La tierra de los fantasmas
Por Lizeth Sevilla
Este mundo nuestro no es avaro en emociones. Podemos quejarnos de todo, pero no de monotonía. Tenemos guerras de grande y pequeño formato, tenemos trasplantes, infartos cardiacos, tenemos a los hippies y el poder de la flor (y el poder negro también) tenemos los movimientos de la corteza terrestre y los terremotos sociales, las campañas presidenciales, los asesinatos de presidentes o candidatos, las drogas y las modas, y las excursiones turísticas, y los retrasos de los trenes y los ordenadores, que puntualmente preparan el descubrimiento de cualquier cosa para cualquier día y (como la lista no se acabaría nunca) estamos también nosotros en este mundo, queriendo saber qué pasa por ahí o al contrario, nada interesados en saberlo. Todo esto de una manera o de otra llena nuestro tiempo. Y así lo vamos matando (al tiempo) vagamente inquietos, vagamente perplejos, como actores que de repente se hubieran olvidado del papel y mirasen desconcertados a la espera de que el apuntador les sople el texto que les permita volver a engranar sus palabras. Y el problema es este: que nos falta apuntador.
e he permitido citar media cuartilla del fabuloso escritor José Saramago, una, porque este párrafo en particular nos dice mucho en estas fechas que para algunos suponen reflexión y que para otros siguen suponiendo movimiento, pero además, porque en un intento desesperado por vagabundear, me he dado a la tarea (nada cansada) de transitar por pueblos y municipios, conocer sus tradiciones y vivir un instante sus rituales. José Saramago escribió uno de los libros que me ha marcado de por vida, El equipaje del viajero y no tanto por estos viajes que comienzo a realizar con una mochila como único equipaje, sino, porque aun cuando estamos estáticos, en nuestros pueblos, mirando por la ventana cómo es que transcurre la vida frente a nuestros ojos llega un momento que también significa que creamos un equipaje y viajamos, aunque sea en nuestra imaginación, aunque sea en nuestros vagos sueños del alba y es que tenemos tanto que contar, tanto que compartir, tantos recuerdos del pasado, del presente y tantas cosas que queremos desesperadamente para nuestro futuro que es difícil no imaginar que hacemos un equipaje y nos vamos.
No he andado por muchos lugares, pero si algo me queda claro es que en todas las latitudes se dan los fantasmas, y no me refiero a esos espectros que por lo regular salen en las noches, sino a esos fantasmas que nos persiguen todo el día, esos recuerdos pretéritos que a veces nos fundamentan y a veces nos quitan un poco de nuestra tranquilidad, la que podemos terminar comprando al viento.
Ciertamente estas fechas pondrán a muchos a reflexionar, muchos harán rituales en los que se privaran de gustos (particularmente los católicos) y otros tantos, que vamos por la vida con nuestras filosofías a cuestas es probable que usemos esta particular calma de marzo para meditar sobre las decisiones que hemos tomado y la dirección que le hemos dado a nuestras vidas. No es sencillo, implica ponerse serio, ponerse a reflexionar con todo lo que implique, no hay tanto bullicio, la mayoría sigue a la mayoría, en las calles sólo hay silencio y ausencias, en los trabajos todo mundo descansa así de que no tenemos de otra más que vivirnos a nosotros mismos.
En estos pueblos que les comparto, los ancianos salen en las tardes a tomar el fresco y platican sus anécdotas con aquel ímpetu que invita a imaginar: las batallas, los rituales de conquista, las hambrunas, volver a vivir sus días de gloria; y las mujeres cuentan gustosas cómo se aliviaban de sus hijos, qué remedios tomaban y lo cuentan porque no hay de otra, a muchos nos alcanzó la modernidad, a muchos se nos terminó la capacidad de asombro, muchos nos ponemos a reflexionar en los pecados y las culpas familiares, debatimos temas de belleza o la homosexualidad de los famosos (a propósito de una nota amarillista que vi en la casa de una señora) y nos privamos de gustos, del cigarro, del sexo, de la comida, cuando es pertinente ponerse a pensar en las cosas reales, cada día aumentan los asesinatos estos asesinos han cambiado sus patrones conductuales y ahora lo matan todo, los políticos corruptos siguen a la orden del día, aquellos problemas ejidatarios no son asunto del pasado… tantas cosas que dejamos sueltas por pereza o tal vez, como dice un viejo amigo, porque somos cobardes y tememos al dolor humano.
En cada pueblo, hay un momento para los fantasmas y en cada terruño que he visitado hay un espacio para las memorias que han dejado y las nuevas historias que cada día recrea en nosotros.
Si de identidad hablásemos: Psicología es la parte sustantiva de estas columnas.
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