sábado, 23 de enero de 2010

El amor por la libertad

Por Juan Manuel Chávez Brambila

En días pasados llegaron a un rancho de Chihuahua 23 bisontes, 3 machos y 18 hembras, donados por el gobierno de Estados Unidos. Cuando abrieron el corral donde fueron desembarcados, los imponentes animales corrieron impetuosamente hacia el campo abierto y no pararon hasta estar muy lejos de la presencia humana.
Dos hembras vienen preñadas, por lo cual se espera que pronto comenzará a haber prole de bisonte en esas inmensidades semidesérticas. El rancho que los alojará inicialmente tiene una extensión de 5 mil hectáreas, pero están por concretarse gestiones para un parque natural de alrededor de 600 mil hectáreas, una superficie mayor que la del estado de Colima, el cual podría caber 50 veces en el estado de Chihuahua.
Una vez que esto suceda, el gobierno gringo donará 30 bisontes más, para asegurar una multiplicación más rápida de la especie con la suficiente diversidad genética para impedir la endogamia.
Antes de la conquista, los bisontes abundaban desde el sur de Canadá hasta el centro de la República Mexicana. Los llanos de El Bajío en Guanajuato, tuvieron en alguna época poblaciones considerables. Sin embargo, con la conquista, cada vez más numerosos contingentes de bárbaros europeos se asentaron en estas tierras e iniciaron el exterminio de los bisontes para que no compitieran con sus vacas por los pastos de las praderas americanas.
Igual suerte corrieron las poblaciones nativas de indígenas, genuinas dueñas de estos territorios. Todavía a principios del siglo XX hubo guerras de exterminio contra las tribus yaquis de Sonora. Los indígenas nunca significaron un peligro para el bisonte ni para otras especies, ya que jamás se desarrolló en ellos el maniático afán de acumulación de riqueza propio de las poblaciones europeas. Tomaban de la tierra lo que necesitaban sin actitud depredadora, con el debido respeto y buen sentido propios de comunidades civilizadas, respetuosas de la naturaleza.
Otras especies que los invasores europeos consideraron perniciosas, como los coyotes, lobos grises, jaguares, entre otros, también fueron puestas en peligro de extinción o extinguidas. El hurón de patas negras, un gracioso animalillo de las praderas, se consideraba extinguido hasta que en fecha reciente se encontró una pequeña población en una pradera del noroeste de E.U. Ya no había más. La especie ya está a salvo tras cuidadosos esfuerzos. Cada nuevo hurón en este programa de rescate ha costado más ce 400 mil dólares.
Los bisontes estuvieron al borde la extinción; llegó el momento en que sólo quedaban 30 ejemplares en todo el territorio de Estados Unidos, pero una mente sensata, con poder de decisión, cosa que excepcionalmente se presenta en las burocracias, determinó el rescate de la especie y se inició un acucioso y largo proceso de rescate. Hoy abunda de nuevo el bisonte en parques como el de Yellowstone, donde se ven en ocasiones tumultos de bisontes en incontenible estampida, tal como ocurría en las épocas gloriosas de la especie.
Ha sido prácticamente imposible domesticar a este vacuno. Su vocación por la libertad es irreductible, está cincelada por la naturaleza de manera indeleble en su patrimonio genético, por ello los 23 bisontes adoptados por Chihuahua, apenas tuvieron la mínima oportunidad, se volcaron hacia el espacio abierto en magnífico trote, escena que recrea a escala las eras primigenias de una especie exitosa que fue, durante decenas de milenios, parte inseparable de los maravillosos escenarios naturales de la América precolombina.
Esta escena, la partida de los 23 bisontes hacia la pradera, despierta en muchos de nosotros una recóndita añoranza, una memoria genética de antiguos recuerdos, de ancestrales aspiraciones reprimidas, ansias de una libertad que ya perdimos para siempre. Somos ya seres gregarios y domésticos irreversibles, esclavizados por necios afanes de riqueza y en la siempre fallida búsqueda de una verdadera felicidad que jamás pueden conquistar ni el rico ni el pobre.
Dijo una vez el escritor Rubén Fuentes, al conmemorar sus 80 años, que en los mejores momentos de su vida ha sentido por brevísimos lapsos que arañaba ligeramente la felicidad, la que definió como un sentimiento de plenitud que cubre el ser físico y el alma, pero tan fugaz, tan inasible y efímero que a su paso nos deja preñados de esa eterna añoranza y nostalgia de la que nunca podemos desprendernos.
La recepción de los 23 bisontes abre la esperanza de que en nuestro gobierno comiencen a surgir algunos rasgos de inteligencia y buen sentido, y que pronto crezca una convocatoria hacia la sociedad para empezar a reconstruir el mundo que atrozmente hemos destruido. En México, en 50 años se arrasó con la mitad de los bosques templado-fríos y con el 90 por ciento de las selvas tropicales perennifolias. Muchas especies de animales silvestres también nos han dejado quizás para siempre al perder su hábitat.
Aquí se habla mucho pero se hace muy poco, casi nada. En años pasados, en una entrevista que un noticiero televisivo realizó a un funcionario de la PROFEPA, éste presumió la existencia de una granja de recuperación de especies silvestres ubicada en Guadalajara, en el parque El Centinela. Tiempo después tuve ocasión de visitar la citada granja. Era una cosa lamentable, con animales esmirriados y pésimamente atendidos que estaban en imposibles condiciones para ser liberados. Si pasa lo mismo con los 23 bisontes estaré convencido de por vida de que no tenemos remedio.



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