lunes, 8 de diciembre de 2025

 La verdadera religión

Por Enoc García


En un tiempo donde la palabra "religión" puede generar entusiasmo en unos y desconfianza en otros, vale la pena detenernos a reflexionar qué significa realmente vivir una fe auténtica. La Biblia ofrece una definición directa y sorprendentemente práctica. Santiago escribe: "La religión pura y sin mancha delante de Dios el Padre es esta: visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo." (Santiago 1:27).

Es decir, la verdadera religión no se mide tanto por los rituales, ni por la apariencia espiritual, sino por el impacto que nuestra vida tiene en los demás y por la integridad con la que caminamos. Para quienes creen en Dios, esta enseñanza es un llamado claro: la fe no puede quedarse en palabras o emociones; debe reflejarse en obras que alivian el sufrimiento y en decisiones que honran a Dios. ¿Quién no valora la compasión, la honestidad y la coherencia?

La espiritualidad genuina se nota en los hechos. Ayudar a quienes atraviesan necesidad, los vulnerables, los olvidados, los que no tienen voz, es una expresión tangible de la fe. Y al mismo tiempo, vivir con integridad en un mundo lleno de presiones, injusticias y tentaciones habla de un carácter sólido y auténtico.

Esta visión no divide, no excluye y no condena. Al contrario, propone una vida que aporta luz, dignidad y esperanza. Invita a volver a lo esencial: a la ayuda, a la compasión, a la rectitud. A una fe que se practica, no solo se pronuncia.

Por eso, es oportuno recordar también la exhortación: "No os olvidéis de la ayuda mutua y de hacer el bien, porque de tales sacrificios se agrada Dios." (Hebreos 13:16).

En un mundo tan necesitado de empatía y coherencia, esta invitación sigue vigente, para quienes buscan agradar a Dios, el camino está claramente trazado: una vida que ayuda, que sirve, que bendice, que mantiene limpio el corazón y que refleja el amor de Dios en lo cotidiano.

Finalmente, la verdadera religión es la que no solo se piensa o se proclama, sino la que se vive. Una fe que transforma y que inspira. Una fe que agrada a Dios, es decir, amar al Dios y al prójimo.


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