sábado, 26 de septiembre de 2015

              LA MANO DEL METATE
Por Hugo Rodríguez Vázquez
Caminamos en círculos de cien años.

Por fin me queda claro por qué no avanzamos a pesar de que hace doscientos años que nos deshicimos del invasor español. De  hecho, una de nuestras desgracias originales fue que nos invadiera el país más piojo de Europa, España, que vino a nuestras tierras con ansias de desquite ante inermes poblaciones indígenas, desquite sobre nuestros antepasados por haber sufrido ellos  mismos 800 años de dominación árabe. España en una nación de gente apestosa que odia bañarse, que huele a queso rancio y a tocino podrido.
No atino a entender  qué herencia maldita nos dejaron, porque nomás avanzamos porque caminamos en círculo, damos vueltas y vueltas como si hubiéramos nacido con vocación masoquista. En 1810 se inicia la guerra de independencia y la toma de Guanajuato por el rústico ejército insurgente de Hidalgo y Allende revela de qué tamaño era el odio contra los sanguinarios y racistas españoles. Guanajuato fue escenario de una rabia incontenible, de un desahogo de siglos, que derivó en saqueo y masacre, lo cual explica en parte por qué Hidalgo, a la puerta de la ciudad de México, decide regresarse hacia el oriente. La masacre al tomar la capital, que podían hacerlo dado el inmenso tamaño del ejército libertador, hubiera sido de proporciones inimaginables.
A lo largo de los casi once años que duró aquella guerra de independencia, iluminada con sublimes actos heroicos  y oscurecida por terribles traiciones, murió un millón de personas, en su mayoría del pueblo empobrecido. México tenía entonces 6 millones de habitantes. El 27 de septiembre de 1821 inicia formalmente el periodo de independencia, pero también un siglo de continuas guerras y rebeliones, asonadas, traiciones y largos periodos de dolor y pérdida, invasiones abusivas del imperio gringo, dictaduras y continua inestabilidad. Ese cruento siglo concluye con la caída de la dictadura de Porfirio Díaz, quien detona la revolución en su contra con las matanzas de Río Blanco en Veracruz y de Cananea en Sonora. Allí se completa el primer círculo, y luego vienen otros diez años de revolución en donde muere también un millón de mexicanos de los más pobres, los que se arrojan a la lucha porque no tienen nada que perder. Tenía el país ocho millones de habitantes al iniciar la revolución.
Al concluir ese periodo cuyo rostro patético y profundamente conmovedor es fielmente retratado en la novela de don Mariano Azuela "Los de abajo", los frutos de ese gran sacrificio son secuestrados ahora por una casta política apátrida y sin escrúpulos de la cual sólo se salva el periodo de don Lázaro Cárdenas. El siglo 20 es de nuevo escenario de una lucha inacabable que ahora tiene un perfil más político pero igualmente cruento porque los políticos dan la espalda al pueblo que ha protagonizado los sacrificios que conlleva la lucha por la democracia y la libertad. Es un siglo de abominables represiones en que los opresores se disfrazan de demócratas y justicieros, pero sólo defienden intereses de casta y de facciones nacionales y extranjeras económicamente poderosas.
El advenimiento del siglo 21 parecía precedido por la luz de un gran sol de esperanza, porque logramos echar fuera la deleznable dictadura priísta, pero una vez más fuimos asquerosamente traicionados por políticos derechistas hambrientos de protagonismo, ansiosos por demostrar a los poderes capitalistas, a las mafias del dinero, que también ellos sabían defender a los ricos ante los anhelos reivindicativos del pueblo. En sólo 12 años los regímenes derechistas de Fox y Calderón entregaron a mineras del extranjero más de diez millones de hectáreas para su explotación inmisericorde, sin tomar en cuenta los derechos de sus legítimos propietarios, las poblaciones y comunidades indígenas y ejidatarios.
Y para colmo, en el año 2012, una minoría manipulada, comprada, mediante una maniobra férreamente concertada por las mafias del dinero, nacionales y extranjeras, logra el triunfo como presidente de la República de un individuo de nula calidad moral, asaz inepto e ignorante pero igualmente vengativo y revanchista que arremete contra los precarios derechos y libertades democráticas recién adquiridos, contra la libertad de expresión y la rendición de cuentas. Pero el presidentito sólo es instrumento, el rostro visible, de una cúpula mafiosa que decide colegiadamente los destinos del país en su exclusivo beneficio. En 2012 completamos otro círculo de cien años, es decir, estamos donde mismo, como al principio,  con pobreza creciente, molicie generalizada del sistema político, injusticias de todo tipo, como un pueblo vencido, porque ahora, en este año, el actual régimen ya se ha quitado el raído disfraz democrático y enseña cabalmente su naturaleza antidemocrática y porfirista. La señal más clara, una pequeña señal pero muy significativa, la envía el embajador de México en Gran Bretaña, quien sin ningún rubor e indudablemente por instrucciones de la actual presidencia de bisutería, con entusiasmo manifiesto, vitorea durante la ceremonia de El Grito en aquel país, al dictador Porfirio Díaz.
El de la foto es el embajador de México en Reino Unido, Diego Gómez Pickering, un porfirista inmaculado. Ahora mismo, el régimen combate soterrada o abiertamente, con descaro y burla hacia el pueblo, los restos de vida democrática en el país. En los últimos decenios nunca como hoy se trabaja por demoler las instituciones democráticas, se falsifica y se convierte en una farsa la misión de instituciones como el INE, el tribunal electoral, el INAI, la Suprema Corte, etc. Se nombra al nazi Arturo Escobar, uno de los adalides más aberrantes del cártel de partido verde, impulsor de la pena de muerte, nada menos que como subsecretario para la prevención del delito en la Secretaría de Gobernación. Andamos otra vez de cabeza, con el enemigo más empoderado que nunca. Quizá sea nuestro destino, nuestra condición humana, que el oprimido al llegar al poder se vuelva opresor, quién sabe que será, lo cierto es que ahora sólo queda una luz brillando en el oscuro escenario nacional: la indeclinable lucha por la justicia de los padres de familia de los 43 estudiantes de Ayotzinapa. No los dejemos solos.


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