lunes, 23 de agosto de 2021

           Política y Covid. Despilfarro e irresponsabilidad

Por Rodrigo Sánchez Sosa

Recientemente, en plena tercera ola de contagios en el país, en uno de los momentos más difícil en relación a esta pandemia en el municipio de Sayula, se dio a conocer que el alcalde con licencia y reelecto Daniel Carrión, se había contagiado de Covid. En redes sociales se manejó una versión trágica de su estado, lo que los enterados dicen, es que, son exageraciones, “por su demencia para hacerse notar”. Lo cierto es que la enfermedad esta vez, al parecer en su variante más virulenta llegó al municipio, al menos eso dice la  secretaria de salud según los medios. El costo en vidas ha sido muy lamentable y pese a las medidas siguen los contagios. 


Otra cosa cierta es que, la gestión de la enfermedad en el municipio y el estado ha sido de mala a pésima. Más preocupado nuestro gobernador y su pupilo, el hoy alcalde electo para un segundo periodo e Sayula, por conservar el poder que por la salud de sus gobernados, no tomaron ninguna responsabilidad sanitaria en sus campañas (bueno, Alfaro manipulándolas) que no fuera el cubre bocas naranja, claro, como si fuera más bien un fetiche que una herramienta profiláctica preventiva . Empresas faraónicas, las campañas de MC, despilfarraron recursos públicos desconsideradamente. Los mítines y cierres de campaña no tomaron en cuenta más que medidas muy básicas de protección. Parecía como si la Pandemia hubiera desaparecido, aunque ciertamente llegamos a estar en semáforo verde con respecto a contagios, nada más lejos de la verdad, como se puede ver hoy, fue el suponer que ya no importaba cuidarse o cuidar a otros. Los demás partidos, sin excepción, siguieron el juego del "no pasa nada".

Hoy en día, no por el contagio del señor presidente electo, sino por el resultado de esta tercera ola de contagios, puede resultarle todo un contexto tenso para su política de fantasía y photoshop. Luego de desgracias, el pueblo busca culpables, y pese a que la simpatía aún hasta hoy es apabullante a favor del señor Carrión Calvario en el municipio, el futuro es incierto. 

Siempre es oportuno, para el análisis de la política a futuro, la opinión del ya conocido en esta columna, Slavoj Zizek. El maestro del desastre, como algunos lo llaman, nos advierte, sobre las consecuencias en la psique colectiva de esta pandemia. Es cuestión de sumar dos y dos en Jalisco para advertir el escenario en los próximos meses, porque la pandemia, señores de MC, incluido Esquer y compañía que ya se terminó el presupuesto estatal para desastres (imagínese, este bruto), va pa´ largo y la imagen ya no va a servir de nada. Nosotros, los de a pie,  crucemos los dedos y confiemos en la vacuna, porque no nos queda otra: 

"Tal vez podamos aprender algo sobre nuestras reacciones a las epidemias de coronavirus de la psiquiatra y autora Elisabeth Kübler-Ross, quien, en "Sobre la muerte y los moribundos", propuso el famoso esquema de las cinco etapas de cómo reaccionamos al enterarnos de que tenemos, por ejemplo, una enfermedad terminal: Negación (uno simplemente se niega a aceptar el hecho, como: "Esto no puede estar sucediendo, no a mí"); Ira (que explota cuando ya no podemos negar el hecho:"¿Cómo puede sucederme esto a mí?"); Negociación (la esperanza de que podemos de alguna manera posponer o disminuir el hecho, como: "Sólo déjame vivir para ver a mis hijos graduarse."); Depresión (desinversión libidinal, como: "Voy a morir, así que, ¿por qué molestarse con algo?"); y finalmente Aceptación ("No puedo luchar contra ello, bien puedo prepararme para ello."). Kübler-Ross aplicó posteriormente estas etapas a cualquier forma de pérdida personal catastrófica (desempleo, muerte de un ser querido, divorcio, farmacodependencia) y también hizo hincapié en que no necesariamente vienen en el mismo orden, ni todas las cinco etapas son experimentadas por todos los pacientes. 

