jueves, 16 de agosto de 2012


Ingratitud colectiva no recordar como se merece a Fray Antonio Alcalde
Enrique Ibarra Pedroza
El pasado miércoles que leí los periódicos de Guadalajara, además de tristeza, me sentí parte de un sentimiento de ingratitud colectiva. Sólo Milenio y La Jornada publicaron unas cuantas líneas sobre el 220 aniversario luctuoso de Fray Antonio Alcalde, y de todas las autoridades gubernamentales y académicas, salvo la comunidad médica del hospital que lleva su nombre le rindió con su fidelidad acostumbrada un merecido homenaje.
Es injustificable nuestra desmemoria para quién construyó con humanismo, amor y trabajo lo que es hoy nuestra ciudad, a la que llegó en 1771, con 71 años a cuestas. En ese entonces la habitaban menos de 20 mil pobladores, agobiados por la ignorancia, enfermedades, hambre, insalubridad, y falta de consuelo. Con su inconmensurable caridad evangélica, abrió las primeras escuelas de educación para niños indígenas, y dadas su cercanía con el monarca Carlos III, logró (previo el pago de él de 60 mil pesos) la apertura de lo que es la actual Universidad de Guadalajara.
Otra de sus obras cumbre, fue el Hospital de Belén, que edifico "para la humanidad doliente" con mil camas en lugar de las 20 que tenía el antiguo hospital. Además del templo, jardín y camposanto anexos al mismo, erigió 158 casas para familias necesitadas. Inició en Guadalajara la pavimentación de calles y la mejoría de caminos. Implementó comedores populares para atender hasta mil personas diarias. Dejó obras materiales educativas y religiosas en Tlajomulco, Ciudad Gúzman, y Teocaltiche. Pese a su avanzada edad recorrió parte de su diócesis que comprendía más de 1 millón 700 mil km2. (alcanzaba California, Texas y parte de Lousiana).
Como buen dominico vivió en la austeridad, vivió para los demás. Dono para esas obras 1 millón 97 mil pesos. Y su legado personal fue de solo 267 pesos. Con justas razón, el poeta Gutiérrez Nájera después de recorrer el hospital de Belén escribió y describió así a Fray Antonio: "Era español, pero no de la raza de los conquistadores, sino de la raza de los misioneros… y cuentan los que de cosas místicas entienden que el alma de fray Antonio no quiso entrar al cielo: ¡no hubiera sido dichoso entre los dichosos! ¡Está invisible en el hospital de Belén!". Por su bondad, caridad, trabajo, amor, y sus obras que crearon la ciudad en que vivimos, insisto, Guadalajara debe llamarse por gratitud y justicia, Guadalajara de Alcalde.

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