viernes, 21 de mayo de 2010


La Tierra de los Fantasmas

Por Lizeth Sevilla

Un hombre cuenta sus historias tantas veces que al final él mismo se convierte en esas historias. Siguen viviendo cuando él ya no está. De esta forma, el hombre se hace inmortal.

El gran pez. Tim Burton

A mi abuelo, que vive en mi memoria 
Y a mi padre donde sea que viva


Todas las tardes a la hora de la comida esperábamos ansiosos que él llegara y estuviera de humor para contarnos una historia; le servía mi madre su comida, nos veía a todos sus nietos atentos y comenzaba una de sus tantas historias. En aquellos momentos, todos pensábamos que era un hombre que tenía poderes sobrehumanos, siempre con sus historias le atinaba a alguna de las travesuras que hacíamos durante el día, todos los cuentos tenían una moraleja y terminábamos por aprender una lección. Casi siempre nos preguntaba qué cuento queríamos, pero cuando llegaba con un nuevo, nos tenía a todos atentos, esperando qué había ocurrido con el rehén o si los duendes se habían llevado todos los tesoros. Horas después se levantaba de la mesa, iba a su silla de siempre en el balcón y le dedicaba horas al cielo, al viento y a los pájaros que pasaban por ahí. Llegadas las seis de la tarde, se ponía dispuesto nuevamente a contarnos un cuento, había efectos de sonido, cambios de voces, movimientos de sus cejas o muecas en todo su rostro. Era un hombre excepcional, olía la lluvia horas antes de que llegara a aquel pueblo donde viví mi infancia; me decía que barbas rojas (el viento) le avisaba cuando cambiaba el clima, le atinaba a la hora del día con sólo ver el cielo, hacia cálculos desde sus trincheras y se movía seguro por el mundo. Era una vez un hombre que salió de su casa en busca de trabajo para sostener a sus padres que estaban ancianos, en su camino se encontró a una serpiente atorada bajo una piedra, como la ayudó, la serpiente le regaló una escama y le dijo que la guardara bien; el hombre siguió su camino y se encontró con un hormiga que no podía cargar un trozo de manzana que alguien había tirado en el camino, el hombre la ayudó y la hormiga le regaló una de sus patitas…durante su largo caminó encontró tigres, aves, pulgas que le hicieron el mismo regalo. De pronto llegó frente a las puertas de un gran castillo en el que se rumoraba vivía un hombre malo, para entrar usó la patita de la hormiga y se convirtió en hormiga, aquél día se dio cuenta de que tenía que enfrentarse al ogro del castillo para poder romper la esclavitud del pueblo que tenía siglos sin sonreír… 
Todos llegamos a creer -ilusos- que mi abuelo escuchaba los cuentos cuando salía todas las mañanas a la plaza del pueblo, con sus amigos, pero un día nos llegó la adultez y nos dimos cuenta que mi abuelo, el gran hombre de los cuentos menguaba poco a poco y sus cuentos comenzaban a tener un final incierto, pintaban a realidad y a zozobra. Una mañana del septiembre de aquellos tiempos, nos contó mientras sus nietos acaparábamos los campitos que quedaban de su cama, que el hombre de sus cuentos peleo con un cocodrilo en tierras cercanas a Tecomán, nos contó como luchó con una serpiente que se levantaba para ponerse al tú por tú cuando el hombre trabajaba cortando plátanos en una huerta. Todos lo mirábamos emocionados, esperábamos la siguiente historia, los que aún eran niños, salían airosos a escenificar con sus juguetes las historias de mi abuelo, los que estábamos hasta el tope de la adultez deseábamos que aquellas historias jamás terminaran.
Como mi abuelo, muchos hombres en cada pueblo, que tienen historias para contar, que van y se sientan en las bancas del jardín a ver pasar alegres el tiempo y a la gente, que tienen momentos que compartir con los que estamos llenos de agendas y teléfonos celulares, con los que pensamos que en la vida hay que ser el estandarte de otros, sólo un estandarte con tesis y becas de instancias importantes para la ciencia… en la vida, a veces hay que ser caos, hay que ser planes postergados para otro momento, hay que ser experiencia e incongruencia y cuando lo consideremos prudente para nuestra propia historia, la que le queremos contar a nuestros hijos o nuestros amigos de la vejez hay que enderezar el camino pero en algún momento volver a torcerlo, que no se olvide eso. 
Mi abuelo ya no despertó de aquel largo sueño. Nos dejó sus historias y sus moralejas para rato. Dice mi madre que cuando él fue joven, un día tuvo un encuentro con un cocodrilo, cuando trabajaba en una huerta de plátano, en Tecomán. 

2 comentarios:

  1. Lo que darían muchos por un abuelo como él... Esta historia y lo del cocodrilo me recordó a El viejo y el mar, de Ernest Hemingway...

    Con un saludo, Licencidada.

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  2. Gracias, efectivamente, suena tanto a Hemingway y a esa excelente película de Tim Burton de la cuál hago un epígrafe: El gran pez...

    Saludos.

    Lizeth Sevilla

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