lunes, 22 de febrero de 2016

LA POLITICA DESDE GAYOLA

Por Rodrigo Sánchez Sosa

Definitivamente uno de los problemas de nuestro paradigma económico contemporáneo, que cada vez parece revelarse como irresoluble, es la pobreza. Ninguno de los ideales contemporáneos como la democracia, la justicia, la libertad y la felicidad, son alcanzables desde la pobreza. Es decir, mientras la condición del sistema económico sea la producción masiva de pobres a la periferia del mismo, en otras palabras la exclusión y el despojo, los ideales que sustentan al mismo serán un fraude.
    En un mundo donde la pobreza se reproduce exponencialmente, no hay democracia, no hay justicia, no hay libertad y mucho menos felicidad. Todos estos valores del paradigma político que se ha impuesto en todo el mundo, no son sino ganchos, ilusiones que engañan a las masas despojadas y empobrecidas del mundo. La forma impúdica y depravada en que exhiben su riqueza aquellos que en este sistema tiene el poder económico, político o financiero, es parte del mismo engaño; los pobres son convencidos de que solo necesitan una oportunidad para acceder a los niveles asquerosos de riqueza que observan en la televisión e Internet, que su pobreza no es una cuestión de exclusión, sino de habilidad y oportunidad.
     Los miserables son enganchados por el sistema, viven de forma paupérrima, en casas insalubres, apenas comen y tienen lo indispensable para sobre vivir, y a veces ni eso, pero tienen la capacidad para obtener de forma desesperada y obsesiva, sobra decir que irracional, los símbolos de poder y estatus económico que les son impuestos como necesidades impostergables. Podrán no comer tres días, pero su hambre les financiará un teléfono celular, una smart TV, ropa de marca; dejarán la educación básica y desertarán de la de la educación media y media superior, incluso de la universidad, para, explotar el único valor que les reconoce éste sistema y que ellos poseen de forma natural sin que medie un esfuerzo para ello, que no sea sujetarse a los cánones estéticos  que exige la frivolidad del sistema: su juventud.
     La cual intercambian ya sea como fuerza de trabajo, carne de cañón en el crimen organizado, el ejercito o la policía; incluso vender su cuerpo joven a cambio de esos valores falsos que se exhiben el máximo logro existencial en el entorno sistémico social en el que están inmersos. Este es el camino fácil, está el difícil, pero que lleva al mismo lado: entre los jóvenes pobres que logran una educación superior a cambio de esfuerzos arduos y no poca humillación, los caminos no se bifurcan, la realidad es unidimensional, el reclutamiento y adoctrinamiento va implícito en su preparación, no tiene más opción que reproducir el sistema y ocupar, si son competitivos o sea egoístas y no solidarios, uno de los pocos lugares entre aquellos que reproducen las formas desvergonzadas del lujo y despilfarro de los poderosos en el ámbito grotesco del reducido espacio de la clase media, siempre temerosa de perder los privilegios de esas migajas, y por supuesto, para el sistema, totalmente sacrificables en sus crisis económicas cíclicas que son la regla.
     Los números son fríos, menos del 10% de quienes logran acceder en México a la educación medía superior, terminan una carrera universitaria, la mitad se titula, y de estos últimos menos del 1% logrará remontar sus condiciones sociales elevando su calidad de vida: Así que desertar de la educación, aprovechando el valor de cambio que tiene la juventud para el sistema, aún sabiendo que este valor caduca rápidamente, es una apuesta que tiene más oportunidad estadísticamente hablando que apostarle a la educación.
     Al final, el gran porcentaje de jóvenes termina engrosando la masa pobre sin que pueda hacer mucho por ello. Este ejemplo, nos muestra una realidad cruel, no son los malos maestros, ni los sistemas caducos que adolecen de "calidad", ni la corrupción sindical en el magisterio, ni siquiera la corrupción al interior de la administración de las política educativas de los gobiernos, la causa del deterioro no solo de la educación, sino de la calidad de vida y el futuro de millones de personas en nuestros país, sino el efecto de un sistema diseñado de tal manera que el futuro le sea negado a la gran masa de pobres y desposeídos que representan no solo en México, sino en el mundo,  las tres cuartas partes de la humanidad.
     Lo anterior se puede extender a toda organización social en el mundo, desde la familia hasta las instituciones del estado, las corporaciones, la iglesia e incluso, en muchos casos, las instituciones altruistas y humanitarias. Por una sencilla razón, todas las anteriores son producto de un sistema, de un paradigma impuesto en todo el mundo de forma dogmática como única forma posible de organización: El capitalismo.
   Si no sabe, amable lector, qué es eso de capitalismo, no se preocupe, seguramente siente sus efectos cada vez que se da cuenta que todo se vende en este mundo, incluido el propio ser humano, y el costo de ello es el deterioro ecológico, la guerra, la pobreza y la muerte por todos lados; eso es el capitalismo. El capitalismo se alimenta de los pobres, por eso es imposible que tal combustible se extinga, como todo combustible que genere energía explotable, entre más mejor. Sólo un ejemplo para comprobar lo anterior: en México, en los años 90 del siglo pasado,  se "produjeron" 40 súper millonarios, esto le costó al país en los siguientes 10 años, el empobrecimiento de su población en más del 60%.  De esos cuarenta millonarios producidos por el salinato en nuestro país, podríamos hoy solo contar a tres o cuatros, entre los 100 más ricos del mundo, uno de ellos Carlos Slim, ¿se da cuenta usted de lo ineficiente del sistema?
   ¿Por qué es tan exitoso este sistema? porque los pobres lo reproducimos. Es tanta nuestra necesidad, nuestras carencias, nuestra crisis existencial, como pobres, que vemos como desventaja la solidaridad, la honestidad, la humildad, el apoyo mutuo, la organización. En las colas de los programas de asistencia social, por ejemplo, se nota el egoísmo, el individualismo insensible, en ellas la gente busca la oportunidad para llevarse unas pocas migajas más a costa de otro pobre igual que él, cree aliviar su miseria pasando por sobre la necesidad miserable de sus compañeros de desgracia. Los pobres se arrebatan unos a otros como animales irracionales las sobras que el poderoso reparte, lo poco que deja el sistema criminal para repartirse entre las mayorías desposeídas, en un "·sálvese quien pueda". Esto asegura la permanencia en el poder de los déspotas criminales que ostentan el poder: nuestro egoísmo, nuestra indolencia, nuestra ignorancia, nuestro miedo, nuestra falsa seguridad, nuestro cuestionable hedonismo que tiene como objeto los falsos valores de un sistema inhumano que terminará por asesinarnos, no sin antes hacernos vivir una vida miserable y humillante, que alivia sí, momentáneamente, pero no resuelve, el alcohol, la droga, la iglesia, el sexo casual e irresponsable, y por su puesto, el faceboock (Si no me cree a mi, pregúntele a Francisco I).


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