La tierra de los fantasmas
Lizeth Sevilla
De insomnio y conversaciones
Tal vez el día lluvioso sea el responsable de esta melancolía. Somos una máquina complicada en la que los hilos del presente activo se enredan en la tela del pasado muerto y todo eso se cruza y entrecruza de tal modo, en lazos y apreturas, que hay momentos en los que la vida cae toda sobre nosotros y nos deja perplejos, confusos y súbitamente amputados del futuro. José Saramago.
Algún día de abril del 2010, son casi las seis de la tarde, hace sol, la luz se cuela por las ventanas, hay tiempo y ruido; con los años vamos aprendiendo que hay prioridades en la vida, que la realidad demanda nuestra presencia porque hay desempleo, muertes de todo tipo tanto las de terceros como la de uno mismo, que hay delincuencia y que urge debatirlo. Naturalmente en las páginas de un suplemento podríamos encontrar un arsenal de escritos al respecto (aunque no siempre se nos presente la mejor información) sin embargo, para los que vamos por la vida, últimamente quietos, vale la pena detenerse y contar los detalles. En este escrito he decidido bajarme del mundo y contarles detalles de una vida de insomnio, movimiento, rostros, platicas, café…
Una buena conversación es casi como un buen orgasmo, iniciamos con entusiasmo y deseo, arrebatamos al otro sus pausas para adelantar nuestros argumentos, para contarlo todo, nos cruzamos en un punto en el que parece que estamos de acuerdo y que los dos disfrutamos de la velada y poco a poco vamos bajando la guardia, como quien admite que lo ha contado todo, que no se le ha escapado ningún detalle y entonces viene el silencio en el que cada uno a su modo formula minificciones, preguntas y se llena de soledades para volver a empezar la batalla. Hace unas semanas, me encontraba en casa de un viejo amigo, normalmente nos reunimos para crear proyectos macabros sobre cómo huirle a la pereza, sin embargo, terminamos inmutados frente a nuestras circunstancias, tomando café, té de manzanilla o ya cuando la economía no da para más pues le entramos a lo que se encuentre en su alacena; en ese proceso en el que nos dijimos todo, los viajes, la fotografía, las carreras profesionales y los fantasmas de las ex parejas que rondan por los portales, llegamos a un punto en el que no queríamos compartir ninguna otra situación, así que iniciamos un juego en el que se involucraban sensaciones, recuerdos, pausas largas y simplemente nos dijimos palabras sueltas; para alguien que entiende lo que significa la asociación libre, soltarse enunciando palabras con base en un tema, significa mucho, significa una historia sin adjetivos, sin nexos pero con mucha profundidad.
Yo le dije Luna y él respondió noche, frio, complicidad calma, conversación, tabaco, café, té, silencio, complicidad. Él me dijo Cama y un silencio sepulcral invadió aquel juego; finalmente rompí las reglas y comencé a enunciar oraciones cortas, le dije entonces, cerca de la puerta un colchón, en las paredes tinta, recortes de periódico cubrían aquellas ventanas transparentes, en el vacío a veces noticias, a veces jazz a veces silencio, en cada esquina un trozo de piel, en el suelo hálitos y gemidos, por las noches había ciencia o poesía y guardaba dentro de un sillón la ropa limpia. Yo le dije fotografía y también rompió las reglas, respondió: en el desierto una luna llena, un par de senos dispuestos a todo, la lluvia de estrellas que no captó el lente pero sí los ojos pardos de aquella muchacha, una carretera sin dueño, se terminó la pila. El me dijo Tiempo y yo le respondí: salió volando por la ventana una noche en la que me quedé dormida.
El otro día me preguntaron en quien pienso cuando escribo o - la pregunta obligada- en quien me inspiro. Hay que escribir las insatisfacciones, los pequeños detalles que nos aturden y nos han dejado mudos, esto es parte de la vida cotidiana; el amor, la paz, los orgasmos y el delicioso café de olla hay que vivirlos antes de que se vuelvan complicados y haya que garabatearlos.
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