martes, 15 de diciembre de 2015

Especial para Horizontes...

El concepto de ocio durante la colonia y

sus implicaciones sociales en el Sayula

actual


Reportaje de Investigación de Rodrigo Sánchez Sosa


Que pasaría si de repente, un grupo indeterminado de personas pero importante, en una sociedad, decidiera no trabar más. Uno de los valores más preciados de las sociedades actuales, el trabajo, se vería rechazado, obviamente; pero, sobre todo, esto pondría en jaque el sistema de producción y distribución de servicios y mercancías al interior de esa sociedad. Surgirían preguntas como ¿Quién alimentará a este grupo que ha decidió no producir más? ¿Quién asumirá tal costo? ¿Estaría obligada, y por qué motivo, la citada sociedad a la que este grupo pertenece, a seguir considerando a tal grupo disidente como parte de ella? ¿Habría que expulsarlos? Queda claro que el trabajo como valor social, reproduce un sistema concreto de creación y distribución de medios de vida, sus relaciones de poder, y estatus social.
Los marginados sociales se ven empujados por las circunstancias al ocio no como una pausa recreativa sino como una condición indeseable, porque el desempleo o el ocio impuesto en nuestras sociedades significan en este caso, no sólo la privación de un medio de subsistencia sino la devaluación como personas de algunas de ellas. El ocio impuesto por las circunstancia y como resultado de un correlato de las contradicciones de un orden social y económico determinado, estigmatiza a las personas. Estas, son señaladas y privadas de su condición de iguales para y por aquellos que conservan su lugar en la producción comunitaria.
Se vuelven no-personas y son referentes de lo negativo dentro de la sociedad, aquellos que contra su voluntad se ven privados del trabajo. La única razón por la que voluntariamente alguien renuncia al trabajo en una sociedad dada, tiene que ver con la necesidad de trasformar las relaciones de producción de esa sociedad; por ejemplo, las huelgas de algunos sectores de laborales en sociedades injustas y explotadoras de la clase trabajadora. No trabajar es un regreso a la condición primita de la organización humana, un estado en el que se dependía directamente de los procesos naturales de un medio o ecosistema, donde la naturaleza provee con el mínimo esfuerzo por parte del hombre, comparado con el trabajo moderno, los medios elementales de su sobrevivencia.
Aquel que no trabaja, fuere por la situación que fuere, es marginado, señalado y hasta violentado, en sociedades herederas de valores asociados con el trabajo duro y el auto sacrificio. Se ve como una afrenta peligrosa el ocio en tales comunidades. Durante la colonia del siglo XVI hasta finales del siglo XVIII, el ocio como vicio, tenía el estatus de crimen, aparte de ser uno de los siete pecados capitales del catolicismo.
En las ciudades de la Nueva España, como Sayula, vagabundos y mendigos hacían sentir su presencia errática y miserable, se hacían perceptible en las calles, plazas e iglesias. Poseían un rostro inconfundible e identificable; en sus caras se dibujaban las huellas de las carencias y los excesos, y en sus cuerpos desnudos se traslucía la miseria. Seres omnipresentes, los mendigos y vagabundo o vagos eran la contra parte de la ciudad ilustrada y de la bonanza colonial. Ofendían con su presencia al resto de los pobladores de las ciudades novo hispanas.
Vagos, ociosos, limosneros mendigos, pobres como entonces eran conocidos, compartían los espacios públicos de las ciudades virreinales en México con el resto de la sociedad: clérigos, monjes, criollos, comerciantes, ricos peninsulares, letrados, mestizos e indios en mejores condiciones sociales, principalmente durante el siglo XVIII, cuando España entró en crisis económica y social debido a su déficit comercial con los otros países europeos.
El dinero entonces se concentró en pocas manos, y la producción en España era deficiente frente a los grandes centros productores de bienes y mercancías en el núcleo de la reciente revolución industrial en Europa, desde donde España importaba mercancías para su mercado interno y colonias, las cuales tenían prohibido por decreto producir tales satisfactores para no competir con las importaciones de la metrópoli
. La pobreza y mendicidad que esto causó a la península y sus colonias, se reflejó en un aumento de la desocupación, la pobreza extrema y el ocio obligado. Esto trajo muchos aventureros a la Nueva España, que terminaron como vagabundos en la colonia. No se les permitía vivir a estos desocupados viciosos y trashumantes en pueblos de indios, aunque fuesen mestizos, mulatos.
Su licenciosa forma de vivir preocupaba a la Corona, y por tanto ésta ordenaba que se les obligara a adquirir algún oficio. Si acaso los vagabundos se resistían a trabajar, la Corona sentenciaba de manera lapidaria: "échenlos de la tierra", así muchos terminaron en Chile o Las Filipinas. Sin embargo, para el siglo XVIII la vagancia se había convertido en una enfermedad endémica en la Nueva España. Si lograban apoderarse, estos vagos, por la vía que fuese, de dinero u objetos que aseguraran su diaria sobrevivencia, se podían dedicar a las actividades propias de su condición: la embriaguez y los juegos prohibidos. Por eso se aseguraba que la ociosidad era la madre de todos los vicios. Los mendigos y los pobres, eran vistos con mayor benevolencia. La caridad cristiana hacía permisible y aun necesaria su presencia en la Nueva España.
