sábado, 2 de julio de 2016

LA POLITICA DESDE GAYOLA

Por Rodrigo Sánchez Sosa

"Más de dieciséis años han transcurrido desde el infortunado día en que el país, deslumbrado por promesas, lo perdió todo al dejar caer en el olvido los más excelsos bienes de nuestro pasado: la unidad, el honor y la libertad. Desde aquel día en que la traición se impuso, el Todopoderoso ha mantenido apartada de nuestro pueblo su bendición. La discordia y el odio hicieron su entrada. Miles y miles de connacionales pertenecientes a todas las clases sociales, hombres y mujeres, lo mejor de nuestro pueblo, ven con desolación profunda cómo  la nación se debilita y se disuelve en el tumulto de las opiniones políticas egoístas, de los intereses económicos internacionales y de los conflictos doctrinarios.
Como tantas otras veces en el curso de nuestra historia, el país ofrece desde  el tiempo de la revolución un cuadro de discordia desolador. La igualdad, la justicia y la fraternidad prometidas no llegaron nunca, pero en cambio hemos perdido, la tranquilidad, la paz, la libertad. A la pérdida de unidad espiritual, de la voluntad colectiva de nuestro pueblo, siguió la pérdida de su posición  en el mundo.
Calurosamente convencidos de que el pueblo  acudió en el 2000 a la gran contienda sin la menor noción , antes bien movido por la única preocupación de defender la nación de la corrupción y los corruptos, vemos en el terrible destino que nos persigue desde diciembre de 2006 la consecuencia exclusiva de nuestra decadencia interna. El resto del mundo se encuentra asimismo conmovido desde entonces por la crisis humanitaria que genera la violencia interna en nuestro país.
 Nuestro pueblo se halla sumido en la más espantosa miseria. A los  desempleados y hambrientos, sigue la ruina de toda la clase media y de los pequeños industriales y comerciantes. Si esta decadencia llega a apoderarse también por completo de la clase campesina, la magnitud de la catástrofe será incalculable. No se tratará entonces únicamente de la ruina de un Estado, sino de la pérdida de un conjunto de los más altos bienes de la cultura y la civilización, acumulados en el curso nuestra historia como pueblo.
Amenazadores surgen en torno a nosotros los signos que anuncian la consumación de esta decadencia. En un esfuerzo supremo de voluntad y de violencia trata la izquierda, con sus métodos inadecuados, de envenenar y disolver definitivamente el espíritu del pueblo, desarraigado y perturbado ya en lo más íntimo de su ser, para llevarlo de este modo a tiempos que, comparados con las promesas de los actuales predicadores de los partidos, habrían de resultar mucho peores todavía que no lo fue la época que acabamos de atravesar en relación con las promesas de los mismos en 2000 y 2006.

Empezando por la familia y hasta llegar a los eternos fundamentos de nuestra moral y de nuestra fe, pasando por los conceptos de honor y fidelidad, pueblo y patria, cultura y riqueza, nada hay que sea respetado por esta idea exclusivamente negativa y destructora de la corrupción. Años de partidismo han llevado al país a la ruina. Seis años de izquierda significaría su destrucción. Los males mismos de los últimos  años no podrían ser comparados con la desolación de una nación  en cuyo corazón hubiese sido levantada la barbarie del populismo. Los millares desaparecidos, los incontables muertos que esta guerra interior ha costado hasta hoy, pueden ser considerados como el relámpago que presagia la tormenta cercana.

En estas horas de preocupación dominante por la existencia y el porvenir de la nación, nosotros, los hombres y mujeres de la patria, hemos recibido el llamamiento para que, una vez más, en el hogar de la patria, ahora, como antes, nos aprestáramos a luchar  por la salvación del País.  Al sellar para este fin con nuestras manos una alianza común, respondiendo a la generosa iniciativa, hagamos como hijos de la nación, ante Dios, ante nuestras conciencias y ante nuestro pueblo, la promesa de cumplir con decisión y perseverancia la misión que nos ha sido confiada, salvemos la patria.

