viernes, 11 de marzo de 2016

LA POLITICA DESDE GAYOLA

Por Rodrigo Sánchez Sosa

Las políticas en educación del priísmo, y las leyes de la reforma educativa, nada tienen que ver con una educación para la libertad y la dignidad humanas. Y sí más bien con un dogma que se impone como doctrina desde los grandes centros financieros internacionales. La educación como mito, religión o superstición, pero no como una herramienta para la libertad del hombre. El sistema de competencias implementado en las escuelas públicas de México, se ha vuelto ya entre los maestros una realidad incuestionable, incluso aplican sus principios a sus propios problemas de la vida cotidiana como la relaciones interpersonales y hasta sexuales. La planeación argumentada, es ya un dogma de fe y un mantra; de la misma manera, no se ve tampoco lo inmoral en las competencias, no como saber hacer, sino saber competir en un bárbaro  "sálvese quien pueda".
    Los niños están siendo educados en esta barbarie ideológica y cultural que tiene su origen en un concepto económico del liberalismo europeo: la propiedad privada. Aquí una reflexión para estos maestros que no ven las consecuencias de su acrítica postura ante la reforma educativa mexicana, que de ninguna manera es la vanguardia  como nos la están vendiendo el gobierno y los corporativos nacionales y sus lamentables órganos empresariales como "mexicanos primero", "México evalúa" y el Consejo Coordinador Empresarial que receta lecturas de 20 minutos para quitar lo pendejo a la gente, como si la lectura fura un producto milagro tal cual los  que ellos fraudulentamente ofrecen a su clientes a diario:
    "La propiedad es un robo decía Proudhon en el siglo XIX y con esta afirmación recogía décadas de pensamiento y análisis  entorno a la mejor forma de organizar la sociedad, para que los seres humanos no se mataran entre sí por disputas sobre la posesión de un pedazo de tierra,  de un vehículo, del alguna herramienta o de la rueca de un alfarero.
    Es el régimen de propiedad privada, sus estructuras e instituciones, así como las relaciones que establecen los hombres entre sí a partir de ahí, el que define la naturaleza de la organización social que pretenden construir los Anarquistas, en el aquí y en el ahora. Ningún pensador anarquista, activista o teórico, entrará a discutir el derecho que tienen las personas sobre un cepillo de dientes, su navaja de afeitar o sobre un par de botas.
   Los grandes teóricos del anarquismo reflexiona sobre el derecho que dicen tener algunas personas para el acaparamiento de tierras, bienes muebles e inmuebles, vehículos, fábricas, y hasta personas, cuando alguna vez se trató el problema de la esclavitud, como un derecho para unos pocos privilegiados. En efecto, el régimen de propiedad que ha obligado a siglos de análisis y estudios de economía política, no sólo define la naturaleza de las relaciones ente las personas, sino que también nos da algunas pistas sobre la estructura política, jurídica, ideológica y cultural en que se apoya dicho régimen.
   Para los anarquistas el asunto no exige una discusión de grandes vuelos: si la propiedad privada está concebida como un derecho humano y mantiene estrecha relación con nuestras nociones de libertad, crecimiento y desarrollo personal, entonces, claramente,  estamos frente al clásico régimen capitalista, burgués, de propiedad. Aquí, las jerarquías entre aquellos que poseen mucho, medianamente, poco y muy poco, son definitivas para entender el funcionamiento del sistema económico. Este, para su funcionamiento, crecimiento y expansión promoverá la competencia, el egoísmo individualista y entenderá la explotación del ser humano por otro, como algo perfectamente natural, de la misma forma que el acaparamiento y la pereza del propietario, mientras sus empleados se parten la espalda por él, es el requisito cultural, ideológico y hasta religioso que legitima el mal llamado derecho humano sobre la propiedad privada, sin distingo de límites, reconvenciones, prejuicios o convicciones morales.
