sábado, 11 de agosto de 2018

Especial para Horizontes...
De dónde llegó la tradición de
Fotografiar a los muertos en Sayula
Reportaje de Investigación de  Rodrigo Sánchez Sosa, Cronista de Sayula 

A petición de lectores de esta entrega semanal, nos dimos a la tarea de investigar qué origen tiene la tradición ya en desuso en Sayula, de fotografiar a los muertos, sobre todo a bebés que se les vestía y preparaba con flores y escenografía para tomarles la última foto antes de su funeral. El caso me interesó porque recuerdo una foto familiar de mis abuelos con uno de sus hijos quien murió pequeño. Recostado sobre una mesa con una corona en su cabeza, vestido elegantemente y rodeado de flores, mi tío, cuyo nombre era creo Jacinto, aparecía con sus padres y un tío de él como si durmiera mientras ellos lo contemplaban, esto al parecer fue en 1930. Seguramente muchas personas en Sayula recuerdan fotos parecidas.
En Francia se inventó la fotografía en 1829 y pronto se popularizó en Europa, llegó a América en 1938, en 1845 o 1847 llegó a México. A  Sayula es posible que llegara ya para 1850 o 1860, hay fotos del centro histórico que muestran a este sin el Parián que se construyó a principios de 1880; por lo que, es posible que las mismas daten de 1870 o 1860. Para finales de 1800 en Sayula ya era una actividad popular. En el siglo XX, en el segundo decenio, ya había estudio fotográficos en Sayula y todos recuerdan al señor Conrado Sánchez Ceballos como el fotógrafo del pueblo, allá por los años cuarenta de ese siglo. Era un servicio caro, pocos se pudieron dar el lujo al principio; por lo que las bodas, las primeras comuniones y los funerales sobre todo de niños requirieron del servicio, pero solo en determinadas clases sociales. Luego poco a poco se abarató el costo, tanto, que sólo los muy pobres se privaron de él ya para el tiempo de don Conrado en Sayula.
¿Pero por qué fotografiar cadáveres como en los casos citados? Al parecer fue una moda europea que llegó a América desde los Estados Unidos (recordemos las fotos del viejo oeste de ahorcados que eran tomados como si estuvieran vivos), moda inglesa que seguramente permeó entre las clases altas de la sociedad sayulense y luego se popularizó como parte del rito ancestral a los muertos de la cultura local, sobre todo el rito que acompaña a los niños muertos o "ángelitos" como se les conoce popularmente. Las flores y la forma en que visten a los niños en las fotos de este tipo que he visto en Sayula, así lo acusa ¿Cuándo dejaron de ser populares? Es posible que en el momento en que las cámaras fotográficas se popularizaron entre la gente común, esto ya no se vio como algo especial y se comenzó a ver como algo trivial. Para principios de 1970 ya existían en Sayula las cámaras que tomaban fotos a color entre las personas y los fotógrafos profesionales en la localidad ya las tenían aún antes, no recuerdo ninguna a foto a color de "angelitos" en Sayula, que no las descartó, pero creo que por esas fechas entre 1960 y 1970, se dejó esta practica funeral venida de Inglaterra cuyo antecedente son las pinturas funerales de la edad media.


