martes, 5 de febrero de 2019

Especial para Horizontes...
 Cómo era la vida en la región antes de la llegada de los españoles
Reportaje de Investigación de  Rodrigo Sánchez Sosa, Cronista de Sayula 

Los recursos de la región eran a la vez industriales y agrícolas. La agricultura sobre todo había alcanzado un grado de prosperidad relativamente avanzado, cuando llegaron los españoles. Los conquistadores se encontraron en todas partes con campos muy bien cuidados, alrededor de los caseríos, principalmente en las regiones situadas en los territorios de Jalisco y de Aztatlán, en los que el suelo era, por lo demás, muy fértil y estaba irrigado naturalmente. La tierra se preparaba con un instrumento de madera cuyo extremo curvo estaba endurecido con fuego. Tenía la forma de un azadón. Este instrumento, con el que se pueden trazar los surcos, es representativo hasta cierto punto de un arado muy primitivo que se usa todavía actualmente y se designa con el nombre de coa. Ahorrando sus esfuerzos, el indígena de la región sólo acondicionaba la extensión de tierra arable necesaria para subsistir durante un año. También se cultivaban los árboles frutales que se encontraban en estado salvaje en la zona; se plantaban alrededor de las casas y de los campos.
Entre las plantas cultivadas extensamente que proporcionaban productos industriales, los agaves estaban en primer lugar. Las hojas daban una fibra excelente y muy resistente, útil para fabricar telas de diferentes categorías, así como cordelería. Con la pulpa de la parte central de los agaves, se obtenía, mediante su asado, un líquido dulce que se concentraba por evaporación, y se conservaba como una especie de miel, o bien se dejaba fermentar para hacer una bebida alcohólica. Los indígenas conocían el agave del pulque y sabían preparar con él la famosa bebida. Pero el cultivo de esa planta no se desarrollaba tanto como en el Anáhuac. Su producto, por el suelo y las condiciones climatológicas, sin duda era de una calidad inferior; por ello se preferían las otras especies, más apropiadas para la región, principalmente en las partes montañosas.
La industria textil aprovechaba muchas otras fibras, como el producto del algodón y del potchote (Bombax ceiba) que se utilizaban mucho. Se les mezclaba a menudo con pelos de liebre y de otros animales para fabricar una especie de lana. El tejido, que anteriormente era una de las principales labores de las mujeres, hoy ha caído aparentemente, por lo menos, completamente en desuso, salvo en la sierra de Nayarit y en el pueblo de Tuxpan, Jalisco. Sin embargo, en algunos otros pueblos se siguen tejiendo las fibras de los agaves, pero estos tejidos sólo se usan para hacer ciertos lienzos gruesos y burdos, para bolsas o cuerdas, que se designan con el nombre de jarcia. En el pueblo de Tuxpan, sólo se usa el algodón. Las mujeres, con un telar manual llamado tlaquet, preparan las finas telas de los tiempos antiguos, que todavía sirven para confeccionar el xoloton. Fabrican ellas mismas el hilo que se utiliza en el telar, para lo cual aún emplean los antiguos husos o malacatl
Los colorantes para teñir o pintar eran en su mayoría de origen vegetal. Muchos vegetales susceptibles de proporcionar tintes se hallaban en estado salvaje, como por ejemplo las plantas que proporcionaban el índigo, y cuya materia colorante se extrae por fermentación. Otras plantas se cultivaban, y hasta nuestros días siguen produciendo ganancias en ciertos pueblos, como es el caso de una euforbiácea arborescente, designada con el nombre de azafrán, cuyas semillas dan un magnífico color amarillo. El jugo de una papavarácea arborescente, el Bocconia arbórea, que se designa con el nombre de quahuachote, da un amarillo anaranjado oscuro que se emplea para teñir, y sobre todo para decorar la cerámica. En nuestros días, el uso de esos vegetales en la preparación de las telas se ha abandonado casi por completo, ya que la nueva industria proporciona todos los colores químicos aún en los lugares más apartados.
