La tierra de los fantasmas
Lizeth Sevilla
“Un minotauro”
Tenía la entera curiosidad de poder entrevistarme con una persona que haya vivido intensamente la Fiesta Brava, que pudiera compartir conmigo y con los lectores una pequeña parte de la emoción y la satisfacción que se siente en la arena, frente al toro, porque lo que se vive ahí, en la arena, resulta inexplicable, una persona que nos diera la oportunidad de saciar, por medio de los renglones y la tinta ese deseo por vivir en todas sus dimensiones el arte y la pasión de la tauromaquia. El matador.
En la vida, uno tiene bellas coincidencias con personas que le suman creatividad a nuestro camino, y coincide también que esa luz y creatividad forman parte del un pueblo lleno de historias y personajes, de movimiento y grandeza como Zapotlán. Don Jesús del Río, nació en Guadalajara en 1930. Desde niño tuvo el fervor por aprender todo lo que se le pusiera a su paso, pero también, a su paso, el capote, la muleta y el estoque conquistaron esta inexpugnable curiosidad de niño que se convirtió en una verdadera lección de vida y en una marca importante, entre cicatrices, triunfos, recuerdos de sus viejos amigos que se adelantaron.
Una tarde cálida, Don Jesús y su familia abrieron las puertas de su casa, para compartir su pasión por la fiesta brava; poniendo frente a mis ojos una bandeja de anécdotas e imágenes llenas de color, explicando de la manera más apasionante lo que se vive antes, durante y después de la fiesta brava, los rituales en boca de un Torero, las cornadas, y los bonitos recuerdos de personas con las que compartió momentos de arduo análisis de las corridas. Recuerdo que iniciamos aquella plática a las cuatro de la tarde, una de sus hijas nos sirvió agua de limón, pasaron las horas, hablamos de corridas, de matadores, rejoneadores, de diversos temas que venían a mi cabeza como hilos que se descolgaban ávidos para ser reconocidos. Don Jesús me habló de la amistad que sostuvo con la famosa rejoneadora Conchita Cintron, conocida como la Diosa Rubia del Toreo, hasta ese día yo sabía poco de ella, pero al ver mi interés, fue directo a su biblioteca personal, sacó un libro Porqué vuelven los toreros, editado en 1977, me lo dio para revisarlo, vi rápidamente una dedicatoria y no quise ser inoportuna, acto seguido, me lo regaló. Hablamos de los momentos en que ellos conversaban; don Jesús aún conserva con mucho cariño uno de los capotes de la rejoneadora chilena. Sacamos temas de equidad de género en el ruedo, de lo satanizada que está la tauromaquia, de las tantas manifestaciones que se llevan a cabo para prohibir las corridas con la consigna de que se asesinan sin miramientos a los toros y como toda verdad es relativa, la de nosotros giró en torno a un supuesto cambiante: Es un arte en el que se percibe lo femenino y lo masculino, no tanto el poder del hombre sobre el animal, sino la lucha de dos animales que se enfrentan sin desventajas. Don Jesús del Río, no ha dejado de ser torero, después de vivir esas experiencias maravillosas en la arena, frente al toro, con los avios a disposición de su creatividad y pasión, porque en la quietud de su hogar, bajo la brisa del viento de las Peñas, Don Jesús vive intensamente cada momento en que estuvo en la arena, y lleva gravado en la piel y en la memoria, todos y cada uno de sus movimientos, los rostros, los triunfos y las derrotas, el dolor y el gusto de hacer lo que estuvo a bien iniciar en su adolescencia en la plaza Progreso, en aquélla tierra que lo vio nacer y que ahora comparte entre nosotros el tiempo y el espacio: su pasión.
Nos dieron las ocho de la noche y nosotros seguimos hablando de toros, de la ganadería, de los rituales antes de entrar a la arena, del lenguaje dentro de una corrida formal de toros; ahora tomábamos café, hacia viento y frio pero el tema daba para muchas horas más.
Uno debe ser capaz de trasmitir al graderio la emoción que se siente en la arena, frente al toro, solo entonces se sabe que uno es un Torero, es el arte de interpretar una obra en movimiento, sin simulacros…
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