lunes, 20 de marzo de 2017

                           LA POLITICA DESDE GAYOLA

Por Rodrigo Sànchez Sosa

El discurso de un ateo
Ateo, su raíz etimológica griega es "A", que se podría traducir como ausencia de. Y "Theus" Dios. Nosotros entendemos "ateo" como una palabra fuerte, un adjetivo hasta siniestro. Ateo, dícese de quien no tiene un dios, el que no cree en este, y en el peor de los casos, aquel que está en contra de dios. Algo tremendo para una educación y tendencia que, dicen algunos científicos modernos, es un impulso programado en el cerebro humano promedio.
     Eso nos hace pensar a los ateos, como seres oscuros e inmorales; pero algunos de los hombres que más han legado a la humanidad fueron Ateos (Karl Marx, Carl Sagan, Charles Chaplin, algunos de los ilustrados franceses, Gandhi, Ricardo Flores Magón, Stephen Hawking; y otros en la historia que, aunque no se atrevieron a confesarlo abiertamente por miedo, los delataba su pensamiento). Paradójicamente aquellos que han sido reconocidos monstruos genocidas, han sido creyentes de los distintos dioses (Hitler, Mussolini, Franco, Pinochet, Reagan , Bush o nuestro mocho Felipe de Jesús Calderón Hinojosa artífice de la guerra contra el narco en México que ha costado ya 150 mil vidas en el país)   y las guerras religiosas han cobrado más víctimas a la humanidad que las guerras por motivos distintos a la religión. No trato aquí de probar que la fe sea mala, de hecho, no lo es; sólo es un dato estadístico para reflexionar. De la religión, me reservo mi opinión en cuanto a este juicio, por ser una institución que regentea la espiritualidad y la fe de las personas, capitalizándola política y económicamente con fines de sometimiento, control, explotación, o sea, de poder (imaginemos a la iglesia y el estado juntos…).
"De acuerdo con la Real Academia de la Lengua, ser ateo significa rechazar la existencia de uno o más dioses, es la postura más radical, contrario a lo que nos han enseñado en las religiones existentes o en casa. El ateísmo tomó fuerza en el siglo XVIII, pero resurgió con los librepensadores, el escepticismo científico y la crítica a la religión, cualquiera que esta sea". Estephanie Gutiérrez.
Sería para la opinión común imposible imaginar que un ateo haga algo desinteresado por su prójimo, ya que no lo rige una moral fundada en una creencia o temor de dios. Nos imaginamos a los ateos como seres perversos que se aprovechan de los demás, sanguinarios, intolerantes, criminales, interesados en su propio beneficio a cualquier costa, capaces de asesinar niños, ancianos y mujeres indefensas por su avaricia. Ser capaces de matar de hambre a un pueblo entero sólo por complacer sus impulsos y deseos o caprichos ostentosos y egoístas. Esclavistas, explotadores, represores, violadores, asesinos, adoradores de la muerte y satanás; provocadores de conflicto, guerra y violencia entre los hombres y las naciones, sin más fin que su provecho (la semejanza con la burguesía capitalista y el neoliberalismo actual ¿es una coincidencia? hasta donde sé, la burguesía tiene como uno de sus valores fundamentales, la creencia en Dios. Ellos confían en Dios, dice la moneda que rige el mundo capitalista, el dólar: In God we trust. Así que, no puede ser ¿o sí?...)
¿Imaginaría usted cómo sería el sermón de un ateo en una iglesia cristiana? ¿absurdo? No por supuesto. Hoy compartiré uno con usted:
" ´No hagas a otros lo que no quieras que te hagan a ti ´ es uno de los principios fundamentales de la ética. Pero es igualmente justificado afirmar: Todo lo que hagas a otro te lo haces a ti mismo.´ Decía Erich From. Pero ¿quién es el otro? Mi semejante, mi hermano, es decir el otro hombre frente de mí, diferente, pero igual a mí. Queda claro.
En la Biblia nos dice que el hombre natural es enemigo de Dios ¿Quién es el hombre natural? El hombre animalizado, primitivo, impulsivo, que no reconoce en sus semejantes sino enemigos, competidores en un mundo con recursos limitados, que defiende, tal como una fiera, su territorio. Habría que añadir a las palabras de la biblia que el hombre natural es enemigo de sí mismo, en un sentido más amplio y profundo, si el hombre natural es ya un animal, no es más hombre, en ese sentido destruye la humanidad en él mismo.
El hombre natural sólo da cuenta de sí mismo, como Caín. Sólo se preocupa por sobrevivir, para lo cual le basta su instinto. No le importa ni dios ni sus semejantes, sólo sobrevive a cualquier precio, en eso no aventaja a los animales más primitivos como los reptiles incluso a las bacterias. Para ello no hace falta la fe, ni la espiritualidad, ni un cerebro humano.
