lunes, 12 de julio de 2010


La tierra de los fantasmas

Por Lizeth Sevilla

En mi cabeza deambulaba incesante y sin camino trazado como el

Minotauro en el famoso dédalo, la frase última y definitiva

Que había soltado aquel gimnosofista:
"Nunca. Sí. Nunca es uno de los innúmeros nombres de nuestro destino."
Paraiplos. Ricardo Sigala.


El diccionario dice que es un objeto, un documento que usaban en épocas pretéritas para trazar rutas de viaje; sin embargo con el tiempo me ha quedado claro, que los Periplos son seres que andan por la vida de incógnito, no se les puede agarrar para siempre, no se les puede tener toda la vida; son seres que van por su pequeño mundo divagando, conociendo gentes y latitudes. No se están quietos, no pueden, de hacerlo perecerían, echar raíces para los Periplos significa desaparecer en las trincheras de una tierra desconocida con la misma gente. Pero también los Periplos se enamoran, trabajan y se hacen de sus propias tierras, construyen andamios en los cuales dejar sus historias guardadas y muchos, muchos perecen en el intento. Los hay de agua dulce, los hay de edificios y corbatas, los hay atiborrados de barro y madera, Periplos de música, de literatura y prostíbulos. 
Los Periplos femeninos están en peligro de extinción; muchos han perecido en las modas, en las cremas exfoliantes y en las revistas para quitar la celulitis; otros tantos han perecido en la moral de las iglesias y en sus discursos paupérrimos de la gracia bendita de su vientre; los sobrevivientes se aferran de sus historias para no sucumbir en la producción en masa de humanos, se manifiestan a fuera de las iglesias y de los ayuntamientos, caminan inexpugnables por los portales de las ciudades como si les pertenecieran y hacen alegorías a la tierra que pisan. Escriben unos pocos poemas, una que otra canción, tararean huapangos mientras se pierden entre sábanas y recovecos. Son trotamundos, trotacuerpos, trotaalmas, no pueden pertenecer a nadie… el neoliberalismo de los cuerpos ha sido retirado de sus filosofías de vida, a veces hacen el amor con ellas mismas, a solas porque los otros cuerpos exigen tiempo, libertad o alguna de esas cosas abstractas e indecibles. 
Yo conocí a un Periplo femenino, lleno de fantasmas de hombres que llegaron a su vida y se fueron con el vaivén de las olas; en tanto caminaba por desiertos, bosques, ciudades y pueblos iba recogiendo restos y los armaba, se construía moldes para vivirlos, pero después era despojada. Era un Periplo de ciencia, de arte, de carne y hueso. Los periplos como ella, los que han sobrevivido a las ausencias y a la desgana día con día son torturados por la codicia de otros, son acribilladas por ser mujeres, minimizadas por su inteligencia, juzgadas por no amar a una sola persona, por cuestionar las reglas sociales y sus misterios. Los periplos femeninos siempre están solas, si a caso alguna vez coinciden con alguien, son los seres más creativos, los cuerpos que reconocen la piel del otro bajo cualquier circunstancia; pero siempre tienen la consigna de que todo se mueve, todo se termina; amanecen un día viudas de hombre, huérfanas de historias, atiborradas de escenas y códigos comportamentales. Les duele después reconocer sus propios recovecos que fueron recorridos antes, les duelen los senos atisbados por rostros y manos, las piernas recorridas por uñas y dientes; el alma exiliada de palabras, la semántica práctica de esos hombres mudos y complacientes. Después, salen a las calles a fotografiar edificios, recorren ciudades y formulan cuentos, conocen rostros y trazan rastros por los que van dejando la sosobra. Después les llega la calma, se llenan de gentes, de aire fresco, atiborran sus cuartos de libros y continúan divagando por el tiempo.
Yo conocí a un Periplo femenino, era un periplo huérfano y viudo; tenía un baúl lleno de fantasmas, todos ellos por edades y ciudades. El Periplo escribía mientras platicaba y yo, sólo la miraba hacerlo. 

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