jueves, 18 de noviembre de 2010


Poder : el quite y desquite

Por Dámaris Villegas

En un país con una desigualdad social tan marcada, un 70% de pobres, y un nivel exorbitante de impunidad y corrupción, el poder es un bien codiciado. México es un país de acomplejados. De pobres que quieren ser ricos, de ricos que quieren ser poderosos, y de poderosos que quieren ser invulnerables. En un país de inseguridades todos necesitamos sentirnos protegidos. Pero la satisfacción que genera el sentirnos poderosos va más allá de la simple necesidad de protección. Disfrutamos esa sensación de superioridad, y para esto es necesario ejercer "nuestro poder" sobre otros, a quienes consideramos inferiores.
La señora que pasa en su "mami van" del año, casi llevándose al señor que va en bicicleta. El ejecutivo que acosa a su asistente, el maestro intransigente que "truena" a uno que otro alumno nada más porque le da la gana. ¿Por qué lo hacen? Porque pueden, porque no pasa nada. Pero el "quite y desquite" del poder es una estructura circular. Las víctimas descargan su frustración ejerciendo su propio poder a quienes, a su vez, son menos poderosos. El señor de la bicicleta que le grita a su esposa porque tuvo un mal día, la asistente que descarga su coraje y frustración gritándole al portero, el alumno que para sentirse mejor, le da un puntapié a su hermano menor. ¿Por qué lo hacen? Porque pueden, porque no pasa nada.
Con esta serie de personajes e historias hipotéticas, simplemente quiero explicar que todos, en algún momento, somos víctimas del poder, pero también somos victimarios. Por eso, a veces inconscientemente, nos gusta rodearnos de representantes de la autoridad: ese ente de poder, legitimado por la sociedad. Para sentirnos protegidos no nos basta un patrimonio, o el conocimiento de la carta magna, necesitamos "contactos". Presumimos ser primos de, hijos de, amigos de. "Charoleamos" cuanto podemos para que quienes nos rodean sepan "con quién se están metiendo" Esta "necesidad", este mecanismo de autodefensa, crea un sinnúmero de resentimientos y propicia la anomia social. Nadie es invulnerable. Por eso, cuando un poder más fuerte que el de la autoridad se pone al alcance de aquellos desprotegidos, el jugarse la vida es poco, y entonces sí, la estructura circular gira hacia atrás, el juego se invierte: el antes desprotegido, ahora está en posición de ejercer su poder con quien antes lo dominó. Ojalá un día nuestra sociedad avance de tal manera que estas manifestaciones sean innecesarias. Ojalá un día confiemos en nuestros derechos, y respetemos los de los demás. Ojalá un día deje de escucharse el prepotente "tu no sabes quién soy" porque al final, ¿Quiénes somos? Somos seres humanos, mortales, vulnerables, dependientes, iguales; Ojalá un día lo entendamos.


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