jueves, 16 de abril de 2009

El Cristo Amado

Otra vez, en plena primavera, aparece el Cristo amado, montado en humilde burro, sonrisa dulce y mirada clara, reflejando en esa imagen el poder de su espíritu, la esperanza de la gente, pensando seguramente en la fuerza de su doctrina en beneficio del pueblo querido. Es un hombre sin bienes terrenales, sus manos desnudas de anillos de oro y piedras preciosas, sus pies apoyados en rústicas sandalias; no tiene reservada posada alguna, no se ostenta como un sabio, ni busca el aplauso y la alabanza. No aspira a cargo público, mucho menos está en su mente convertirse en asesor político del gobernante en turno para ostentar poder de César. Llega el Cristo sin pensar en el albergue de los templos, sin pedir la limosna de los fieles, pues llega a predicar sus ideas en la calle sin el apoyo de los ricos. No cobrará a nadie por bautizo, primera comunión, boda, extremaunción o misa de muertos. Arriba, solo, con el verbo sencillo de la parábola, con el ánimo sincero de ayudar, a dar sin recibir, y se va con los pobres a curarles cuerpo y alma, a devolverles la vista a los ciegos, hacer andar a los tullidos, cura a los leprosos, endereza los pasos a las pecadoras, reproduce panes y peces, revive a los muertos, pidiendo solo a cambio que se amen los unos a los otros como buenos hermanos. El Cristo nunca fue comprendido, despertó el temor de los césares que vieron en Él a un enemigo para el sistema implantado en aquel tiempo, como hoy; los ricos conspiraron en su contra y los mismos beneficiados con sus acciones, algunos llegaron a negarlo. Otros, con miras a futuro, concibieron la idea perversa y globalizadora de comercializar la doctrina y les ha ido bien, cuando menos económica y políticamente. Hoy, en plena primavera, volverá a cargar la pesada cruz de madera, como siempre, con corona de espinas, con clavos en pies y manos, bañado en sangre, azotado por los fariseos modernos, acompañado de su madre aungustiada y triste que llora ante la infamia y la impotencia. Los que presumimos de cristianos, volveremos a ser testigos de ese sacrificio incomprendido hasta ahora, ese recuerdo que nos hiere en lo mas profundo de nuestro ser, pero que no nos ha inducido del todo a amar a nuestros semejantes como a nosotros mismos, como la esencia de la doctrina lo manda. Cuando mucho, los pobres lo acompañarán en palabra y pensamiento, pero no en la obra. Los ricos, como de costumbre, celebrarán el añejo evento con la doble moral de dar limosna para calmar conciencia y comprar el cielo, refugiándose en las playas, tostados por el sol, bañados en cerveza y dando vuelo al pecado de la gula y muy bien acompañados de cristianas de buen ver. Los césares, gobernante de hoy, con ese cinismo tan característico de los políticos de todas las épocas, se dejarán ver en las iglesias con planeada estrategia y saldrán en la foto del periódico con caras de santos pedinches y eventualmente ofrecerán donativos a cargo del erario, para expiar sus culpas y pedir a Dios votos electorales que no han podido ganar a la buena. Como absurda paradoja dificil de entender, los jerarcas religiosos del mas alto nivel, arribarán a las iglesias en lujosos automóviles último modelo, en contraste con el humilde burro en que Cristo se trasladó con su burdo ropaje, y celebrarán sus misas enfundados en ropas elegantes, seda y oro, anillos caros y perfumados con lociones finas, cumpliendo el protocolo de cada año, con ese sentido moderno del cristianismo, que sigue predicando y destacando la humildad y sencillez de Cristo, en una ceremonia llena de boato, decoración lujosa y fastuosidad inspirada todavía en los tiempos del imperio romano, causante directo de la muerte de Cristo...............................................................................Mientras ésto ocurre, el Cristo amado morirá en la cruz, generoso y congruente hasta el final, pronunciando sus históricas palabras: -Perdónalos Señor….. no saben lo que hacen. (David Aréchiga Landeros)

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