La herencia que recogemos es terrible. La tarea que hemos de acometer en busca de una solución es la más difícil que, de memoria humana, ha sido impuesta a hombre alguno. La confianza que a todos nos inspira es, no obstante, ilimitada: porque tenemos fe en nuestro pueblo y en los valores imperecederos que atesora. Campesinos, obreros y empresarios, han de aportar conjuntamente las piedras necesarias para la edificación del nuevo País.
El gobierno debe considerar, por tanto, como su primera y principal misión, el restablecimiento de la unidad en el espíritu y en la voluntad de nuestro pueblo. Vigilará y defenderá los cimientos en que se funda la fuerza de nuestra nación. La familia, como célula germinal del pueblo y del Estado, gozará de su protección más decidida. Por encima de todas las clases y estamentos se propone devolver a nuestro pueblo la conciencia de su unidad nacional y política y de los deberes que de ella se derivan. Debemos  hacer del respeto a nuestro gran pasado y del orgullo por nuestras viejas tradiciones la base para la educación de la juventud. Con ello se debe declarar una guerra sin cuartel a la corrupción espiritual, cultural y política.  La nación no debe ni quiere hundirse en la violencia y la corrupción de los criminales.
En lugar de los instintos turbulentos se propone al gobierno elevar de nuevo la disciplina nacional a la categoría de elemento rector de nuestra vida. Al hacerlo así prestará el gobierno su máxima atención a todas aquellas instituciones que son los verdaderos baluartes de la fuerza y de la energía nacional.
El gobierno nacional deberá resolver el gran problema de la reorganización económica de nuestro pueblo por medio de dos grandes planes sexenales: Protección eficaz a la clase campesina como medio para mantener la base de la subsistencia material y, con ello, de la vida misma de la nación. Protección eficaz a los obreros por medio de una campaña enérgica y general contra el desempleo.
En dieciséis años los partidos  han arruinado a la clase campesina. En  dieciséis años han creado un ejército de millones de obreros en el desempleo y expuestos al crimen.  Dentro de cuatro años el campesinado nacional debe haber sido arrancado de la miseria, la explotación  y la violencia de los criminales corruptos. Dentro de cuatro años el desempleo debe haber sido definitivamente vencido. Con ello han de producirse, al propio tiempo, las condiciones previas para el florecimiento de las demás actividades económicas.
 A la par que esta tarea gigantesca de saneamiento de nuestra economía, el gobierno  deberá acometer el saneamiento de la nación, de los Estados autónomos y de los municipios, en su administración y su sistema tributario.
Únicamente así llegará a ser una realidad de carne y hueso el mantenimiento del  país sobre la base del principio federativo.
 La preocupación por el pan cotidiano deberá ir también acompañada del cumplimiento de los deberes sociales en los casos de enfermedad y de vejez.
En la economía de la administración, el fomento del trabajo, la protección a nuestra clase campesina, así como en el aprovechamiento de las iniciativas individuales reside al propio tiempo la mejor garantía para evitar cualquier experimento que pueda poner en peligro nuestra moneda.
En política exterior, deberá entender el gobierno que su principal misión consiste en la defensa de los derechos de nuestro pueblo frente a los intereses extrancionales, unida a la reconquista de su independencia económica y política. Debe estar dispuesto a acabar con la situación caótica que atraviesa el país, contribuyendo con ello a incorporarnos en la comunidad internacional, como un Estado de igual valor que los demás, pero al mismo tiempo también con iguales derechos. El gobierno deberá sentirse a este respecto animado por la grandeza del deber que le incumbe de contribuir en nombre de este pueblo libre e igual a los demás, al mantenimiento y consolidación de una paz que el mundo necesita hoy más que nunca.
Con decisión y fieles a nuestro juramento debemos acudir directamente al pueblo, vista la incapacidad del actual gobierno, para que nos preste su apoyo en la tarea que nos proponemos realizar.
 .Apelemos, por consiguiente, al pueblo  para que venga a refrendar, con su propia firma, este acto de patriotismo. Los dieciséis años de ruina nacional no son obra del pueblo sino de los criminales corruptos.  Lo que el gobierno no puede hacer es someter esta labor de regeneración a la aprobación de aquellos traidores que provocaron la catástrofe.
Los partidos  y sus colaboradores han dispuesto de  años para poner a prueba sus capacidades. El resultado es un país en ruinas: miles de muertos y miles de desaparecidos.
Quiera Dios conceder su gracia a nuestra obra, orientar rectamente nuestra voluntad, bendecir nuestras intenciones y colmarnos con la confianza de nuestro pueblo.
¡No combatamos  por nuestro interés propio, sino por Alemania!"
Adolfo Hitler. Discurso pronunciado el 1 de febrero de 1933 (Fechas y palabras claves cambiadas por el columnista a propósito).

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