domingo, 25 de septiembre de 2016

LA POLITICA DESDE GAYOLA

Por Rodrigo Sánchez Sosa

Decía Aristóteles que el hombre es un animal político. Es un animal que a diferencia de otros animales no sólo vive en sociedad sino que la crea. No es el impulso innato el que crea las organizaciones humanas, sino que el hombre en su interacción crea lo que llamamos sociedad, cultura, tejido social, civitas, urbanismo, civilización; o sea en la política.
El animal aunque determinado por un instinto de vivir en grupos organizados como los primates o las hormigas, con un leguaje rudimentario y jerarquías de organización básicas, debe adaptarse a un medio, a un ecosistema dado por la naturaleza. El hombre no, lo crea. Por eso es un animal político, concepto que se adjetiviza: Polis: ciudad. Político: lo relativo a la ciudad, su creación y organización.
Para muchos pude ser un insulto llamar al hombre animal. Para las ciencias biológicas y la medicina, quizá no sea tan descabellado, de hecho, no lo es. No se puede decir lo mismo de las ciencias sociales: la historia, la filosofía, la sociología, la psicología y la antropología (la tesis religiosa la dejaremos de la lado esta vez por ser poco interesante), que encuentran algo más que impulso y determinismo biológico en el comportamiento humano, sobre todo en lo tocante a su conducta social.
Pero veamos ¿es el hombre animal o no lo es? Deteniéndonos un poco para analizar la cuestión, tendríamos que decir que el concepto hombre, ser humano, incluso humanismo, son idealidades, subjetivismos, abstracción. Son modelos creados para medirnos moralmente, valores éticos del comportamiento de ese ente que llamamos hombre, que casi siempre contrastan con la realidad: el hombre muy en el fondo, no se comporta como hombre, es irracional la mayor parte del tiempo, impulsivo, cruel y violento.
Entonces, ¿es el hombre un animal más? Tampoco podríamos calificar al hombre por lo ya dicho como animal, aunque prevalezcan en él los instintos más básicos. Es verdad que tenemos conductas comparables a los animales, pero no somos animales. ¿Qué somos? somos una mescla de ambos, del animal concreto: instintivo, dependiente del medio natural, hasta cierto punto peligroso y salvaje; y también depositarios de esa idealidad que llamamos ser Humano, con todas sus grandes aspiraciones casi divinas. Sin ser ni lo uno ni lo otro.
Somos producto de nuestro medio natural, este nos condiciona, pero no nos determina. Hacemos historia, algo que los animales no podrían hacer. Tampoco los seres humanos idealizados, porque la historia es algo por hacer y el ser humano como idea es algo ya hecho, que no tiene historia (Adán, por ejemplo, es el mito perfecto del hombre sin historia; éste fue creado de una vez bajo ciertas condiciones que no se impuso él mismo, se le impusieron). Somos seres históricos porque se nos da una vida para hacer, nunca hecha. Por lo mismo somos libres porque esa historia no está determinada, depende de mí, como la historia de una comunidad depende de esta, de su voluntad de asumir la libertad de determinarse ejerciendo su voluntad.
Lo anterior sólo tiene sentido, con la conciencia de existencia y finitud, y en tal sentido Adán llega a ser el primer hombre porque se vuelve consiente de sus existencia al saber que morirá. La libertad, la voluntad, la propia vida solo tienen sentido porque el hombre es un ser mortal.
Se pueden tener todos los placeres y éxitos en la vida, ciertamente. Muchos hombres poderosos han experimentado esto. Pero tarde o temprano lo que parecía ser omnipotencia se vuelve nada frente a la vejez, que es una forma dosificada de muerte, y la muerte misma. Desde los milenarios emperadores chinos han buscado la formula de la inmortalidad, sin lograr su objetivo pese a todo el poder acumulado en vida. Aún la prepotente ciencia técnica de nuestros días, habla de abolir la muerte. Quizás una manipulación de nuestro ADN logre alargar la vida más allá del ciclo natural, mucho más allá, y eventualmente logre suprimir la muerte natural. Pero entonces el hombre dejaría de ser hombre, dejaría de hacer historia, ciencia, arte y en general cultura; pues el sentido de todo eso sería vacuo, vacío.  Entonces, la vida solo tendría sentido en un mundo de riesgo y suicidio, donde en vez de buscar la vida se buscaría la muerte. Todos a salvo de la muerte natural, procuraríamos las experiencias extremas en busca de sentirnos vivos.
El animal político de Aristóteles vuelto inmortal, sería como un dios griego, frívolo y absurdo, pasional, caprichoso y autodestructivo.
Hoy mismo, no podemos alcanzar la inmortalidad, por más dinero que pudiéramos tener, el ejemplo es claro: Steve Jobes, uno de los hombres más ricos del mundo muerto reciente mente victima del cáncer, si hubiera cura a la muerte él podría haberla comprado. Sin embargo, el poder puede simular la inmortalidad, no es nada nuevo, muchos poderosos y tiranos se sintieron inmortales, desde los chinos hasta los gringos hoy, que sueñan con la vacuna genética contra la muerte.
Mientras este fenómeno que promete volver al hombre la sombra del hombre, la inmortalidad, llega, los "dioses" que crea la corrupción política y corporativa, juegan al inmortal en un mundo cada vez más frívolo, absurdo, pasional, caprichoso y violentamente destructivo. Quizás la respuesta al por qué las encuestas, que hoy asombran al primer mundo, estadísticamente encuentran más gente feliz en los países pobres que en los ricos, sea el que la gente vive cada instante sabiendo que va a morir y no angustiado porque está muriendo, entre confort, lujo y drogas de diseño.
La política, el asunto de la Polis o ciudad, debería ser la felicidad de las personas y no la frivolidad de unos cuantos. Por ello la Política sólo tiene sentido desde Gayola; en preferente, es asunto inmoral y siniestro. El hombre se comporta como animal porque pretende no saber, como este, que morirá; o busca la muerte en el peor de los absurdos porque la considera deseable, un valor, a causa de sus instintos más primitivos.

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