Finalmente, habría que citar también, como productos vegetales manufacturados por la industria antigua, los carrizos y las cañas de diferentes especies que todavía se emplean mucho, y cuya transformación constituye para algunos pueblos un producto comercial muy remunerador. Los carrizos y los otates sirven para hacer labores de cestería tales como canastas, sillas y esteras para cubrir el piso; estas últimas se llaman petates (petatl). En ciertas localidades como Jamay, pequeño caserío situado cerca del lago de Chapala, en la desembocadura del río Lerma, los indígenas sacan un gran partido de una especie de typha que crece abundantemente en las aguas estancadas de la región. Con los tallos y las hojas de esta caña, fabrican petates, tompeates (tompeatl) y unos tipos de canastas con una forma particular, que todavía hoy fabrican los ribereños de los lagos en los alrededores de la capital. Además, en las tierras calientes del litoral del océano Pacífico, los carrizos se usan constantemente para construir las habitaciones, como se hacía antes de la conquista.
Los indígenas de la región poseían muy pocos animales domésticos propios para la alimentación. Los autores citan el perro, techichi, que se engordaba con una dieta exclusivamente herbívora, y el guacolotl o guajolote, que se encontraba en estado salvaje en toda la comarca, pero que se acostumbraba criar en los gallineros para las necesidades domésticas. El uso de la carne de perro no continuó después de la conquista. Se abandonó por completo cuando se importó el ganado europeo, al grado que hoy no es posible hallar rastros de ese uso, aun entre los indígenas que conservaron sus antiguas costumbres. En cuanto al guajolote, sigue siendo como antes, y su antigua forma de preparación culinaria (mole de guajolote) ha persistido.
La caza y la pasca se añadían a los recursos naturales de la región. Las montañas boscosas proporcionaban muchos animales y los numerosos ríos, así como las lagunas, estaban por lo general abundantemente provistos de peces, entre los cuales varias especies alcanzaban tamaños bastante grandes, como el bagre, cuya carne es muy apreciada. 
En lo que toca a la religión y las prácticas religiosas que estaban vigentes en el momento de la Conquista, se conoce muy poca cosa, ya que los conquistadores se dedicaron a destruir los edificios religiosos tan pronto llegaban a un pueblo. Los historiadores concuerdan en que además de un dios invisible, considerado como el amo del universo, algunas localidades poseían divinidades tutelares con teocallis especialmente dedicados a su culto, donde los fieles llegaban en procesiones para depositar ofrendas. También se adoraban divinidades inferiores o tepitotons, especies de penates que según las apariencias, debían ser, al menos en gran parte, las numerosas figurillas de cerámica que se encuentran en las antiguas sepulturas.
Entre las regiones algo importantes desde el punto de vista religioso, el padre Tello y los demás historiadores citan a Tonalá, en donde había un famoso teocalli, edificado sobre una colina o pirámide probablemente artificial, que todavía existe. Este teocalli estaba dedicado al sol (tonali), cuyo culto se extendía al norte y al este de las tierras de la reina de Tonalá. En el reino de Jalisco y en las tierras calientes donde se encontraban los centros muy civilizados de Ixcuintlan, Aztatlan, Acaponetlan, Tzaulan etc., la divinidad principal era Teopilzintli (teotl: dios, pilzintli: niño), representada con los rasgos y la forma de un niño , porque según la tradición de Pantecatl, este dios, cuando aparecía frente a sus adoradores, siempre se mostraba bajo una forma infantil. Teopilzintli, por intermedio de un indio llamado Cuanemati, había conducido a sus sujetos a esta región, donde los había instalado, enseñándoles sus deberes y lo que debían de hacer para conservar su fuerza frente a los enemigos.
En el pueblo de Amacuecan (Amacueca), se rendía homenaje a Atlaquiaqui-to, dios de la lluvia, que figuraba bajo la forma de gavilán. En Atempan (Atemba), residía Teocoatl (dios-serpiente) al que antes se hacían sacrificios de niños. En el tactuanazgo de Tetlán se rendía homenaje a una divinidad guerrera, así como a una diosa cuyo nombre y atribuciones se desconocen. En la parte sur del hoy estado de Jalisco, la divinidad principal era Iztlazateotl (Iztlacal. voltear la cabeza con coraje, teotl: dios), que tenía un teocalli en Tzacoalco y en Chapala (en este último pueblo, se le llamaba Tlacateotl). Este dios, según el padre Tello, no era otro que Huizilobos (Huizilipochtli). Era el protector de las famosas salinas de Tzacoalco y Tzaulan (Sayula), donde había aparecido en varias ocasiones para defenderlos contra sus enemigos que querían apoderarse de ellas. Algunas veces se le ofrecían a esta divinidad sacrificios humanos. En cuanto al pueblo de Chapala, los historiadores sólo citan un caso en que, a instigación de una bruja, algunos niños fueron inmolados. 
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