miércoles, 19 de mayo de 2010

La Puta y la muerte.
(Cuento, fragmento) 
Por: Rodrigo Sánchez Sosa

Llamaron insistentemente a la puerta, eran sonidos huecos, entre cortados, casi una especie de lenguaje esquizoide que expresaba una furia extrema apenas contenida por la hoja de madera asegurada con cerrojos al marco reforzado. En unos segundos el miedo recorrió todo su cuerpo, una descarga eléctrica viajando vertiginosamente por el laberinto de arterias y venas, como una navaja afilada viajando por el torrente sanguíneo; el filo glaciar se detuvo en su tráquea, se solidificó, se incrustó en las blandas paredes del conducto que se contraía a cada aspiración. Su pecho se dilataba resaltando sus grandes senos apenas contenidos por el sostén. Desesperadamente el espacio en sus pulmones se expandía en busca de bocanas de aire que lo llenasen. El viejo reloj de la cómoda, enmarcado por dos ángeles tallados finamente en madera, cuyos ojos apacibles inspiraba serenidad ante el devenir, insistía en su tenue tic-tac, en su indiferencia, en su obsesión compulsiva de rebanar el tiempo en segmentos simétricos, en su inútil tarea de numerar los pequeños trozos de eternidad que volvían a unirse justo después de ser cortados. Cuando vio su rostro tras los cerrojos forzados, tras los escombros de la puerta, a contra luz de la noche, supo con infalible certeza que moriría.
Quiso mirar por la ventana para ver lo que pasaba en el estacionamiento, pero desistió, se recostó de nuevo en la cama y volvió a la mancha en el techo. Tuvo la sensación por un instante de que la mancha latía, apenas perceptiblemente, pero con ritmo sostenido, quiso levantarse y tocarla, pero no pudo. Escuchó voces, intentó tomar su pistola, pero tampoco pudo. Todos los sonidos que venían del estacionamiento, siguieron a las voces en una fuga por espiral que se alejaba de él, supuso que volverían de nuevo como la última vez, cuando se quedó dormido. Cerrando los ojos comenzó a imaginar la mancha dentro de sí mismo, en el espacio interior entre la cejas, sentía como su piel se empapaba de esa mancha húmeda, como crecía silenciosamente una selva de algas y mohos por todo su cuerpo. Sus músculos, huesos y piel, se volvían porosos, se atragantaban de diminutas gotas de agua. La sensación era viscosa, como si todo él fuera una gigantesca y gelatinosa esponja adherida a algo, tal vez a la cama, al sucio e incomodo colchón. Un hormigueo al principio insignificante, pero luego generalizado lo envolvió, como una marabunta de insectos que de golpe lo invadían, introduciéndose por cada una de las cavidades en su cuerpo, dificultándole respirar. Los sentía entrar por sus oídos, inundar su boca, taladrar con agudos pinchazos sus globos oculares. Los sintió en el recto, los intestinos. Su esófago y pulmones, estaban congestionados de esas diminutas criaturas. Sus millones de patas con vellos afilados, como las patas de las cucarachas, se movían caóticamente en cada rincón de él. Sacudía con fuerza la cabeza queriendo despertar, en el terror total se resistía, intentaba gritar, aferrarse con un grito a la proa de una vigilia que había abandonado voluntariamente para volverse una mancha de humedad en el techo del mundo.
Hubiese querido despertar, o nunca haberse dormido.
La muerte penetró el umbral de la puerta. La penetró, estrujó sus senos entre sus dedos de nicotina. Su lengua de reptil, húmeda y bicéfala, se arrastró hasta su garganta abriéndose paso entre sus labios, lamiendo su dentadura frontal, untando de asquerosa viscosidad su paladar. Era quizás la proximidad de la muerte, lo contundente del fin, su fin, lo que volvía excitante aquel momento. Se entregó a la pasión con un erotismo que nunca había imaginado, los orgasmos se desataron en cascada llevándola más allá de lo que podría haber descrito 
Cuando él se levantó, para apuntarle con la pistola, tuvo su último orgasmo frente al cañón del arma, fluyó desde las paredes de su vagina hasta sus piernas para diluirse luego en el piso madera.
Cuando encontraron el cadáver en la cajuela, él habían muerto ahogado en su propio vomito. Una mancha de humedad en la túnica del mundo.
(16 de mayo aniversario del natalicio de Rulfo)

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