jueves, 24 de junio de 2010


 La tierra de los fantasmas

Lizeth Sevilla
“El asombro en su siglo”
Unos encarnan a Dios en un gato y profesan el gateìsmo; 
otros creen que cada gato es un Dios y son gatòlatras.

Gatos. Darío Jaramillo 

Bajo los pretextos de la vida cotidiana y en nombre de la vida y la trascendencia la raza humana ha cometido diversas atrocidades; incluyéndose lo que implica negarse a sí mismo. Uno se levanta esperando, no sé, cualquier cosa mundana, de mortales, un aumento de sueldo, cotizar para una casa, mejorar el clima laboral de la oficina e incluso buscar la mejor marca de wiskas para el gato. Pero terminando esta rutina uno llega a casa plagado de trabajos, agendas llenas y una que otra soledad inmersa en nuestro bolsillo. Supuse que él podría ser de esa orden, de los que van por el mundo con planes macabros de conquistar la modernidad y todo lo que esto suponga; por fortuna me equivoqué. Siendo un hombre de máquinas, computadoras, tratos legales y pláticas con Hacienda viajes a diversas partes de este pequeño mundo, guarda para sí los misterios de los pequeños detalles que tiene su vida en vaga soledad.
El nuevo siglo supone para él un descomunal abismo de tecnologías, indumentarias que probablemente se coman al hombre, supone guerras, pérdidas significativas de personas que ya no pueden estar en estas circunstancias, en las que poco a poco la raza humana caducamos por pereza del corazón; este siglo de luces e historia le sugiere un movimiento obligado y muchas más atrocidades que mientras las enuncia se le paralizan las articulaciones. 
Sin embargo, este siglo también supone volver a los rituales de antes, cuando jugaba con carritos de madera, cuando ataba los mayates de una patita y eran su pequeño acercamiento al hombre haciendo volar.
Y de vez en cuando -les comparto- sale a caminar, como si saliera a cazar fantasmas en las esquinas o en la calle; toma fotografías para no olvidar lo que sus ojos han recorrido durante el día y para el día en que pueda compartir esas imágenes con alguien que lo acompañe en sus viajes indecibles al centro de la tierra, su tierra. En un hombre de gentes, de latitudes y cuando puede toma el tiempo que sea necesario para conversar con las personas que de alguna manera lo fundamentan. El asombro es necesario en estos tiempos en los que no sólo ya no volteamos a ver el amanecer cuando salimos presurosos al trabajo, cuando ya no volteamos a ver las pequeñas maravillas que nos ofrece el temporal, si no que además ya no volteamos a ver a los niños que andan por las calles ya no para pedir dinero -excusa por la cual no los ayudamos- sino para pedir desesperadamente algo que comer; porque vamos inmutados en la calle y no percibimos a tantos hombres tan pobres de recuerdos y memorias que caminan inmutados con un arsenal de cuerpos bajo sus pies y una pesadumbre que cuelga de sus corbatas. 
Porque estamos tan preocupados por los partidos de futbol -que dicen sólo ocurren cada cuatro años- que pasamos desapercibidas las muertes de dos grandes de la literatura; y los que nos quedamos viudos de letras, pensamos: Dios es un viejo tramposo, se ha llevado a dos para hacer su revolución. 
Y la lista sin duda continua, cuando advertimos que el asombro se vende al dos por uno en oxxos y demás tiendas de autoservicio y claro, pasamos desapercibido el maltrato que se está generando en cada municipio a los animales; que en las esquinas de tu pueblo maltratan perros; que en los tianguis venden pollitos pintados y demás especies de pajaritos que son hurtados de su hábitat para venderlos al mejor postor, el que ya no tenga asombro. Los políticos - aunque sea los que dicen serlo- asisten al ayuntamiento unas cuatro horas para calentar el asiento, dan continuidad al papeleo que dejó el otro y dejan sus ideas en las boletas de votación. Ganan los miles de pesos quincenales por jugar a que gobiernan pueblos y ponen orden; la realidad se vuelve semántica práctica. ¿Y la gente? La gente probablemente esté en peligro de extinción o como decía el buen Saramago… padeciendo de una incurable ceguera, en la que todo lo ven blanco. 
Claro, por fortuna, hay un hombre, el que he conocido paulatinamente a través de no se cuantas semanas, que todas las noches sale a caminan y tal vez a cazar fantasmas, que por lo menos recuerda y por lo menos, tiene ciertas iniciativas de marcar su rumbo, el que ha construido, diferente. Los demás, tal vez seremos semántica practica algún día. 





 

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