domingo, 10 de enero de 2010

Especulaciones sobre el tiempo

Lizeth Sevilla

A José Guadalupe González Rentería, 
la vida es movimiento

Pero una cosa es cierta: no me atrevo a juzgarte. Se que cuando uno ve las cosas desde fuera, cuando uno no siente complacido con ellas, es muy fácil proclamar qué es lo malo y qué es lo bueno. Pero cuando uno esta metido hasta el pescuezo en el problema, las cosas cambian, la intensidad es otra, aparecen hondas convicciones, inevitables sacrificios y renunciamientos que pueden parecer inexplicables para el que sólo observa. Y más me doy cuenta ahora, porque he seguido tu proceso y te he visto revivir. Así que no te juzgo, no puedo juzgarte; más aun, me gustaría mucho que hubieras acertado y te acercaras lo más posible a la buena suerte.
Mario Benedetti La tregua 

1.- A los dieciocho años, uno tiene unas ganas desgraciadas de conquistar la vida y la muerte, nos salen luces de la palma de la mano, súper poderes, sueños lúdicos de conquistar algún terruño que nunca nadie ha pisado. Lo que se escribe no puede pasar desapercibido porque se va empezando y hay que pulirlo todo, pulir las comas, pulir los puntos y agregar acentos y espacios a las palabras. A estas alturas existe un arsenal de cosas por elegir y se puede dar el lujo de rechazar buenas ofertas para la vida o lo que sea que signifique. Las historias que uno cuenta tienen aroma a pino o a lavanda, los finales no siempre son felices, todo depende de lo que se quiera proyectar, pero hay finales. Armamos debates sobre la fe y nos atrevemos a citar en múltiples ocasiones a Nietzsche y celebrar el párrafo en el que dice inexpugnable y seguro: Dios ha muerto.  
2.- A los veintidós, uno sigue escribiendo, existen pocos deseos de conquistar el mundo, porque uno ha entendido que él es anarquista y está en movimiento, pero uno sigue escribiéndolo todo, a estas alturas todavía no podemos considerarnos viejos, pero se suman a la marcha responsabilidades, si, sueños que deben ser fundamentados, esencias de personas y polvo de otras que vamos guardando, nuestras manos se vuelven fundamentales porque con ellas palpamos cuerpos y memorias, gravamos historias. A los veintidós podemos habernos vuelto egoístas, ya no lo contamos todo, ya no lo escribimos todo… preferimos imaginarlo, sentirlo, alucinar olores y formas. Lo que escribimos, a veces pasa desapercibido, se pierden versos en servilletas de restaurantes o cafés, pulimos, sí, pulimos porque a veces nos hacen falta comas entre renglones, nos hacen falta descansos, pausas… nuestras historias a veces tienen olor a lavanda o incienso si compramos varitas artificiales en los tianguis. A veces nos volvemos mudos por etapas y no decimos nada, pero lo escribimos todo, lo pintamos todo, componemos notas del silencio. Todavía podemos elegir, pero el arsenal se vuelve cada vez pequeño y tenemos que valernos de trucos e inventarnos rumbos y caminos que concuerden con los sueños lúdicos que le quedan a uno. 
3.- Sigamos, a los veintidós continuamos leyendo a Nietzsche, ya no hacemos ensayos porque es un pleonasmo. Pero aquello de Dios ya nos parece complicado celebrarlo… uno ruega que exista, por el bien o por el mal de nuestro pellejo. Pero seguimos citándolo y haciendo alegorías petulantes de ese párrafo. A los veintidós oímos tangos porque nos parecen eróticos y convocan palabras en los espacios en los que no decimos nada. Tocamos el violín, publicamos en buenas revistas y tenemos gatos, muchos gatos. Los amigos se vuelven parte fundamental de nuestras vidas, recordemos que a esta edad uno tiene el deseo iracundo de asesinar a Edipo y ser independiente, así de que los amigos pasan a ser una segunda familia. Pero esto es peligroso, porque cuando digo amigos, no me refiero a los de dos o tres caídas, me refiero a los amigos, los que se vuelven cómplices de nuestras novelas negras. 
4.- A los veinticinco o a los cincuenta es probable que se tengan experiencias colgadas en ganchos y se hagan exposiciones de imágenes que se van guardando con el rumbo recorrido. Pero a los veintidós uno tiene unas ganas ubérrimas de volver por un instante a los dieciocho y llevar con uno los tangos que se escuchan a los veintidós, los libros que se han leído, la pareja que ha compuesto palíndromas en la desnudez de nuestro cuerpo y dejar por un instante la monotonía nocturna de los veintidós y volver a tener aroma a pino o lavanda o decir inmutados, sin miedos ni congojas, como Nietzsche que Él ha muerto.  

5.- Finalmente, se pueden llegar a pocas conclusiones, dicen los expertos que en la vida se tienen preguntas y es probable que en la muerte encontremos las respuestas absolutas pero no se nos da el tiempo a manos llenas para averiguarlo, como escribía Charles Bukowski: Los muertos no necesitan aspirina o tristeza, supongo, pero quizá necesitan lluvia. Zapatos no pero un lugar donde caminar. Cigarrillos no, nos dicen, pero un lugar donde arder…

De la Dirección : Bienvenida Lizeth Sevilla
Escritora Zapotlense, es columnista del Diario de Zapotlán, tiene en su haber un libro de poesía llamado “Crónicas Pasajeras”, editado por el archivo histórico de Zapotlán el Grande y ha publicado en diarios de la región. Actualmente está por sacar su segundo libro de poesía llamado Monólogo de piernas cruzadas. Con la intensión de ser leída ha iniciado publicando en diarios de la región. Aceptando la invitación, nos ha enviado esta primera entrega a Horizontes. Bienvenida.



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