La relación con el otro es esencial para la existencia no sólo humana si no animal en el caso de los mamíferos que son la especie a la que pertenece el hombre en el reino animal. Sobraría decir aquí que lo mismo aplica para los hijos de Dios. Si no hay semejante, otros, el reino de dios no es posible. Surge aquí la pregunta ¿Qué tan semejantes deben ser los iguales a mí, los semejantes necesarios para mi sobrevivir natural y espiritual? Uno acepta que la familia, los amigos y hasta los conocidos, sean nuestros semejantes; pero, los desconocidos, los forasteros y hasta los enemigos ¿Merecen la misma o una consideración equivalente? En la Biblia, Mateo 5: 43-48, dice que, que debemos amar a nuestros enemigos. Porque si amamos a quienes nos aman, no hay gracia en ello. Incluso manda amar a los malvados. Un mandato con lógica, y es que, si se diera por sí mismo el amar a otros, si fuera algo instintivo, natural, no sería impuesto por mandato (Kant. Critica de la razón práctica.), no tendría ningún valor por no suponer un esfuerzo. El discurso es claro, en nada se diferencia de un animal o de un malvado, aquél que ama a quienes lo aman, a quienes conoce, con quien se identifica. Ya que tarde o temprano el malvado hará daño a quien ama, el animal, muchas veces se come a sus hijos o estos a él, dependiendo de su necesidad. Parece decir aquí la biblia que seamos humanos, amando más allá del instinto, construyendo la humanidad en base a un esfuerzo del que no es capaz otra criatura, nos invita a ser hombres de buena voluntad; que no es otra cosa, que un autocontrol: la autoconstrucción de nuestra humanidad, que comienza, con esta condicional: amarnos los unos a los otros incondicionalmente, porque al hacerlo nos amamos a nosotros mismos.
Parece difícil entender que se debe amar a los enemigos y aún a los malvados, lo cual no significa alentar su maldad, fomentarla o aceptarla; pero, no sólo es posible, sino que no nos queda otra opción como humanos. Marco Aurelio, un Emperador y Filósofo romano, de la corriente estoica del pensamiento griego; decía al respecto que, al encontrarnos con otro humano no debemos pensar si es bueno o malo, sino que es tan humano como nosotros y sin él no viviríamos humanamente. Advierte, sin embargo, el filósofo español contemporáneo, Fernando Sabater, al mismo respecto, que no se debe tomar esto tan al pie de la letra, porque si un ladrón viene a robarme no lo voy a dejar sólo porque sin él no podría vivir humanamente. La Biblia diría que Dios ama al pecador, pero odia el pecado.
En todo caso, la biblia da una esperanza de trasformar el corazón del hombre, todo hombre puede ser trasformado por su fe, que es fe sino creer en lo no evidente. Es al final una autoconfianza en el destino propio y en el de los demás, destino en el  sentido, no que nos determine como tal, inevitablemente, sino en su acepción de constructo, el destino que se forja en común. Destruir el esfuerzo de otros es exactamente lo contrario de la fe (y la razón), es la maldad.
El monstruo Frankenstein, en la novela de Mary Shelley publicada en 1818, a la pregunta de por qué era malo, el monstruo responde "porque soy desgraciado", nadie es feliz en la maldad, los profetas del cristianismo han dicho: "La maldad nunca fue felicidad". El malvado vive infeliz. El malvado trata de ser feliz ignorando el daño que provoca, pero "la ignorancia, aunque esté satisfecha consigo misma, es también una forma de desgracia".
Es posible que la maldad satisfaga resentimientos y deseos de venganza, pero eso no es felicidad, la felicidad implica paz interior. Hacer a otro lo que me hizo en el devenir de la maldad, sacia mi sed de desquite, pero aumenta el mal que me rodea. La maldad parece sujetarse a la segunda ley de la termodinámica: la maldad va de donde hay más a donde hay menos y sólo con un esfuerzo se puede lograr el flujo inverso; lo mismo podemos decir de la buena voluntad, su flujo es de más a menos: hacer el bien a otro al que no le debo ese bien, sino un mal, aumenta la buena voluntad y no al contrario. Esperar del malvado un bien es esperar que las cosas caigan hacia arriba (o tiendan en sentido inverso al centro de un en sistema gravitatorio). Pero tal como un hoyo negro en el espacio puede irradiar calor al mismo tiempo que su gravedad no deja escapar ni siquiera la luz, que es lo más veloz en el universo; el corazón del malvado puede invertir el flujo del mal en lo que como en el caso del hoyo negro, parece un milagro, pero que es lo que le da sentido al universo finalmente (física cuántica).
Jesús enseña el amor como método de liberación en la biblia, y es congruente en ello: El que ama es libre y está en paz consigo mismo y los demás, el malvado que odia, es esclavo de su odio y es desgraciado y ni todo el dinero del mundo podría sacar la infelicidad de su corazón.
Jesús prometió al que ama que conocería la verdad y la verdad lo haría libre, según la biblia. La verdad es el amor que nos libera de nosotros mismos, del hombre natural, de la tendencia primitiva a la animalidad. No hay peor esclavitud que ser esclavo de sus propios apetitos, el hombre libre conoce esta verdad, la humanidad es una porque se opone al impulso primitivo del hombre, y si bien crea un sistema neurótico que llamamos cultura, civilización, es el precio de vivir la humanidad, nuestra humanidad. De ahí que el amar sea una imposición, no un instinto en cabalidad. El primer y más grande mandamiento, dice la biblia.
Lucas 2: 13-14: ´Paz en la Tierra a los Hombres de buena Voluntad´. Marcos 7:21-22: ´La voluntad está en el corazón…´ "
Discurso pronunciado por un ateo anónimo en una iglesia cristiana.

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