viernes, 29 de julio de 2016

LA POLITICA DESDE GAYOLA

Por Rodrigo Sànchez Sosa

"Un tema muy interesante es el de las mujeres en el México colonial. Las pertenecientes a la nobleza y a las grandes familias mexicanas, quizás las primeras que se estudiaron,   sigue generando un gran interés, este tipo de mujeres los historiadores las han descubierto por todas partes, empezando por las elites minera, agrícola y comercial, y siguiendo con el papel de las féminas en los movimientos sociales. Están revisando la imagen tradicional de una mujer sumisa y dependiente en los siglos coloniales y decimonónicos. Ni siquiera las apacibles esposas de Cristo aparecen ya con ese halo de pobreza y obediencia que una visión romántica les asignó.
  Lo que se está concluyendo es que hubo una gran diversidad de condiciones para ellas, diferencias ligadas con el poder, los bienes económicos, el acceso a la cultura y, sobre todo, con el grupo étnico al que pertenecían
 En general, la mujer era educada para el matrimonio bajo una estricta disciplina cristiana y la tutela de sus progenitores. La niñez se desarrollaba en las casas, recibiendo las enseñanzas y los consejos propios de su sexo. Y cuando ya tenían edad, las jóvenes ayudaban a las madres en las tareas del hogar.
  Las niñas huérfanas y pobres encontraron benefactores en el Siglo de las Luces. El cardenal Lorenzana inauguró en México el hospicio de huérfanos y ya desde el siglo XVI existían colegios para niñas pobres, donde se les enseñaba a bordar, cantar, tocar algún instrumento y a leer y escribir. Vidas de santos y otras lecturas edificantes proporcionaban ejemplos para fortalecer su "débil" voluntad. Los saraos, convivencias vecinales, fiestas patronales y reuniones familiares continuaban sirviendo para que las jóvenes encontraran pretendientes.
  Una real pragmática de 1776 condenó con severidad los enlaces clandestinos y ordenó que en adelante las uniones fueran sancionadas por los padres, una medida destinada a favorecer los "buenos matrimonios " entre personas de niveles semejantes, frente a la libertad de elección de cónyuge defendida por la Iglesia
 Por lo general, las mujeres contraían matrimonio entre los quince y los dieciocho años, ascendiendo la media de edad conforme subía su categoría social. En su nuevo estado, debían conducir una casa, y, según la posición, colaborar con las tareas del hogar, ir al mercado, hacer la comida, rezar y cuidar de los hijos. Las de más alta condición conseguían fácilmente conmutar estas labores por otras más ociosas, como ir a las tiendas de los grandes comerciantes, participar en alguna tertulia o pasear por la Alameda. Pero, en general, todas estaban en inferioridad con el hombre, fuera éste indio, español o de castas, al mantenerse bajo la "patria potestad" de su padre o de su esposo, si bien los historiadores vienen descubriendo mujeres menos dependientes y más comprometidas con su destino: viudas que sacaron adelante sus casas,  separadas que pleitearon con los maridos, criadas que denunciaron a sus amos y trabajadoras que encabezaron tumultos contra los administradores.
Incluso conocemos casos en los que la mujer, no satisfecha con un primer matrimonio, se aventuró en un segundo para ascender socialmente, como fue el caso de María Felipe Marrón, acusada de bigamia, delito, por otra parte, más frecuente de lo que se piensa en la Nueva España
  En cualquier caso, los estudiosos de las mentalidades vienen insistiendo en que los comportamientos de los hombres y mujeres del siglo dieciocho estaban muy alejados de las normas establecidas por la Iglesia."
Los estándares que solomos imponernos en nuestra vida y la de nuestras familias, son tan idealizados que ni siquiera nos cuestionamos lo alcanzables que estos sean. Las normas que hoy pasan por conservadoras y tradicionales en nuestra comunidad, no son más que idealizaciones que jamás existieron, el escrito anterior lo demuestra con un estudio de los siglos XVIII y XIX del comportamiento real y las relaciones que se dieron en torno al genero en ese tiempo, y que hoy son la base para nuestra moral conservadora en cuanto a la pareja, la familia y el matrimonio. La cantidad de feminicidios, y los desórdenes psicológicos que esto deja en la actualidad como una realidad social, n solo en Sayula sin en el país entero, debería hacernos replantear nuestros valores.
Miles de mujeres en nuestro país mueren en manos de sus esposos o parejas; otras tantas junto con ellos viven vidas miserables, con la consecuencia inevitable sobre los hijos ¿y seguimos sin plantearnos los valores irreales que norman la convivencia de géneros? Uno de los factores de descomposición social en nuestro país tiene que ver con esto, la forma en que percibimos a la mujer, pero también al hombre en su papel de género en nuestra sociedad y familia. No es algo menor, es una situación difícil. Sin embargo, los historiadores dicen, que los estándares que nos hacen sufrir, los valores que tanto admiramos, sobre la pareja, la familia, los hombres y mujeres; nunca fueron una realidad, sino una aspiración a la que nunca se llegó. Es como el ideal de belleza occidental, la delgadez, no es objetivo, ni saludable; tanto que la bulimia y la anorexia son enfermedades asociadas a este falso valor. Así pues la depresión, la infelicidad conyugal, la infidelidad, la angustia, el estrés, el vacio existencial esta directamente relacionado con estándares que norman las relaciones de pareja, inalcanzables y falsos.
Comencemos por entender que nuestra historia como nación está íntimamente ligada a una fractura del ideal de familia cristiana. Nacimos de una violación como mestizos, y por ese pecado "original", somos condenados en el orden social colonial como castas, un eslabón bajo de la sociedad de ese tiempo. Por eso es importante saber quién es nuestro padre y asegurarnos de que los hijos sean nuestros. La nuestra, dice Octavio Paz, es una soledad, un vacio existencial al que nos condena una padre español ausente, por el que hemos sido condenados, que nos desprecia y se avergüenza de nosotros por ser hijos de nuestra madre india, negra o mestiza a la que odiamos y amamos, en una neurosis fatalista. Gritamos "Mi padre es español, merezco otra vida" y culpamos a la mujer de nuestra desgracia, paradójicamente buscando en las mismas mujeres al padre que sabemos nos desprecia. Pero la historia viene al auxilio y nos dice hoy, aquí, que la mujer no es lo que hemos aprendido, ni siquiera lo que ella misma cree. En el pasado y hoy mismo, las mujeres se han resistido al encasillamiento como objetos, son compañeras que no son impuestas obligatoriamente, están allí como su pareja, sufriendo la misma historia de abandono y trasmitiéndola a los hijos en una circulo vicioso que ha sido roto sin que el mundo se acabe. Cosa de atreverse, como dice el dicho, donde una mujer avanza, no hay hombre que retroceda.


No hay comentarios:

Publicar un comentario