martes, 2 de febrero de 2010


El toque de retirada


Por Lizeth Sevilla

Pero quiso una noche comprobar 
para qué sirve el corazón 

Joaquín Sabina

Dicen, los que saben, que un escritor tiene muchas ventajas y desventajas; si seguimos esa vieja concepción del gran Bukowski, un gran escritor es el que se acuesta con muchas mujeres y escribe unos pocos poemas de amor, otros dicen que somos ególatras, maniacodepresivos, manipuladores o mentirosos y unos cuantos términos más que se saca del arsenal del lenguaje de un psicólogo o alguien por el estilo. 
  Lo cierto es que, aparte de las dolencias, las ausencias y esas circunstancias que se le presentan a uno por lo anterior mencionado y por muchas más razones, tenemos la posibilidad de crear a partir de la nada, de acercarse a las historias de la gente y garabatearlas como parte de lo que fundamenta esta realidad, creamos -algunos- a partir de la insatisfacción. 
  Pero no todo es tan romántico, cuando llegan las dolencias, esa rabia en la que el mundo ignora nuestras quejas, esa sensación en el estómago de impotencia y desgana, de salir corriendo para dejarlo todo en el camino, no siempre escribirlo nos deja en calma, a veces llega la mudez, la abulia, el momento de desaparecer.  
  En la historia, muchos artistas, no sólo escritores, decidieron quitarse la vida, porque contrario a lo que creyera la religión, ellos y sus fantasmas decidieron ponerle fin a un arsenal de sensaciones, ponerle punto a la historia que a veces no termina de contarse. 
  Alfonsina Storni fue una de ellas, cuenta la historia, que la gran poeta sostenía una relación tormentosa en la cual las reglas del juego no la favorecían, entre triángulos, engaños y ausencias, una noche decidió despedirse de su hijito y su nana y tomar camino al mar, para después ahogarse. 
  Después, se compuso una canción, que a modo de nostalgia despide a la escritora Alfonsina y el mar. El gran admirador de la tauromaquia, y creador de obras como el Viejo y el Mar, Paris es una fiesta, Ernest Hemingway, se dio un balazo para poner punto final a su agonía, a la rutina y tal vez a esa quietud de vida que llevaba.
  Otros escritores decidieron irse poco a poco, disfrutando la burla del tic tac del reloj, la agonía de la pobreza y los cuartos pequeños, el exilio, el cáncer de la soledad y la derrota. Desafiando las leyes de la naturaleza y tal vez esas leyes religiosas en donde un Dios pone punto final al último capítulo ellos decidieron el momento en el que la historia ya no tenía que ser contada por ellos, sino por los que ahora nos quedamos leyéndolos. 
  Los que nos quedamos por libre albedrio o cobardía, lo escribimos todo, el dolor humano de terceros o de cuartos, los problemas económicos y políticos que generalmente no se solucionan, hablamos sobre la prostitución infantil y la corrupción, creamos historias sobre ellas que caminan y ellos que abandonan, buscamos espacios para decirle al pequeño mundo que nos lee cómo es que se ven las cosas desde nuestras trincheras, las que vemos por fortuna o desgracia muy de cerca, a veces nos dejamos llevar por la avaricia y perdemos objetivos, le hablamos a la gente de nuestros dolores por medio de la palabra escrita, compartimos cuentos, novelas y poesía, discernimos crímenes, hacemos ensayos, no somos parte de la nómina, pero como decía Jaime Sabines, somos escribanos a sueldo de la vida y ella, la vida, nos cobra cada paso con intereses.  
  También nos abandonan, nos patean el trasero, hay quienes nos minimizan, de pronto hay días en los cuales la vida se vuelve prostituta y nos da la espalda, entonces escribimos, cuando vienen políticos a sobornarnos, cuando pulen los escritos con trivialidades o soberbia también escribimos, cuando llegan personas a nuestras vidas y tal vez por conservar el equilibrio tienen la función de jodernos la existencia, también escribimos. 
  Pero también hay premios a nuestras osadías, hay recompensas cuando vamos por la calle y las personas se detienen a debatir el tema de la columna o el poema de la página 15 del libro, cuando nos mandan mensajes electrónicos preguntando por el escrito que acaban de leer en el periódico, cuando nos dicen que hay un poco de nosotros en esas líneas o que fuimos fríos y drásticos. 
  Una vez una persona me dijo, que generalmente el día de la entrega de un premio o de la presentación de uno de nuestros libros, somos las personas más acompañadas, a la que felicitan y no dejan un rato en paz… al día siguiente se vive una sensación semejante a la cruda, cuando volvemos a la vieja mesa y nos ponemos frente a la máquina de escribir o la computadora, acompañados del café y los cigarrillos, o del vino tinto o de la leche, que importa, pero entramos nuevamente a ese estado de calma y anonimato en el que somos sencillamente nosotros mismos en habitad natural, acompañados del gato o el perro o con buena suerte de amigos o la pareja.
  Los que nos quedamos solos, pero que con toda sinceridad y franqueza nos quedamos, acostumbramos el café, una buena rola de Sigur Rós y escribimos poemas para no dejar el cigarro, de vez en cuando publicamos en periódicos y salimos a caminar, algunas ocasiones encendemos el televisor o dormimos, somos mamás solteras o amigas. 
  Tal vez desaparecemos poco a poco, en tanto, escribimos, estudiamos, nos enamoramos, nos vamos y en algún momento ponemos punto final a la página. 


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