domingo, 19 de junio de 2016

Especial para Horizontes...
Tres leyendas de Sayula, tradición oral e identidad
Reportaje de Investigación de Rodrigo Sánchez Sosa 


La Leyenda de las Torrecillas:
  De acuerdo a la leyenda, existe en ese lugar, situado al poniente de Sayula, un tesoro sepultado por bandiditos, algunos dicen que de tiempos de la colonia, otros que de tiempos de la revolución y otros más que de tiempos de la cristiada; lo cierto es que el rumor de dicho tesoro ha sobrevivido por décadas en Sayula, sin que sus ambiciosos buscadores, que los ha habido,  hayan logrado hasta hoy rescatar nada, al menos que se sepa. Existen allí tres cuevas pequeñas cercanas la una a la otra, y una mayor a la que se debe ingresar, por su altura, arrastrándose; ya en el interior la altura de techo es mayor, encontrándose  cámaras de distintas dimensiones. Dice la leyenda que en una de estas cámaras, existe una mesa de roble grande, con 24 candelabros de oro y en la cabecera de la mesa, la momia de un soldado vestido de español, con casco y mosquetón. En la siguiente cámara de la cueva, dice la leyenda, existen 60 carretas cargadas de monedas de oro. El que logra llegar hasta ese lugar al ver aquel tesoro, se abalanza sobre él cogiendo lo que puede, ya lleve algún costal o bolsa o llenando sus bolsillos de monedas. Pero, de repente, escucha la voz de la momia de la cámara anterior que tras él golpeando el suelo con la culata del mosquetón le advierte.:"Todo o nada". Si el afortunado aventurero logra recuperarse del susto, seguramente se dará cuenta que 60 carretas repletas de oro jamás podrán salir de ese lugar de una sola vez, así que si no salió corriendo antes, tratará de engañar al guardián del tesoro y llevarse algunas monedas; más cuando sale de la cueva aquellas monedas que logró recatar, se han vuelto tierra en sus bolsillos o en sus propios puños. Por su puesto que encontrar las cámaras, no es fácil, hay que entrar a la cueva mayor llevando protección contra la maldición, para poder escapar con vida. Algunos dicen que  una cruz, un cirio, un rosario y agua bendita, son necesarios para protegerse y salir vivo; además de que las cámaras donde se encuentra el tesoro sólo se abren cada año en semana santa exactamente a las doce del día. Cuentan la leyenda que uno de los exploradores ambiciosos, no tomó en cuenta ninguna de las condiciones anteriores, entrando a la cueva un día antes de semana santa, por la tarde. Una vez dentro se quedó dormido sin encontrar ningún tesoro. Sus amigos que lo esperaban fuera de la cueva, luego de llamarlo a gritos si obtener respuesta, creyeron que había muerto y regresaron por ayuda para sacarlo. Al dar la campanada de las doce de la noche, el que se quedó en la cueva escuchó un estruendo y despertó, vio abrirse las cámaras donde estaba el tesoro y se asustó tanto que salió los mas rápido que puedo de ahí. Como era de noche siguió las luces al pueblo  en su carrera despavorida al verse solo y a oscuras. Uno de los amigos que lo acompañaron vivía por el barrio del santuario, así que llego a su casa aún espantado, como estaba cerrado por ser media noche, tocó fuerte con una piedra, salió una mujer a preguntarle que se le ofrecía, él preguntó  por su amigo; la mujer sorprendida le contestó que su amigo había muerto hacia diez años. El hombre le respondió que no era posible ya que apenas ayer en la tarde había estado con él, la mujer ya molesta casi le cerró la puerta en la cara diciéndole que no era más que un anciano loco. ¿Anciano? dijo él. Fue cuando notó que tenía una barba muy crecida y una melena gris que le daba hasta media espalda, sus manos estaban arrugadas y manchadas. Habían pasado 30 años desde que se quedó dormido en la cueva de Las Torrecillas. Cuenta la leyenda que se volvió loco y caminaba por las calles y portales de Sayua hablando con los postes y las paredes de las casas, sin que nadie entendiera que les decía.

La Leyenda del Tapatío. 
"Cuéntase que por el año de 1878 vivía en Sayula un hombre de apellido Vargas, notablemente bueno para manejar el cuchillo, siendo varios los duelos y demostraciones en los que había resultado vencedor, corriendo su fama por la región. De Guadalajara vino otro hombre de las mismas características que se jactaba de resultar siempre vencedor en esas peleas y no encontraba ya elementos de su categoría con quienes medirse.  A poco de llegar dio con Vargas que se encontraba en el mercado adquiriendo comida para su casa. Se dieron a conocer, preguntando el tapatío si efectivamente era tan bueno para el cuchillo como por ahí se decía. Sin mucha jactancia dijo Vargas que algo había de ello, por lo que no tardo en concertarse un duelo, poniendo el sayulense como condición le permitiera ir a su casa, por el barrio de San Miguel, para dejar su recaudo (los comestibles comprados), haciéndolo así en mutua compañía y platicando amigablemente. Se dirigieron luego por el rumbo del Caño para escenificar el singular duelo a cuchilladas. Muy diestros lucharon fieramente hasta que el cansancio los rindió, sin haber vencedor ni vencido; descansaron un momento y vino un segundo intento que después de prolongarse un rato tuvo idénticos resultado; hubo un tercero y hasta un cuarto acto en el que. Finalmente, Vargas logró herir en un brazo al Tapatío, como se le conoció después. Aunque el duelo era a muerte, una vez habiendo herido a su rival, Vargas inquirió: `¡Seguimos adelante?` Recibiendo por respuesta un `Ya estuvo bueno`. Finalizando así la inusitada competencia. Ambos quedaron muy amigos y el Tapatío, viéndose preciado se quedó a vivir en Sayula. Hasta la fecha sus descendientes conservan el mote." (Munguía Cárdenas, Federico. "La Provincia de Ávalos")

