domingo, 28 de febrero de 2010


Las mujeres y las coincidencias

Por Lizeth Sevilla

Como la gente se conoce o no se conoce nunca,
 pero total a veces se enamora, suponte que la lluvia te reúne con una mujer debajo de un paraguas. 
Tú le dices: ¿Me permite? y ella, indecisa y sorprendida, sopesando los pros y los contras te contesta que no, que el paraguas es suyo y que te vayas.

El paraguas de Wittgenstein. Oscar de la Borbolla

 A propósito de estas fechas por el día internacional de la mujer que se avecina, en las cuales muchas instituciones organizaran eventos procurando denunciar cómo a través de la historia y aún en estos momentos nos han ido restando oportunidades, cerrando puertas, pero no precisamente porque los hombres -que tienen la mayor parte de protagonismo en estas historias- nos hayan agobiado la existencia, sino por las circunstancias, por nosotras mismas, por las coincidencias, por los movimientos…pero después, cuando pasen estas fechas, seguirán golpeando a las mujeres, seguirán restándonos esencia aquellas personas con pereza de corazón y ciertamente muchas mujeres, las únicas que pueden modificar la historia seguirán permitiéndolo.
Sin embargo, en este escrito, no hablaré de los derechos de las mujeres, del día internacional de la mujer o de lo maravillosas que somos, muchos columnistas, reporteros y demás lo harán; hablaré de las mujeres y las coincidencias, de cómo nuestras vidas, aun la vida de aquellas que van por el mundo siendo el fantasma o la manipulación mayor de la vida de muchos, está sujeta a sorpresas, cambios, de cómo poco a poco uno advierte que este cuento de trascender no es lineal, que uno nace, crece, se desarrolla y a veces muere muchas veces, pero también en el transcurso, ama, odia, recuerda y perversamente, crea las coincidencias.
Fernanda, una de las mujeres de este escrito, después de cuatro años divorciada, permitió que un hombre llegara a su vida, pero esto no fue del todo espontaneo, hacía algunos meses que lo había visto en el jardín, sentado leyendo uno que otro libro, fumando y pensar en acercarse le resultaba vergonzoso, pero un martes no soportó que él tuviera que dar el primer paso, entonces, buscó sentarse durante varios días en la misma banca, poco a poco fue saludando, haciendo conversación hasta que él iluso que sólo leía pudo darse cuenta de que la mujer que estaba sentada a un lado de él era verdaderamente interesante… no fue espontaneo, es cierto, ya lo dije, porque Fernanda se dio cuenta de qué días leía en el Jardín, cuanto tiempo se quedaba e incluso qué libros leía… después, todo fluyó, café, algunos silencios, muchas historias de cama, otras sensaciones. Fernanda se hizo dueña de su coincidencia. 
En cambio, Helena no buscaba una pareja, ella había decidido permanecer en silencio mucho tiempo con respecto a ellos, el hecho de volver a conocer a una persona y tratar de compartir una historia que probablemente sería botada por un lo siento, ya no te quiero, la ponía de manifiesto, la piel todavía le ardía, el alma tenía muchos secretos y dolor. Helena quería volar, quería que el arte del que día a día se agarraba para despertar tuviera algún sentido para las personas que la rodeaban, estaba ansiosa de tener experiencias, de que le pasaran cosas diferentes, de conocer pueblos y gente amable y un buen día, agarró su ruta de fin de semana por el sur de Jalisco, aquél dolor que guardaba celosamente fue quedándose en haciendas, carreteras y uno que otro fantasma se colaba en las fotografías que tomaba. Había lugares en los que Helena no soportaba quedarse, la comida, las tradiciones, esa gente y sus historias, pero un día, mientras trataba de evitar que la vida tomara su rumbo y el duelo llegara a trámite construyendo coincidencias, un señor ya grande de edad que leía a Oscar de la Borbolla, se acercó y le sugirió que leyera el cuento del Paraguas de Wittgenstein, era breve, sencillo y bueno para viajeros. Supongo que Helena entendió el sentido de aquella plática, de la sugerencia de aquel cuento y supongo que sigue viajando con el intento fallido de olvidar.
Desde una perspectiva, a veces los cuentos nos ayudan a entender muchas de las cosas indecibles de nuestras vidas, a veces vamos todas por nuestros rumbos tratando de inventar coincidencias que nos hagan felices por un instante, Fernanda abrió sus sentidos y su piel, Helena evita todo contacto y viaja para no encontrarse en su propio hábitat a los fantasmas que le recuerdan el tejuino, las cabañas y a veces, de un modo fallido, trata de huir de las noches con estrellas… 
En ese cuento de Oscar de la Borbolla, un hombre es el de la coincidencia, y a veces uno puede tener la posibilidad de cambiar la historia, aunque sea en el papel, como lo hace todas las noches Helena.
Ahora suponte que abajo del paraguas ella te contesta: Sí, claro, acompáñame. Y tú, indeciso y sorprendido por haber repasado algunas consecuencias de su negativa anterior, comienzas a contarle que el "no" que te dijo en otro cuento te lanzó a las manos de un asesino y a unas pláticas con Dios y a una serie de hipótesis que ella festeja riendo, justo cuando pasan frente a la puerta donde está el asesino que espera que tú llegues chorreando para matarte; pasan de largo y, como la tarde está de perros y apenas son las seis, ella propone entrar en la cafetería que queda en la calle siguiente, la cual, por supuesto, tiene los sillones azules. Entran, se sacuden la lluvia que les perla la ropa, y ella pide una leche malteada y tú, un café. 
Oscar de la Borbolla
 





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