lunes, 22 de agosto de 2016

Especial para Horizontes...
Juan Antonio Montenegro, ¿Conspirador revolucionario o joven libertino y hablador?
Reportaje de Investigación de Rodrigo Sánchez Sosa 

Don Juan Antonio Rafael Montenegro Arias y Alarcón  nació en Sayula Xalisco el 26 de diciembre de 1768. Sus padres, de origen español, fueron don Diego Montenegro y Alarcón, rico comerciante de Guadalajara avecindado en Sayula; y doña Margarita Arias y Camberos, de Sayula. Reconocido como precursor de la independencia de México, y uno de los primeros conspiradores, este criollo sayulense, fue juzgado por la inquisición en 1795 acusado de sedición. Lo que a continuación leerá, es un estudio de los documentos de esa acusación y las conclusiones, así como la opinión de Gabriel Torres Puga, historiador que analiza el verdadero papel histórico de este sayulense destacado del siglo XVIII:
"Juan Antonio Montenegro provenía de una familia próspera de la ciudad de Sayula en Nueva Galicia. Su padre, que era comerciante, tenía esperanzas en la carrera eclesiástica de ese hijo, el primero o el segundo de cinco, nacido en 1768. Con una beca, el muchacho cursó sus estudios en el seminario de San José en Guadalajara; optó por la teología y se graduó de bachiller. En 1790 fue ordenado como subdiácono y un año más tarde prosiguió sus estudios en México, en el colegio de San Ildefonso, gracias al padrinazgo de un miembro del Consulado. Su correspondencia da idea de una niñez feliz en Sayula que concluyó abruptamente cuando el joven se alejó del seno familiar a los 13 años. Las cartas de los familiares tienen rasgos de cariño y añoranza; sobre todo un par que se relaciona con la muerte de su madre: ´Mi muy estimado hermanito […] pídele a Dios que nos dé el consuelo y conformidad en su voluntá divina, pues en tan grande pena sólo su Divina Majestad nos consuela`.  Por su parte, las cartas de su padre revelan a un hombre culto y afectuoso, empeñado en convertir a su hijo en un eclesiástico de renombre. No obstante, una de ellas, recibida por Montenegro en 1793, cuando ya había obtenido el grado de licenciado y estaba por terminar su estancia en la ciudad de México, provocó un disgusto entre ellos. Según la carta de una pariente, el padre le había reclamado los gastos que hacía en él, y Montenegro se ofendió al sentirse tratado como una inversión que debía producir réditos.
Por su parte, los borradores de Montenegro y las cartas de otros estudiantes dan pistas sobre lo que fue su vida de colegial: menciones a cursos y a libros, a los logros y los tropiezos académicos y a las expectativas que unos y otros generaban. Cuando Montenegro tenía 18 años un compañero suyo le escribió para felicitarlo por sus adelantamientos en el colegio y en particular por su ´primoroso examen de jure´, aunque lamentaba que hubiera optado por estudiar teología y filosofía escolástica, en vez de cánones, siendo que esta última era ´buena facultad para todo, como es robar, enamorar y ser estimado de todas, que es alguna cosa´.