Nos dice María Eugenia Terrones investigadora del ITAM. El ocio por el ocio de las clases inferiores en la sociedad novo hispana, era condenado, de ahí que hoy, en un Sayula heredero directo de los valores de la colonia que se han reproducido hasta nuestros días, el resistirse a trabajar y abrazar una vida contemplativa o de resistencia a la explotación, sea visto como vicio infame y afrenta social.
Sin embargo la crítica social de Paul Lafargue, en 1848, pone en entre dicho éste valor de esta manera: "Una extraña locura se ha apoderado de las clases obreras de los países en que reina la civilización capitalista. Esa locura es responsable de las miserias individuales y sociales que, desde hace dos siglos, torturan a la triste humanidad. Esa locura es el amor al trabajo, la pasión moribunda del trabajo, que llega hasta el agotamiento de las fuerzas vitales del individuo y de su prole.
En vez de reaccionar contra tal aberración mental, los curas, los economistas y los moralistas, han sacro-santificado el trabajo. Hombres ciegos y de limitada inteligencia han querido ser más sabios que su Dios; hombres débiles y despreciables, han querido rehabilitar lo que su Dios había maldecido… los griegos de la gran época no tenían más que desprecio por el trabajo, solamente a los esclavos les estaba permitido trabajar; el hombre libre no conocía más que los ejercicios corporales y los juegos de la inteligencia.
Fue aquel el tiempo de un Aristóteles, de un Fidias, de un Aristófanes; el tiempo en que un puñado de bravos destruía en Maratón las hordas del Asia, que Alejandro conquistaría rápidamente.
Cristo, en su sermón de la montaña, predicó la pereza: "Contemplad cómo crecen los lirios de los campos; ellos no trabajan, ni hilan, y sin embargo, yo os lo digo, Salomón, en toda su gloria, no estuvo más espléndidamente vestido"
En nuestra sociedad, ¿cuáles son las clases que aman el trabajo por el trabajo?
Los campesinos propietarios, los pequeños burgueses, quienes, curvados los unos sobre sus tierras, sepultados los otros en sus negocios, se mueven como el topo en la galería subterránea, sin enderezarse nunca más para contemplar a su gusto la naturaleza.
Y también el proletariado, la gran clase de los productores de todos los países, la clase que, emancipándose, emancipará a la humanidad del trabajo servil y hará del animal humano un ser libre; también el proletariado, traicionando sus instintos e ignorando su misión histórica, se ha dejado pervertir por el dogma del trabajo. Duro y terrible ha sido su castigo.
Todas las miserias individuales y sociales son el fruto de su pasión por el trabajo…en 1780 (siglo XVIII) ya se predicaba abiertamente en Londres el trabajo como freno a las nobles pasiones del hombre:
"Cuanto más trabajen mis pueblos, menos vicios tendrán -escribíaNapoleón desde Orterode-.Yo soy la autoridad..., y estaría dispuesto a ordenar que el domingo, pasada la hora del servicio divino, se reabrieran los negocios y volvieran los obreros a su trabajo."
Para extirpar la pereza y doblegar los sentimientos de orgullo e independencia que ella engendra, en Londres un autor propuso encerrar a los pobres "en casas ideales de trabajo" (ideal workhouses), que se convertirían en "casas de terror, donde se obligaría a trabajar catorce horas diarias, de modo que, descontando el tiempo de las comidas, quedarían siempre doce horas de trabajo "llenas y enteras".
Doce horas de trabajo por día; he ahí el ideal de los filántropos y de los moralistas del siglo XVIII. ¡Cómo hemos sobrepasado ese non plus ultra! Los talleres y ranchos modernos se han convertido en "casas ideales" de corrección; donde se encarcela a las masas obreras y campesina, donde no sólo se condena a trabajos forzados de doce y catorce horas diarias a los hombres, sino también a las mujeres y a hasta a los niños.”
La obsesión por el trabajo en nuestra sociedad, es producto de una idea perfeccionada en el siglo XVIII, ideada por la burguesía salvaje de la revolución industrial; y producto en nuestro caso, de una crisis económica de la España colonial de principios de ese siglo, que temía al ocio por sus repercusiones sociales en el control de sus colonias. El culto insano al trabajo, produce frustración, ansiedad y vacio existencial, pues el trabajador bajo éste valor lleva al agotamiento, cansancio y a veces hasta la muerte, en nombre de un excedente, un plus valor, que se lo apropia el explotador como derecho. El derecho al ocio de las clases poderosas no es cuestionable, es incluso una meta para quienes trabajan hasta más allá de sus fuerzas para algún día merecer ese ocio burgués que tiene todo el prestigio social y felicidad que niega la disciplina del trabajo como falso valor proletario; por supuesto, tal ocio nunca llega y si lo hace termina matándolos. La búsqueda del ocio le es natural al hombre, y no el trabajo, el trabajo deteriora física, emocional e intelectualmente al ser humano. En este sentido, nuestra obsesión por el trabajo en Sayula, ha creado grandes fortunas, y por ello los explotadores sayulenses han condicionado siempre la explotación foránea. En Sayula consideramos al ocio, no como un derecho natural y saludable del hombre, sino como un vicio o un pecado, debido a estos antecedentes.

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