viernes, 2 de octubre de 2015


La Mano del Metate
Por Hugo Rodríguez Vázquez

¿Qué más podía esperarse?
Su buena fe y su nobleza se constata con su ingenuidad. Hablo de los padres de familia de los 43 muchachos de Ayotzinapa. El día 24 de este mes acudieron a la cita concertada con el presidentito y su corte de simuladores. Aunque también me cabe la duda: es probable que esta reunión haya sido una estrategia de los padres para exhibir una vez más a esta caricatura de presidente, exhibirlo ante el pueblo de México y ante los miembros del Grupo Interdisciplinario Independiente, quienes también participaron en la reunión.
Se requiere ser ingenuo para esperar algo de este gobierno, una mínima intención, un mínimo interés hacia los reclamos populares. No hay posibilidad de esperar nada. A este régimen sólo le importa mantener a salvo, intocables, los cotos de `poder de las facciones que lo sostienen. No le importa en absoluto el reflejo de su desempeño en la sociedad.
Cuando arribaron los padres de familia al lugar de la cita, fueron villana y exhaustivamente revisados por los esbirros del estado mayor. No se permitió ninguna cámara, ningún celular. Después de casi media hora hizo su arribo el presidentito de utilería. Escuchó con fría indiferencia la participación de los padres y de los investigadores independientes y después les dijo que ellos y él estaban del mismo lado, algo imposible, porque del lado de la mafia gobernante sólo están los traidores a esta noble patria.
Luego se fue y dejó la conclusión del evento en manos del mestizo chino que funge como secretario de gobernación. Frío, despectivo, como un autómata hueco, igual que la altiva y gélida procuradora Arely Gómez, quien ni de broma regaló siguiera una mirada a los familiares de los estudiantes. Con sus actitudes parecían decirles a los padres: "ya estamos hartos de ustedes". Allí estaban dos mundos muy distintos: Nuestro México más entrañable y honesto, vestido de huaraches, playera y sombrero, con su dignidad a salvo a pesar de su mirada triste, a pesar del acuciante dolor por la ausencia de sus hijos, y el otro México, minúsculo pero poderoso, el de los trajes de casimir europeo, el México del abominable y corrupto régimen partidocrático. Al salir, una vez más, los padres y madres fueron revisados hasta los huesos por los prepotentes robots del estado mayor.
El sábado 26 el presidentito de unos cuantos salió temprano a Nueva York, donde el 29 tendría una comparecencia ante la asamblea general de la ONU. No nos importa lo que en ese escenario diga, ya sabemos que son mentiras. Se fue desde el 26 como siempre lo hace cuando algo importante ocurre en el país: para decirnos a todos con su actitud ausentista que le importan un cacahuate las incontenibles y cada vez más intensas demostraciones de repudio de la multitud que ese día salió a manifestarse, a reclamar justicia plena en memoria de los 43 estudiantes, a reclamar justicia por tanto crimen ignorado, por tanta negligencia, ineptitud y corrupción; se fue porque no le importa ningún asunto que se relacione con el pueblo de México, el cual le grita exigiéndole que ya se vaya. Este individuo nada tiene que ver con México, es nuestro dolor de estómago, el castigo que quizás nos merecemos por no haber salido aquel primer domingo de julio de 2012 a votar masivamente en su contra para volver inútil la trampa, la compra de votos.
En los poco más de tres años que restan para que el sujeto se vaya, las cosas van a seguir igual… o peor. En cuanto al crimen de Ayotzinapa, el presidentito se hace la ilusión de que el tiempo acabará desgastando la lucha de los padres y de todos los mexicanos honestos que, a pesar de nuestras diarias dificultades, con mucha empatía y genuina compasión hemos alojado su dolor en nuestros corazones, un dolor que no amaina, que no se extinguirá, un agravio que todo el México verdadero lleva en su entraña.
Como dijo el subcomandante Marcos en memoria de los estudiantes: "llegará el día de la justicia, el tiempo en que paguen los que nos deben todo".
Por ello, por el dolor de los padres de familia de los estudiantes de Ayotzinapa, que es también nuestro dolor, decimos con ellos:
"Mientras que no conozcamos con pruebas irrefutables el paradero de nuestros hijos; mientras las víctimas no seamos tratadas con dignidad; mientras los asesinos no sean detenidos y castigados; mientras los narcopolíticos sigan gobernando; mientras no haya verdad, nuestra legítima búsqueda de justicia marcará su administración y a su nombre se asociará el de Ayotzinapa como símbolo de la impunidad y la corrupción que reina en el país. Mientras no sepamos dónde están nuestros hijos, nuestro grito seguirá resonando en todo el país:
¡VIVOS SE LOS LLEVARON, VIVOS LOS QUEREMOS!



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