    Las mismas iglesias, en cualquier a de sus vicariantes lo ungen de justificación divina…La revolución inglesa del siglo XVII, la francesa del siglo XVIII, la rusa del siglo XX; las guerras de independencia de América Latina, durante el siglo XIX, y los procesos de descolonización de África y Asia, después de la segunda guerra mundial, son todos cataclismo sociopolíticos y económicos-ideológicos, que han girado, de una u otra forma en torno a la legitimidad del régimen de propiedad privada.  La riqueza de medios y fines con que los hombres y mujeres del siglo XXI cuentan para saldar las diferencias y los desacuerdos entorno a la naturaleza de las relaciones sociales erigidas entre las personas, por razones de propiedad, es tal, que no acaba de sorprender el contraste ofrecido por la realidad, en el cual la violencia, la guerra, la opresión, el despojo, el aislamiento de sociedades enteras y las hambrunas que matan a millones de personas, nunca constituyen el criterio para explicar la ética del canon que está detrás del régimen de propiedad privada. Dicho canon está configurado  solamente por el derecho que tiene los seres humanos a buscar la seguridad.
   La propiedad privada es una garantía indiscutible de seguridad, según el buen entender del burgués henchido de manjares, tiempo libre, y propiedades. En todas estas revoluciones, arriba mencionadas, la relación estrecha y mecánica que se establece entre propiedad y seguridad, produjo toneladas de códigos, masas ingentes de misticismo e ideología, golpes de estado y genocidios, porque los seres humanos, sin propiedad privada, dice la burguesía, se sienten aterradoramente inseguros...
    Pero resulta que sólo los gobiernos centralizados garantizan la seguridad de la propiedad privada. En este caso los Estados y los gobiernos centralizados, deberían recibir, en principio, el total apoyo de los individuos. Pero no siempre es así. Además no existe una relación simétrica entre propiedad y libertad, como han pretendido hacer creer los teóricos del derecho burgués, especializados en este asunto. Es asombrosa la cantidad de leyes, códigos, pronunciamientos, reglamentos y otros, destinada a justificar esa posible simetría. La misma es puramente ideológica. Es mística. Desde la revolución francesa de 1789, la burguesía ha buscado vendernos el mito de que la propiedad privada es una garantía de seguridad, de libertad, de progreso, de crecimiento. Se convirtió en derecho humano, como la vida, la educación, el empleo, la vivienda, la felicidad y otros. Pero, más bien se ha operado todo lo contrario. Ha provocado agresiones, genocidios, desencanto y maltrato contra aquellos que no poseen nada. Al menos, la cultura burguesa en sus diversas expresiones, tiene claro que la propiedad privada es la plataforma sobre la cual reposa todo su quehacer jurídico, político, social e ideológico: por defenderla, legitimarla y promoverla como panacea universal para todos los males de la humanidad, ha hecho revoluciones, ha intrigado, asesinado, saboteado, y triturado a quienes se le han opuesto, porque su concepción de la libertad, la seguridad y la certeza solo pueden explicarse a partir de que la propiedad privada no sea cuestionada de ninguna forma. De acuerdo con el capital y el estado burgués, la propiedad privada es la única garantía y motivación para que el sistema económico no se desplome. Todo ser humano al que se le ocurre cuestionar este derecho o posibilidad, otorgada a todos, supuestamente, sin distingos de etnia, sexo, o condición social, puede ser considerado demente, un desadaptado, un criminal, o un terrorista y solo por imaginar semejante destino podrá ser digno de ser enviado a prisión o al manicomio. De hecho, para la burguesía, son desatinados todos aquellos reformistas a quienes se les ha ocurrido la idea remota  de abolir la propiedad privada. Mientras se agoten en sueños y no se salten las fronteras entre la dimensión onírica y la realidad, la burguesía puede tolerarlos. Pero, a partir del momento de que estos reformadores o soñadores se les ocurre plantear la toma del poder para abolir la propiedad privada, se hace urgente la necesidad de aniquilarlos, sirviéndose de los recursos que sean necesarios." Rodrigo Quesada Mongue.
La educación por competencias no solo es un fraude sino un atentado criminal a la natural organización solidaria del ser humano, tal como la propiedad privada de la que diserta el maestro anarquista costarricense Rodrigo Quesada en los párrafos arriba citados.                  

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