La pseudoleyenda del Ánima de Sayula.
Contrario a lo que fuera de aquí se piensa, el ánima de Sayula no es una leyenda local. Es una obra poética del género satírico del abogado michoacano Teófilo Pedroza, escrita en el decenio de los ochenta del siglo XIX en Zamora Michoacán. En Sayula se conoció hasta 1924 cuando el 38º Regimiento de Caballería del Ejército Mexicano, procedente de Zamora arribó a Sayula. Algunos de sus elementos trajeron consigo los versos ya impresos en cuadernillos; lo cual provocó la ira de los sayulenses, pleitos entre estos y los soldados y hasta muertos, pues los versos ofendían a Sayula como se veía entonces el asunto. Hoy, ya asimilada como parte del folclor local, el Ánima, sigue tendiendo sus detractores, pero en general no se toma tan en serio. Lo cierto del caso es que el siglo pasado, como se dijo, llevó a duelos a muerte su mención. Incluso algún autor explicando el por qué Juan Rulfo negó ser de Sayula, argumentaba que fue por culpa del Ánima, cosa que en lo personal creo que es exagerada. Para bien o para mal, el Ánima se quedó en Sayula. Ahora bien, si el Ánima no es una leyenda local, alrededor de ella se han tejido leyendas locales con respecto a su autor, sus personajes y el origen de la inspiración de los versos. Popularmente, hasta hace 40 años, en Sayula se contaba que el citado Teófilo Pedroza era un individuo afeminado del que se burlaba un pícaro boticario al que apodaban "Blasito" y sus amigos. No "bajándolo" de "jotito" y jugándole bromas. El tipo de modales refinados, resulto bueno para versar, y en venganza cuando regresó a su pueblo compuso los versos del Ánima de Sayula en cuartetos. De esto se infiere que fue una forma de calumniar al pueblo que no lo "bajó" de "Jotito" mientras aquí vivió. Dura venganza porque el Ánima, es decir los versos picarescos, se conocieron en todo el país, para mal de los sayulenses del siglo pasado. Ya más cerca del fin del milenio, cuando los versos poco a poco iban siendo aceptados en Sayula y tomados como la que eran, una broma; allá por principios de los ochentas, luego que el autor de "Picardía mexicana", Alfredo Jiménez los publicara y popularizaran; la versión cambió, ya no fue venganza sino colaboración involuntaria sayulense e inspiración. Alfredo Jiménez, se da a la tarea de investigar al autor Teófilo Pedroza, dando a conocer que nació en 1833 en Zamora Michoacán, se tituló de abogado en 1858 en el Colegio de San Nicolás de Hidalgo. Pedroza trabajó como servidor público en juzgados de varias ciudades de la república, entre ellas Zapotlán y Sayula, contó su hijo a Daniel Mora Ramos "Telesforo Mirón" en su libro "Tanhuato". Don Federico Munguía que posee el archivo judicial del municipio, dice no encontrar en éste pruebas de que el tal Pedroza allá trabajado en Sayula en esos asuntos, y no hay ninguna pista de él en la época previa a la publicación del los versos del Ánima, ni posterior. Aquí comienza la leyenda: Para cuando se escribieron los verso del Ánima, Pedroza ya tenia más de cincuenta años,   antes de 1880 o durante éste decenio debió residir en Sayula, dónde escuchó la broma que un boticario pícaro y sus amigo le hicieran a un tal Apolonio Aguilar (que si existió, no uno, dos Apolonios por esas fechas, con el mismo apellido, según archivos municipales. Algunos dicen que Clemente Aguilar, pero es también parte de la leyenda, no se sabe con exactitud),  cuando su compadre, un tal José Arreola, vistiéndose de Ánima y esperándolo en el panteón a media noche, pensó sacarle un susto, pero que al final el que salió corriendo fue él cuando el compadre Apolonio dándose cuenta de las intenciones antinatura  sacó tremendo cuchillo. La leyenda como tal no repara en la concordancia cronológica, por supuesto: Blas Mejía Granados "Blasito", que era el nombre del boticario, nació en Colima 1856, era 23 años más joven que Teófilo Pedroza, llegó a Sayula en 1887, año, posiblemente, en que ya estaban escritos los versos del Ánima, así que por fechas no pudo haberlos inspirado. Además, en 1887 Pedroza ya tenía casi 60 años, y el hijo de Pedroza, Fernando, que no menciona conocer Sayula en la cita de Daniel Mora Ramos, parece hablar de aventuras juveniles de su padre en Sayula.  Por lo tanto, puede que esa sea la verdadera leyenda del Ánima, los mitos que alrededor de su creación se cuentan. Otras publicaciones de Teófilo Pedroza son: "Mierdópolis" y "El pleito que, ante el Güero, siguió Pancho Mascacuero contra una vieja panzona, sobre el uso del agujero, pero no de su persona".

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