jueves, 14 de octubre de 2010


EL PAPEL PA' DOROTEO ( Cuento)

 Por Benjamín Díaz

En la estación ferroviaria de Sayula es el 21 de febrero de 1915 por la tarde, tres días después de la fragorosa y épica batalla en las faldas de la vecina Cuesta de Sayula; donde chocaran con gran efusión de sangre por ambos bandos, importantes fracciones de la poderosa e invicta División del Norte, escogidas personalmente por su jefe Doroteo Arango, el mítico Centauro del Norte, para batir de una vez por todas la terca y empecinada resistencia del gobernador carrancista de Jalisco, Manuel M. Diéguez, a su intento de cortar el suministro por el puerto de Manzanillo de tropas y pertrechos bélicos destinados al ejército obregonista, que ya bloqueaba en El Bajío la arremetida convencionista sobre el centro del país en pos de la capital de la República . 

El día 17, víspera del asalto sobre los constitucionalistas, encontró desde temprano al jefe norteño y a su Estado Mayor cómodamente instalados en Sayula en el céntrico Hotel Rosales, frente a la Plaza de Armas donde existe en la actualidad, en el portal, una placa conmemorativa del suceso. Transcurre ese día entre la curiosidad popular que su fuerte y atrayente personalidad despertara dondequiera que fue, y Sayula no significó ninguna excepción al respecto. Es de justicia asentar aquí que la conducta de los convencionistas con la población civil fue irreprochable en este caso.
El propio día de la cruenta batalla, después de desayunar en su alojamiento, Doroteo Arango en persona había encabezado a sus famosos "Dorados" en una osada e inteligente maniobra de flanqueo concebida por los militares profesionales de su Estado Mayor, que logró envolver la retaguardia constitucionalista en la Estación Manzano y amenazaba tomar su impedimenta en los trenes sobre la vía férrea a Zapotlán, mismos que a toda prisa se retiraron hacia Zapotlán, evitándolo. No pudo ser más oportuna dicha maniobra, pues el grueso de la fuerza convencionista envuelta en el combate de la Cuesta, desmoralizada por la enorme pérdida de vidas en los iniciales encontronazos con los defensores de la Cuesta, iniciaba ya su retirada hacia Sayula, al igual y por la misma razón que, simultáneamente, las fuerzas de Diéguez y Murguía comenzaban a replegarse hacia Ciudad Guzmán, designada una vez más como capital del Estado de Jalisco.
Al conocerse la nueva de la presencia de su jefe en el flanco enemigo, sacando fuerzas de la flaqueza, vuelven los norteños sobre sus pasos y se precipitan al encuentro del jefe en peligro y combaten con un renovado ardor nada raro en la mítica División del Norte a la que la arrolladora personalidad de su líder motivó e inspiró a sobrehumanos esfuerzos en múltiples ocasiones en sus anteriores campañas. Semejante acción desesperada sella la suerte del combate y deja al irrefrenable norteño en posesión del campo de batalla, mientras Diéguez culmina una calmosa y ordenada retirada hasta la Ciudad de las Palmas, Colima, capital de ese Estado. Las escaramuzas entre ambos contendientes continuaron en toda la zona los siguientes días, mientras Diéguez recibía refuerzos y vituallas por Manzanillo, meta final del esfuerzo de Arango.
Ese día 21 en Sayula, Doroteo, atento a los movimientos de sus fuerzas en el terreno sureño del estado de Jalisco, a través del útil instrumento del telégrafo ferroviario que se había convertido en el principal medio de comunicación militar de los combatientes de cualquier bando, se encuentra molesto y preocupado por los partes de los combates más allá de Zapotlán el Grande, recién recibidos por la citada vía en la estación ferroviaria sayulense, habilitada como cuartel general convencionista; bajó de su vagón particular a estirar las piernas y, obligado por la inmovilidad de su tren, a desahogar a campo raso una necesidad muy personal y acuciante. La conseja popular quiere asegurarnos que lo que a continuación aconteció es del todo verídico y fidedigno:
-­ ¡Oye tú!- espetó Arango a uno de sus ordenanzas-. ¡Dame un papel pa' limpiarme, voy a calzonear!.....
El asistente se incorpora velozmente de la sombra del coche ferroviario, donde se hallaba sesteando la resolana de esa soleada tarde, y agarrando al vuelo carabina y sombrero, parte tras de su general que casi llega ya a la huizachera que flanqueaba la vía en ese punto. Mete mano, presuroso, a su saco de raciones y localiza a tientas el envoltorio con los restos de los garbanzos tostados y enchilados que a media mañana ahí en la estación comprara, vierte al morral su contenido, y entrega el papel de estraza a su superior: -­ ¡Aquí stá, mi general!
