jueves, 18 de febrero de 2010


La vida : esa película diaria


Lizeth Sevilla

Le dije un día: ve esa película, 
el iluso me ignoró pensando que era una película de amor.
A José, porque la vida puede ser todo, 
menos una película de amor.



iempre he pensado que en las películas uno encuentra fragmentos de los pequeños detalles de la vida, que naturalmente no advertimos porque vamos de prisa pensando en las ocupaciones diarias, en los títulos para la trascendencia, en las agendas apretadas de asuntos triviales que sólo engordan el ego y que de un modo natural en la película francesa Amelie, que en este escrito pretendo sugerir que vean, uno encuentra circunstancias desfilando frente a nuestros ojos muy parecidas a lo que vivimos fuera de la ficción. Música de Yean Tiersen, el sonido de su piano, el acordeón y un arsenal de instantes que se presentan en cuanto uno pone Play al DVD o reproductor de VHS para los nostálgicos.
Es preciso de vez en cuando detenerse un poco a observar esas cosas que no tienen explicación lógica o que no son coherentes con nuestro proyecto de vida. Amelie es una joven que vive calladamente entre colegas y conocidos, comparte instantes de su contexto con gente particularmente extraña pero que no es muy lejano del contexto que vivimos cada uno de nosotros desde nuestras trincheras: cohabita con una mujer hipocondriaca que detesta escuchar la frase el fruto bendito de tu vientre y cada día es alérgica a una sustancia diferente, con un escritor fracasado que pretende pagar sus cuentas con escritos y evita darse una vida llena de complicaciones con pagos bancarios o cualquier cosa con plazo -asunto no muy lejano de nuestra realidad- convive también con un hombre que tiene los huesos como de vidrio y ha vivido encerrado en su departamento durante veinte años, sólo pintando instantes y su personaje inseparable el gato, que disfruta escuchar historias para niños. En la película, Amelie a veces va al cine y disfruta ver esos pequeños detalles que nadie más atiende, como por ejemplo -cito la película- voltear a ver la cara de las personas cuando hay una escena de amor o mirar escenas en las que el conductor de un auto nunca mira al frente; a veces refugiada en su soledad, Amelie se hace preguntas tontas sobre el mundo, como por ejemplo -dice el guion de la película- ¿Cuántas personas en este mismo momento están teniendo un orgasmo en la ciudad?
En cierto momento de la película, hay un giro interesante en el cual, por alguna vaga razón Amelie decide ayudar a modificar la vida de los demás dándoles sorpresas y al final de todo -como siempre también en nuestra vida- ella termina anonadada, al darse cuenta de que arreglaba la vida de los demás y su propia existencia no tenía motivos sustanciales para continuar. La hipocondriaca superó su malestar teniendo sexo con un hombre agresivo, el escritor continuó en el anonimato hasta que en una pared apareció uno de sus versos y bueno, es una película que me pone de manifiesto frente a mis propias convicciones, es difícil hacer una reseña sin poner un poco de mis recuerdos y mucho de mi proyección.
Ciertamente a veces nos cuestionamos sobre la viabilidad del rumbo que queremos darle a nuestro plan de vida o muerte, nos armamos de argumentos o excusas para darle forma a esa escultura de nosotros mismos, pero cuando nos detenemos un instante y volteamos a ver lo que hemos dejado en el camino, los pequeños detalles que no atendemos por falta de capacidad de asombro o tal vez porque nos hemos vuelto soberbios frente a las preguntas del mundo nos sentimos estúpidamente solos. Vamos por las calles pensando en los asuntos del tiempo, en la trascendencia que nunca termina de llegar, en las personas que nos dejaron por falta de fantasía y pereza del corazón -o del hígado-. Hay una premisa que contradice cualquier supuesto teórico de los que se dedican a la "salud mental": esta ficción que vivimos diariamente está muy lejos de la realidad que podríamos haber vivido algún día. En uno de los segmentos de la película, surge un diálogo que durante las 18 o 20 ocasiones que la he visto me ha dejado muda y espero que lo mismo les ocurra a ustedes: Para un niño el tiempo es una eternidad. De repente tienes cincuenta años.


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