… a estar esperando que un hombre cualquiera, tuviera un buen pretexto para sacarla de las fantasías diarias. Deja que hable, le ofrece un trago y como siempre se desnuda de sus misterios y se queda en la cama. Una mujer de máscaras no puede quedarse quieta, pero si puede quedar atrapada en la rutina, sin misterios que resolver, sin fotografías que tomar. Al día siguiente es probable que todo cambie, pero sólo es probable, las estadísticas no son una buena respuesta de vida y muerte cuando se requieren y solo nos dicen que somos un número… punto.

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