Precisamente la correspondencia también permite saber algo sobre las continuas ´escapadas` del colegio y de los amores furtivos. De los propios, pues existe un borrador de una carta amorosa -en que protestaba dejar el colegio y vaticinaba su muerte si la señorita en cuestión lo despreciaba- y también de los ajenos. Uno de sus amigos le relata, en verso, las infecciones que le han provocado sus aventuras con una dama; 16 mientras que otro da un giro repentino en su discurso para hablar de mujeres y terminar hablando de prostitutas (´entre las peladitas, me han asegurado, y aun entre algunos decentes, el que hay algunas putitas razonables, pero estoy instruido el que todas son de frailes, a cuyas expensas subsisten`). Esta última carta ofrece, además, una mirada crítica sobre Guadalajara. Con humor, el amigo recomienda a Montenegro quedarse en México. ¿Para qué regresar a una ciudad pobre y sin atractivos, a no ser el juego de apuestas; con exceso de toros y polvo, dominada por un presidente (de la Audiencia) dedicado a ´pasearse y divertirse´. Le habían dicho que no reconocería a Guadalajara de tanto lujo; pero todo era falso, como ´falsísimo´ el que se hubieran empedrado las calles. A mediados de 1793, Montenegro había recibido ya el grado de licenciado; pero decidió permanecer en México un par de meses antes de volver a Guadalajara. En compañía de otros tres jóvenes (Manuel Velasco, Luis Sagazola y Manuel Gorriño), también egresados de San Ildefonso, alquilaron una casa desde la cual pudieron acercarse a los placeres y a los riesgos de la vida mundana de la gran capital. Fue también una oportunidad para hablar de política y satisfacer la curiosidad con las noticias que llegaban de Europa, este último aspecto ocasionaría la desgracia de Montenegro.19 Durante ese par de meses, él se acercó demasiado a gente que discutía el contenido de las gacetas y compartía noticias frescas sobre la guerra y la revolución de Francia; si bien, lo mismo hicieron casi todos sus compañeros, tanto los que fueron citados como los que lo acusaron.  Fue justamente uno de ellos quien lo denunció a mediados de 1793. Manuel Velasco acusó a Montenegro de haberle dicho que estaba al tanto (porque otro excolegial llamado José María Contreras se lo había contado) de una conjuración contra el gobierno que pretendía establecer una república. No sólo eso: Montenegro había criticado a los reyes de España (decía que veían a la América como su granero y no buscaban su bien), con un tono que lo hacía sospechoso de aprobar la conjura y de desear que se estableciera en México una república con un congreso.
Además, había dicho que la religión era un sistema político de que se valían los reyes para sujetar a los pueblos y que la salvación era posible en cualquier religión. En consecuencia, el comisario de la Inquisición realizó un par de interrogatorios a los excompañeros de Montenegro, sin que éstos arrojaran pruebas más que de su vida alegre y de su imprudencia al opinar. Gorriño, por ejemplo, aseveró que, si bien en un principio había creído que Montenegro leía y defendía a Rousseau, a Voltaire y a otros escritores ´del siglo´, terminó convencido de que hablaba sin convicción; de que era un ´fanático de los que quieren señalarse por la novedad de la doctrina´. Así, el caso quedó en suspenso durante un año hasta que, en el verano de 1794, las indagatorias del pasquín y el miedo a la supuesta conjura que investigaba la Real Sala del Crimen hicieron verosímil lo que hasta entonces había parecido un mero rumor. En consecuencia, los inquisidores ordenaron su arresto inmediato. Unos días antes, Luis Sagazola, otro de los compañeros de Montenegro, le envió una carta con las últimas novedades de la capital: ´Con motivo de unos pasquines que pusieron provocando a la libertad e imitar la Francia, hay muy buenos enredos. Han pillado a algunos franceses, criollos y aun clérigos. Ha caído Covarrubias, alias Portatui, amigo de Gorriño, Morelli, Durrey, Buzon y otros´.  Es difícil decidir cuál era la intención de esta carta: ¿Trataba de prevenirlo? ¿Quería tenderle una trampa?
En cualquier caso, Montenegro debió recibir la carta muy poco antes de que el deán de Guadalajara lo arrestara al volver de Sayula donde estaba de vacaciones, en nombre del Santo Oficio.