Después de un buen rato de que en aquel monte bajo se internara el Centauro, atruena el ámbito una cerrada descarga de siete rápidos balazos producidos obviamente por un arma semi automática personal. Provoca aquella circunstancia la violenta movilización de toda la guardia armada del caudillo que guarnecía el perímetro de la estación de Sayula, mismos efectivos que al enterarse de la personal presencia de su jefe en medio de la tupida huizachera, y temiendo un impensable atentado en perjuicio de su jefe nato, se precipitan con sus armas listas en su probable rescate. No tardaron en localizarlo indemne, instantes después de que, apuradamente, utilizara el papel de estraza aquél en su íntima higiene, y empezara a rearreglar su vestimenta; mientras profería madres y centellas en contra de una arrastrada víbora de regular tamaño, de las llamadas localmente alicantes, que osadamente irrumpiera en el preciso lugar de su defecación; obligándolo a echar mano de su pavorosa e inseparable 45, y descargarla sin misericordia para ahuyentar al atrevido e irrespetuoso bicho, que finalmente escapó en dirección contraria a la que originalmente llevaba. Una vez conocida la causa del alboroto, vuelve la calma tan repentinamente rota unos instantes antes, aunque el protagonista principal todavía sufriera de algún explicable sobresalto, mismo que mucho se cuidaba de disimular ante sus subordinados presentes. Momentos más tarde y acompañado de la numerosa escolta congregada para su seguridad a su alrededor, emerge de entre los huizaches aledaños a la estación el Señor Jefe de la División del Norte; fajándose pensativo la fornitura con la todavía caliente pistola, y viendo cerca a uno de los miembros de su Estado Mayor, le pregunta mientras termina de abrochar los botones fronteros de sus "breeches" de montar:
--A ver, mi coronel.... Usté que presume de saber de todo, y lo que no lo inventa, dígame ¿esas tales culebras mentadas aquí como alicantes, son de veras venenosas y peligrosas como nuestras cascabeles, allá en el norte?
--Pos mire, mi general, no tengo el disgusto de haberme topado con ninguna de esas que usté mienta, y que oí a los vaqueros de por aquí que les gusta la leche y acostumbran mamarles la ubre a las vacas… pero yo en lo personal pienso que si el bicho es pinto y de colores, lo mejor es escurrirle el bulto….
--Dice usté bien, coronel, pá qué aventurarse uno ¿verdá? Y, otra cosa coronel: ¿cómo se llama ese polvito colorado y picoso que tráin pa cá las tolvaneras que se levantan en la playa esa de allá atrás?
-­ ¡Salitre, mi general! - respondió el interpelado.
--¿Lo que se le da al ganado en lugar de sal, y que tanto les gusta?
--Sin ser vaquero, crioque es la usanza… -afirma dubitativo el tal coronel, tal vez citadino y de banqueta.
--¿Y será esta Sayula la del ánima famosa? - vuelve a inquirir Doroteo, mientras rasca sin tapujos, ahí, donde la espalda pierde su honesto nombre.
El coronel suelta la risotada, mientras confirma:
--Mesmamente ésa, mi general, la mesma.....
--Y, usté coronel, ¿cree deveras que la jotería sea contagiosa, o que esté en el agua de beber?...
Se quita la tejana el coronel para rascarse pensativamente la coronilla, y después de larga pausa y recordando los jarros y jarros de agua sayulense ingeridos en los días pasados, estalla al fin totalmente a la defensiva:
--Pero, ¿cómo se le ocurre mi general que l'agua de aquí pueda ser tan perniciosa? Yo más bien pienso que debe ser algo en el aire, o más bien sepa Dios qué será…
-­ ¡Pos vámonos de aquí en frieguiza! Dé la orden a los rieleros pa' pronto y que no paren hasta Irapuato, coronel!- exclama ardorosamente Doroteo, mientras aborda su carro sin parar de rascarse. Una vez instalado, con precauciones, en su asiento y reanudada la interrumpida marcha de su tren, reflexiona para sí:
"Ha de ser cierto lo que se dice de la cantidad de jotos que hay por aquí... ¿Será debido a los vientos salitrosos que llegan de la Playa de Sayula, que está muy cerquita? Pos mira, ¡más vale no viriguarlo, si aquí hasta me salen las víboras que en tantos años nunca me había topado en el norte! Y justo cuando más desprotegido estoy con los pantalones en los talones, y a lo mejor hasta quería mamarme algo… ¡Más vale que digan: aquí corrió, que aquí quedó!"...
Y todo el mundo sabe, y así lo recoge la historia, que en su desaforada fuga de Sayula no paró Doroteo sino hasta los campos de Celaya. Y así le fue allí. No cabe duda alguna sobre lo pernicioso del salitre sayulense, sobre todo en los fuereños desacostumbrados a sus efluvios… ¡Cuídense mucho, turistas y visitantes!

No hay comentarios:

Publicar un comentario