miércoles, 13 de enero de 2010

El exilio

Por Lizeth Sevilla

Pensó: ojalá que no, pero acaso, esta sea la última. Mario Benedetti

Cuando escribo exilio no necesariamente me refiero a eso de ser expulsado de un país por diversas cuestiones inexplicables para refugiarse en otro; en nuestras vidas, cada una de las personas que nos ha habitado o que nos habita, es nuestro país, nuestra legión, el terruño al que pertenecemos o creemos pertenecer y a veces esas personas nos exilian de sus vidas con el costal lleno de excusas que nos hieren, con el miedo en sus ojos que nos paraliza, con los hombros cargados de complejos ajenos que a veces termina de matarnos. 
En este exilio, no hay refugio, buscar cobijo en otros países representa un engaño, uno debe quedarse quieto a que la piel se recupere de las grietas que ha dejado la ausencia, aunque intentarlo nos lleva a la locura. Muchos han escrito sobre el abandono, cómo librarse de esas sensaciones que pintan la vida de color oscuro, qué caminos tomar, con qué gente hablar, pero toda esa metodología termina asfixiando, porque lo único que se quiere en ese proceso en el que muchos nos despojamos de nosotros mismos, es fugarse, desaparecer. De acuerdo a los especialistas de la salud mental uno debería llenarse de esas personas que han estado cerca, uno debería acercarse lo más posible a las situaciones que nos sumen vida y creatividad, lo cierto es que todo eso queda en la teoría, nos han enseñado a negar el dolor, a huir de lo que seguramente nos hará fuertes y nos hará ganar una experiencia más en el arsenal de dolores y pérdidas. 
Nuestro cuerpo no nos engaña, también se retira del juego, se esconde para sublimar fantasmas y caricias en un intento épico por no extrañar los roces en la piel y entonces procura guardarlo todo en el baúl de lo que algún día sanará. Nosotros, los que nos quedamos inmutados con una sensación de asfixia e impotencia, sin casa, sin explicaciones, sin cariño y comprensión también vamos intentado por antonomasia levantarnos inmunes de la cama y entonces en un intento bizarro borramos de nuestras memorias cualquier indicio de los Doors, arrancamos cualquier antena que nos conecte con la radio, evitamos los lugares concurridos, cualquier comida que tenga papas y también los refrescos de cola, procuramos dormir en sillones o no dormir, porque el sueño traiciona, volvemos a los vicios de antes, en un intento por reafirmar la vida volvemos a fumar como locos solitarios y a la herida cada que se puede le ponemos sal y limón, sólo los tontos olvidan, sólo los cobardes no encuentran explicaciones a la vida porque no intentan formular si quiera la primer pregunta, pero cada hora por lo menos lloramos desesperados formulando preguntas inútiles que nadie podrá responder en ese silencio que se va creando.
Pero también el exilio tiene sus intentos, llega un momento en que atacan las preguntas e hipótesis con fuerza, por qué, qué hice mal, por qué me dejo por esa razón, yo pude intentarlo… buscamos desesperados en los manuales de superación personal, buscamos en los textos de la universidad, nos refugiamos en la ciencia, buscamos desesperados respuestas con curanderas y amigas, hacemos lo indecible por reafirmar que fue un error, que no era el momento, que podemos buscar la manera… y los que no somos católicos aprendemos a rezar, aprendemos a tejer para asfixiar tiempo, ponemos atención a detalles caóticos como el color de la pared que miramos tanto, los pétalos que tiene la planta de la sala, establecemos reglas de tiempo y velocidad para que suene el celular y muchas más cuestiones que poco a poco nos van acabando las ilusiones. 
Lamentablemente no hay un antídoto para ese dolor, sólo reventarse llorando, evitar los buenos deseos y esas cuestiones de rollo positivo que sólo nos venden más simulacros y que no sentimos, con el tiempo tal vez vendrá la oportunidad de desearle no sólo al que nos exilió sino a sus congéneres que ávidos armaron planes y artimañas los mejores deseos, en tanto, odiamos, en tanto movemos tierra y raíces para acabar con todo. Tal vez en algún momento cada noche de dolor, cada amanecer de soledad, cada instante compartiendo la vida con plantas y mascotas queden en la gracia del viento. Necesitamos un pacto para estar vivos, para seguir trascendiendo, necesitamos la misma piel, con todo y grietas para que en otras latitudes nos quieran así.

John Reed, escribía en su libro de México Insurgente, que los seres humanos a veces cometemos aberraciones por falta de fantasía y pereza del corazón… y en estos momentos yo le creo. Pero el exilio nos ha de poner de manifiesto algún día, con cada imagen en la palma de la mano, con el rostro de los días que pasan y aunque cueste trabajo levantar un pie, tal vez nos alcance el movimiento. 

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