Se pueden percibir las mismas cinco etapas siempre que una sociedad se enfrenta a algún acontecimiento traumático. Tomemos la amenaza de una catástrofe ecológica. En primer lugar, tendemos a negarlo: "es sólo paranoia, todo lo que realmente sucede son las habituales oscilaciones de los patrones climáticos". Luego viene la ira - a las grandes corporaciones que contaminan nuestro medio ambiente y al gobierno que ignora los peligros. A esto le sigue la negación: "si reciclamos nuestros residuos, podemos ganar algo de tiempo; además, también tiene sus ventajas: ahora podemos cultivar vegetales en Groenlandia, los barcos podrán transportar mercancías de China a los Estados Unidos mucho más rápidamente a través de la ruta del norte, se está disponiendo de nuevas tierras fértiles en el norte de Siberia debido al derretimiento del permafrost". Luego sigue la depresión ("es demasiado tarde, estamos perdidos"), y, finalmente, la aceptación - "¡estamos tratando con una seria amenaza y tendremos que cambiar toda nuestra forma de vida! 

Lo mismo ocurre con la creciente amenaza del control digital sobre nuestras vidas. De nuevo, primero, tendemos a negarlo, y lo consideramos "una exageración", "más paranoia izquierdista", "ninguna agencia puede controlar nuestra actividad diaria". Entonces explotamos de rabia contra las grandes empresas y las agencias estatales secretas que "nos conocen mejor de lo que nos conocemos a nosotros mismos" y usan este conocimiento para controlarnos y manipularnos. Le sigue la negociación (las autoridades tienen derecho a buscar terroristas, pero no a violar nuestra privacidad), la depresión (es demasiado tarde, nuestra privacidad se ha perdido, la era de las libertades personales ha terminado). Y, finalmente, viene la aceptación: "el control digital es una amenaza para nuestra libertad, debemos hacer que el público sea consciente de todas sus dimensiones y comprometernos a combatirlo". 

En la época medieval, los ciudadanos de un pueblo afectado reaccionaba a los signos de la plaga de una manera similar: primero la negación, luego la ira (a nuestras vidas pecaminosas por las que somos castigados, o incluso al cruel Dios que lo permitió), luego la negación (no es tan malo, evitemos a los que están enfermos), luego la depresión (nuestra vida se ha acabado), luego, curiosamente, las orgías ("ya que nuestras vidas se han acabado, consigamos todos los placeres que aún son posibles -bebida, sexo..."). Y, finalmente, hubo aceptación: "aquí estamos, comportémonos tanto como sea posible como si la vida normal continuara". 

¿Y no es así también como estamos tratando con la epidemia del coronavirus que explotó a finales de 2019? Primero, hubo una negación (no está pasando nada grave, algunos individuos irresponsables sólo están sembrando el pánico); luego, la ira (generalmente en forma racista o anti-estatal: los chinos sucios son culpables, nuestro estado no es eficiente...); luego viene la negociación (OK, hay algunas víctimas, pero es menos grave que el SARS, y podemos limitar el daño); si esto no funciona, surge la depresión (no nos engañemos, estamos todos condenados). ¿Pero cómo lo aceptaríamos? Es un hecho extraño que estas epidemias muestran un rasgo común con la última ronda de protestas sociales como las de Francia o Hong Kong: no explotan y luego se esfuman, se quedan aquí y simplemente persisten, trayendo un miedo y una fragilidad permanentes a nuestras vidas. 

Lo que deberíamos aceptar, con lo que deberíamos reconciliarnos, es que hay una subcapa de la vida, la no muerta, estúpidamente repetitiva: la presexual vida de los virus, que siempre estuvo aquí y que siempre estará con nosotros como una sombra oscura, planteando una amenaza a nuestra propia supervivencia, explotando cuando menos lo esperamos. Y a un nivel aún más general, las epidemias virales nos recuerdan la última contingencia y el sinsentido de nuestras vidas: no importa cuán magníficamente esté construido nuestro espíritu, nosotros, la humanidad, creemos que una estúpida contingencia natural como un virus o un asteroide puede acabar con todo. Sin mencionar la lección de la ecología que es que nosotros, la humanidad, también podemos contribuir sin saberlo a este fin." Zizek.   


 

 


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