Los inquisidores mandaron hacer nuevos interrogatorios y enviaron la sumaria de delitos por calificar, casi al momento en que Montenegro ingresó a las cárceles del tribunal. Para los frailes calificadores, que sólo juzgaban los ´dichos y hechos´, el acusado no tenía nombre. Era, según lo que informaban los inquisidores, un ´eclesiástico, doctor en sagrada teología´, ´libre, lujurioso y algo dado a la bebida´, aunque había proferido sus dichos en su entero juicio. Como era habitual, los calificadores analizaron cada una de las "proposiciones" del sujeto; pero el indicio de que el acusado había apoyado una conjuración les bastó para pintarlo de cuerpo entero:
 ´Calificar de acción gloriosa una horrible rebelión al Soberano, una destrucción de la patria con la pérdida casi consiguiente de la católica religión, innumerables muertes, robos, estupros, incendios y total ruina de la Iglesia y el Estado, sólo puede verificarse en un furioso Convencionista de la infeliz Francia, por lo que reputamos al reo por coligado con esa horrorosa gavilla de bestias feroces`  Sobre esta calificación se basó el fiscal para hacer su acusación, a la que tuvo que responder el reo durante el año de 1795, al tiempo que el comisario de corte realizaba las indagatorias faltantes y los inquisidores intentaban completar todas las causas contra franceses y españoles que tenían en curso.
La defensa de Montenegro y los indicios recogidos durante el proceso aminoraron la culpa y modificaron el perfil del monstruo dibujado por el fiscal. El alegato del abogado, la confesión del reo, los testimonios de sus compañeros y probablemente las cartas mismas desdibujaron la imagen de un ´furioso convencionista´ envuelto en una conjuración. El abismo entre la primera calificación y la que se emitió al final del proceso tuvo mucho que ver con la disminución del miedo que habían propiciado los arrestos de 1794. Así, el ´hereje formal, indiferentista, tolerante, imbuido en las pestilentes máximas de la furiosa Convención francesa, sedicioso, sublevador y enemigo de las supremas potestades, especialmente de su natural Señor´ pasó a ser un joven imprudente. Los calificadores consideraron que cuando el reo había proferido lo dicho ´era menor de edad, aunque próximo a los veinte y cinco, en que es tan natural la debilidad del juicio y falta de reflexión, que aunque no eximen, minoran mucho la calidad de sus excesos´ y, por tanto, lo consideraron ´levemente sospechoso de herejía, principalmente en los puntos relativos a la institución y obediencia a los Reyes´.  Lamentablemente para un hombre que, como él, buscaba labrar su fama en la carrera eclesiástica, partes ocultas de su vida habían quedado al descubierto y ésta quedaría marcada con el sello de la desconfianza.
La conducta de Montenegro no había sido muy distinta a la de sus compañeros citados en el proceso. Las cartas sugieren cierta indisciplina compartida y un gusto por las novedades políticas. Sagazola y Gorriño habían estado presentes en la mayoría de las conversaciones y, sin embargo, a diferencia de Montenegro, lograron mantenerse a salvo de las suspicacias inquisitoriales.
No obstante, los testigos siempre fueron unánimes en la conducta ejemplar del estudiante, pues siempre defendía la monarquía e impugnaba cualquier insinuación favorable a los cambios introducidos en Francia. Según Sagazola, Montenegro muchas veces soltaba a Gorriño una serie de proposiciones con el único afán de ver qué cara ponía y cómo salía del aprieto, burlándose de su excesiva escrupulosidad.
Regañado y humillado, el doctor Montenegro fue condenado a destierro (10 años) de la ciudad de México y a dos años de reclusión en el colegio de Santa Cruz de Querétaro, con la obligación de hacer ejercicios espirituales durante los primeros cuarenta días de su reclusión.
El caso de Montenegro debió ser un modelo negativo para advertencia y edificación de los estudiantes. Así lo debieron entender los rectores de los colegios que fueron invitados al auto particular de fe en el que el reo abjuró las sospechas de herejía. Montenegro logró retomar su carrera eclesiástica después del arresto inquisitorial, sin alcanzar ya los méritos a los que habían aspirado él y su padre." (Gabriel Torres Puga. "Individuos sospechosos: microhistoria de un eclesiástico criollo y un cirujano francés en la ciudad de México".  El colegio de México. México 2014)
Montenegro fue fundador de la Universidad de Guadalajara; en 1824 fue diputado por Xalisco al primer congreso constituyente; en 1833 fue capellán del templo de la Tercera Orden, hoy de San José,  en Sayula. Murió entre 1835 y 1837, sin que se sepa exactamente la fecha.


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