¿Qué hay detrás de esta práctica? veamos lo que encontramos al respecto: "La muerte, en el mundo que hoy vivimos, está oculta dentro de cajas metálicas y rectangulares, o bajo sábanas blancas que cubren el rostro de los cuerpos sin vida. Es algo que por lo general no vemos o intentamos no ver. Pero en la Inglaterra victoriana, periodo que comprendió la mayor parte del siglo XIX, la muerte estaba presente de muchas y muy particulares maneras. Los rituales que la rodeaban y las convenciones y reglas en torno al luto eran muy específicas.  La fotografía post-mortem de esa época, hecha para conservar en la memoria los rostros y cuerpos de quienes dejaban este mundo, capturó una esencia casi inaudita (y extrañamente bella) de contemplar la muerte. En la era victoriana, la edad promedio de muerte de un hombre de clase media o alta era de 44 años; 57 de cada 100 niños nacidos dentro de la clase trabajadora fallecían antes cumplir cinco años (estadística no lejos de la de Sayula para el mismo caso a finales del siglo XIX y principios del XX).  Los cadáveres, los funerales y todo lo que rodeaba la muerte de una persona era parte de la vida diaria de una manera que en la actualidad no es fácil concebir. Así, las escenas y las palabras dichas en el lecho de muerte eran de gran importancia; las familias enteras se reunían alrededor del moribundo para escuchar sus últimas palabras y verlo respirar por última vez. Existía, finalmente, una obsesión casi fanática por la defunción; se veía y se vivía muy de cerca. Incluso, a manera de reliquia, era común hacer joyería con cabellos de personas difuntas.  En este mundo, el luto era un ritual con reglas muy específicas. La reina Victoria en la Inglaterra del 1800, por ejemplo, guardó luto a su esposo Alberto durante 40 años y mantuvo las habitaciones de su esposo como éste las había dejado antes de morir. Siguiendo la tradición Real, una mujer común debía guardar luto durante dos años y medio, por lo menos, y no podía socializar en los primeros 28 meses. Debía utilizar vestidos de telas y colores específicos, al grado que el tono de su ropa podía indicar cuántos años llevaba de viuda.  Este siglo también vio el nacimiento y la popularización de la fotografía. Con la institución del daguerrotipo en 1839, instrumento que reducía las horas de exposición necesarias para hacer un retrato, la fotografía se extendió por el mundo, volviéndose más barata que mandarse a hacer un retrato pintado.  Así, la fijación victoriana con la muerte conoció al joven arte de la fotografía (y esta trajo a México la moda victoriana de fotografiar a los muertos), y los retratos de gente muerta terminaron siendo, entre otras cosas, una variante del Memento mori (en latín "recuerda que morirás", simbolismos gráficos de la temporalidad de la vida humana).   Vistas cuidadosamente, las fotografías post-mortem de esta época causan un temor esencial. Su extravagancia reside en que, por lo general, eran retratos tomados en interiores, adornados con flores o decorados con muebles, al igual que una fotografía común. Pero tienen algo extraño. Y ese algo está en la expresión de los semblantes muertos fotografiados como si estuvieran vivos. Los bebés, por ejemplo, eran retratados en sus cunas, haciendo parecer que estaban dormidos; los niños frecuentemente aparecían rodeados de sus juguetes favoritos. Incluso existen algunas tomadas en grupo, y los miembros vivos de la familia (los otros) aparecen rodeando al cadáver del familiar difunto. Basta con observar detenidamente el rostro y la mirada de los cadáveres en las fotografías (en ocasiones intervenidas con pintura en los ojos, en los párpados o con rubor en las mejillas) para sentir algo que oscila entre el morbo, la curiosidad y el miedo.  Pero en un segundo acercamiento, las imágenes post-mortem victorianas tienen una estética propia, cuidada y especial. Hay algo bello en los muertos retratados y en el esmero del que los retrata. No podemos olvidar la extensa tradición gótica y la fascinación por los fantasmas que siempre ha permeado la cultura inglesa, y ello es quizá una manera de explicar la obsesión fetichista y la fijación que, sin duda, puede ser vista como inquietante y a la vez bella. Esta expresión artística refleja algunas de las cuestiones más esenciales de la naturaleza humana (como la necesidad de conservar en la memoria a quienes amamos, sus gestos, sus cuerpos) en un afán de inmortalizar gráficamente, como lo pretende también la escritura, lo efímero de nuestro paso por el mundo. Las manos de los cadáveres, acomodadas suavemente en sus regazos, denotan un deseo de permanencia en un mundo en el que nada permanece y son también una manera especialmente excéntrica y, valga decirlo de nuevo, bella de vivir la muerte y de verla a los ojos." (https://pijamasurf.com/2013/07/fotografia-post-mortem-victoriana-ver-la-muerte-a-los-ojos/)

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