jueves, 11 de febrero de 2010


La separacion de los amantes....

Lizeth Sevilla


Cuando uno escribe con la finalidad de compartir historias de la calle, no advierte que pasa a ser el vouyerista de la vida de los demás, pero cuando uno de nuestros escritos se asemeja tanto a nuestra propia realidad, entonces nos quedamos mudos y usamos la palabra. 
Ellos se vivían diariamente con lo que implica tener una relación que la sociedad denomina seria. Con la juventud a cuestas, los proyectos de cada uno, la rutina, las noches acompañados entre ellos, con sus rituales, con sus sábanas y sus gemidos, se vivían entre fantasmas, dolores, silencio. No eran una historia de tantas, cada día se esforzaban por tratar de marcar la diferencia, de escarbar en el tiempo y sus pretextos el momento ideal para continuar compartiendo un espacio de su realidad.
Pero un día despertaron con el horror del mundo sobre sus hombros y entre gritos, pretextos y llanto, él salio de la casa y en teoría jamás regresó. ¿Después? Ella no podía reaccionar, entre sacar la ropa de la casa y demás pertenencias le vino un llanto perecedero y una soledad húmeda, las noches fueron frías y el cuerpo se mantuvo frígido, con un ardor de caricias y ausencia de manos. Él siguió adelante, con esa misma historia a cuestas, pero con nuevos bríos adquiridos en otras latitudes, con nuevas gentes -y a veces las de antes- con sus manías, sus fantasmas -también los de antes- con pieles que le satisfacían en lo mundano. A ella le dijeron que se cortara el pelo, que cambiara su guardarropa, que viajara, tal vez así vendría el olvido. A el no le dijeron nada, tomó cerveza, habló poco y siguió fiel a sus convicciones de trascendencia. Para los dos la separación viene a significar la muerte del Yo, la muerte de una parte importante de la esencia en la que uno sabe que tiene al Otro para estar significativamente vivo.
En el libro La separación de los amantes del Psicoanalista Igor Caruso, plantea la separación como una premisa no estudiada por los profesionales de la salud, en la que posiblemente las personas vivan un proceso paulatino de muerte en la que forzosamente se va adquiriendo una independencia que se pone en pause cuando uno vive en pareja. Desde un punto psicoanalítico hablamos de estas pérdidas como la preparación que tenemos para morir un instante o morir para siempre en esa etapa en la que tratamos de armar un rompecabezas sobre nuestras vidas con la pareja y sin ella, en la que ponemos en cajas los instantes y nos adherimos a otros como fieles sanguijuelas: Pero el otro vive mientras yo muero. Me sobrevive aunque en realidad también sufre la misma muerte. Mientras mejor y más agradablemente sobreviva más cruel es mi muerte. 
Muerte o reafirmación de vida, la separación del ser que se ama supone una serie de estadios en los que se evita sucumbir y perderse en un mundo de reclamos y soledad. Nadie vive un duelo semejante, hay quienes adolecen hasta el punto de la locura o la frialdad y hay quienes evitan este estado del alma o del ser -como sea es abstracto-.
Dice Caruso, para los que han sido separados, a los amantes, a los que odian, a los indiferentes a los perplejos y a los confiados, sólo hay un camino hacia esa estabilidad que a veces es un simulacro, el dolor se vive, no hay otra salida decente. Me gustaría creerle. 
Termino este escrito con una cita de San Agustín de su libro de Confesiones: Y no podía vivir sin él…¡Con qué dolor se entenebreció mi corazón! Cuanto miraba era muerte para mí… Y cuanto había comunicado con él se me volvía sin él crudelísimo suplicio. Y llegué a odiar todas las cosas porque no le tenían. Me había hecho a mi mismo un gran lío y preguntaba a mi alma por qué estaba triste y me conturbaba tanto y no sabía qué responderme. 


1 comentario:

  1. El dolor es ineludible, así como la muerte y el llanto. Mas nadie debe afligirse, sino congratularse de las oportunidades que en ellas expresa la vida.

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