viernes, 20 de noviembre de 2009

El beneficio de la crisis

Por Juan manuel Chávez Brambila

Hace algún tiempo, en una conversación con el Dr. Vicente Preciado Zacarías, uno de los hombres más cultos del sur de Jalisco, escuché de su boca una afirmación que me pareció contradictoria: dijo el Dr. Preciado que las dictaduras eran la mejor forma de gobierno. Me quedé perplejo porque si algo ha defendido a lo largo de su vida, es su amor por la democracia y la justicia.

Pero pasó a explicarlo enseguida: dijo que son el mejor sistema de gobierno porque por naturaleza son temporales, ya que generalmente suelen afectar a la gran mayoría de personas que vive bajo tal o cual dictadura, lo que lleva tarde o temprano a que la sociedad se una y derroque al dictador, lo que a su vez trae una renovación, un renacimiento de la solidaridad, las virtudes del accionar colectivo se manifiestan. Este renacer, dijo el Dr. Preciado, refresca y vivifica los pueblos, los prepara con rapidez y fuerza para superar sus problemas y les da aliento para crecer y convivir como comunidades verdaderas.
Nos puso como ejemplo más reciente en Latinoamérica, el caso de Nicaragua, donde en 1979 los sandinistas, con total apoyo popular, derrocaron al sanguinario dictador Anastasio Somoza. Con penurias y grandes dificultades, Nicaragua va avanzando en un régimen democrático que poco a poco se perfecciona. Actualmente su presidente es Daniel Ortega, uno de los principales comandantes de la insurgencia sandinista.
Con el tiempo, las fuerzas retrógradas que siempre existen en la mayoría de los países, vuelven a imponer su ley, ya que la sociedad se aletarga y entran en decadencia los valores patrióticos; se debilitan los sentimientos de identidad nacional, los vínculos entre la gente, crecen la desconfianza, la apatía y el desencanto, entre otras cosas, lo cual aprovechan los buitres que siempre están al acecho, para volver a empoderarse y manejar las variables e intereses nacionales a su favor.
Esto es lo que nos sucede ahora en México, donde sectores profundamente corrompidos se han apoderado del gobierno y de las riquezas nacionales, al grado de que nos imponen sus decisiones y nos quitan cualquier posibilidad de realización personal y familiar. Estamos en la situación crítica de un máximo de desconfianza entre nosotros, recelamos hasta del vecino, mantenemos cerradas nuestras puertas y hemos casi perdido nuestra característica solidaridad. Lo que no está en duda es el amor por este hermoso país que hombres y mujeres valientes nos heredaron, incluso dando su vida, con la guerra de Independencia y la Revolución. Nunca fuimos tan indignos de nuestra historia, pero conservamos, por fortuna, el ingrediente del amor patrio, que es el mejor caldo para preparar el cambio a que todos aspiramos.
La reacción a las sucias y hediondas emanaciones que despide este pantano en el que nunca habíamos estado, comienza a manifestarse. El consenso y el empeño por el cambio crece y crece todos los días. Estamos hoy peor en muchos aspectos que en el umbral de la Revolución Mexicana, porque hay violencia criminal y despiadada que no se ve ni en los países en guerra, ejercida por mafias amparadas e incluso auspiciadas por autoridades; hay criminales sanguinarios que decapitan a sus víctimas y las tiran en la calle, degradación y perversión que trafica con niños y mujeres como mercancía sexual o como artículo de regalo; corrupción generalizada e incontenible en el gobierno que nos coloca ante el mundo como sociedad vergonzante y anacrónica. En fin, para que le sigo si usted ya sabe lo demás.
Esta reacción al proceso de decadencia en que nos encontramos, irá creciendo como bola de nieve y precipitará una crisis que nos permitirá resurgir. El modelo actual es simplemente inviable, el poder público que lo representa no hace sino apretar sus amarras con cada paso que da. El inmundo congreso federal que ahora tenemos no hace sino ahondar las contradicciones y las luchas internas entre los distintos poderes que se disputan el manejo del país, al ser incapaz de trazar un rumbo para el país. Esas distintas fuerzas, cada cual más lejos que la otra de arraigo y representación popular, se neutralizan y se cancelan, paralizando con ello a todo el país. Cada grupo en el Congreso, en el mejor de los casos, se representa a sí mismo, pero en lo general representa a intereses ajenos y hasta ominosos respecto del interés común de la sociedad, esto ya lo sabemos todos, pero vale repetirlo.
En el paisaje de apatía y desencanto en que ahora está convertido el país, se alimenta el germen del cambio inexorable que vendrá; de hecho, las mismas fuerzas que ahora dominan los ejes del país, alimentan este germen al ser incapaces de la mínima autocrítica, o del mínimo sentido común para comprender que en la aridez que dejan a su paso es imposible que sigan floreciendo los frutos con que han estado llenando sus arcas y que no comparten con nadie. Ningún poder establecido, sea público o privado, cede un centímetro. Cientos de facciones, de cotos de poder, grandes y pequeños, se pertrechan, cierran filas y se fortalecen para continuar usufructuando el botín que significa expoliar a una sociedad inerme y desintegrada. Un solo magnate mexicano, el tercero más rico del mundo, tiene mil millones de dólares por cada millón de pobres de este país. Son extremos imposibles de reconciliar.
Ya no da el país para más. No hay ninguna razón para el optimismo. Ninguna reingeniería podría servir para reparar y hacer funcionar el modelo. El debilitamiento del gobierno central lleva al libertinaje y al caos. Cada día se confirma más: este es un estado fallido y en sus fallas nos arrastra a todos a situaciones cada vez peores. Es ya un gobierno totalmente ensimismado, asfixiado en su antigua y crónica atrofia, y su imagen de impotencia y deserción ya se refleja y se replica fielmente en estados como Jalisco, Chihuahua, Michoacán, entre otros. 
El beneficio de la crisis es su desenlace, el cambio que vendrá, un cambio para los próximos cien años, el cambio profundo y verdadero asociado a toda crisis verdadera; las raíces más profundas de las crisis verdaderas, como la nuestra, son más de índole moral que económica. Sin la ropa de la buena economía, la crisis moral se ha quedado desnuda ante un público enfurecido. 
Ese cambio es la única fe que nos queda.

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