sábado, 30 de abril de 2016

LA POLITICA DESDE GAYOLA

Por Rodrigo Sánchez Sosa

Un fenómeno que va en crecimiento exponencial en nuestro entorno es la violencia, no es cosa del otro, del vecino o el conocido, es cosa que compartimos con ellos y nos une en el sentido de que vivimos en un país violento. Los asesinatos a sangre fría de inocentes nos conmueven; Impacta saber que niños, niñas, mujeres, mujeres embarazadas o gente humilde e indefensa es masacrada, violentada, vendida, comprada, torturada. Sin embargo, la sociedad que construimos, que aceptamos, que nos parece tan normal, propicia, es más, necesita de esta violencia para seguir siendo ¿Cómo llegamos a ello? ¿Cuándo nos volvimos desalmados y crueles? ¿Desde cuándo vender a un niño, secuestrarlo y asesinarlo para vender sus órganos es normal? ¿Desde cuándo volteamos para otro lado cuándo un niño es vendido o asesinado por sus propios padres o un anciano es asesinado para robarle lo poco que tiene? Desde que inconscientemente nos dimos cuenta que nuestra vida es frustración, infelicidad, que el dinero y las cosas no compensas esa frustración. Desde que nos dijeron que competir estaba bien, que debería ser el competir no solo un valor moral sino un sistema educativo, un estilo de vida: competimos, producimos, consumimos…esa es la lógica, es la falsa felicidad. Cuando nos creímos aquello de "siempre jóvenes", de que se puede no solo planificar el futuro sino comprarlo "asegurar el futuro". Entonces el otro, el niño, el anciano, el desvalido,  el pobre sobran. No necesitamos niños en una sociedad egoísta que se cree eterna, los ancianos representan la realidad que no nos incluye, y  no deseamos (por eso vamos al GIM y al cirujano plástico), el pobre es un perdedor, un cobarde que no merece nuestra simpatía, menos nuestra piedad o solidaridad. Ahora he aquí el mundo que hemos construido juntos y nos aterra, nos da asco ver: jóvenes casi niños asesinando, descuartizando, violando, vendiendo, comprando a  otros niños, para satisfacer la ambición de alguien que ni siquiera conocen; dispuestos a morir como soldados en una guerra absurda (¿hay guerra que no lo sean?), solo por la adrenalina y un trago de bukanans. No me río, no me lamento, no condeno; trato de comprende"Una cosa es la contemplación de actos de violencia "virtual" (vídeo juegos, películas, espectáculos violentos)  y otra muy distinta la violencia "real" contra otras personas. Aquí, el punto clave es que todas las sociedades conocen lugares y momentos en los que sus ciudadanos experimentan una mezcla de confusión personal y cansancio social, y en los que pueden llegar, incluso, a creer que la vida es (como dicen los rusos) un vacío sin ley ni orden o los mexicanos, que no vale nada… a partir de ese momento, las personas se ven tentadas a desahogar sus frustraciones y su sensación de injusticia agrediendo físicamente a otros.
Para empezar por el extraño fenómeno del asesinato de niños, diremos que las cifras oficiales de países como Francia, Gran Bretaña o Estados Unidos han aumentado sensiblemente durante las últimas décadas. A pesar de las dudas que plantean las estadísticas -la historia de la violencia contra los niños en la familia está por escribirse-, las cifras disponibles descubren nuevas versiones del maltrato a los niños. Durante los últimos cuarenta años se ha duplicado en Estados Unidos el número de niños asesinados en su primer año de vida, y se ha cuadruplicado el de los asesinados entre uno y cuatro años; en cuanto a las cifras entre la población afroamericana, podemos decir que mueren más de veinte criaturas por cada cien mil. Estas tendencias generan una información abundante en los medios de comunicación, de modo que el asesinato de niños, como cualquier otra forma de violencia, se aproximan al común de la gente que, habiendo oído hablar de esas atrocidades, nunca las había contemplado.
Se sabe entonces que en un 60 % de los casos los asesinos son los propios padres, lo que da un significado siniestro a la expresión "lazos de sangre". A muchos comunicadores o periodistas les resultan especialmente angustiosos los casos de  mujeres que, atrapadas en la maternidad de nuestra época, mitad cielo y mitad infierno, asfixian a sus hijos con los gases del tubo de escape de su auto, o los atan a la sillita del asiento antes de empujar el coche de la familia dentro de un lago, o los apuñalan antes de quitarse a sí mismas la vida.
Es frecuente que los afectados comunicadores de televisión o prensa, muestren una reacción acrítica e irracional ante esos hechos detestables, y hablen de maldad (con el lenguaje religioso de la tradición sobre el pecado original), apoyando sus juicios en detalles escalofriantes, y propios de una película de terror, sobre la vida de los protagonistas; otras veces, introducen en sus comentarios las ideas  sobre la naturaleza humana, subrayando los efectos letales del egoísmo de nuestros tiempos o la locura. Sin embargo, harían mejor en pensárselo dos veces, antes de juzgar los casos con tanto simplismo; por lo menos, deberían estudiar el fenómeno teniendo siempre presente el lema del filosofo español Baruck Spinoza: Non ridere, non lugere, ñeque detestan, sed intelligere ("No te rías, no te lamentes, no condenes; comprende"), y situar su análisis en un marco interpretativo más fructífero, por ejemplo, asociando la violencia con la dinámica de las sociedades de consumo.
En muchos casos conocidos de asesinato de niños es evidente que tanto la víctima como el verdugo se hallan atrapados en esas zonas conflictivas de la sociedad de consumo en las que impera la lógica de la competencia dentro de la familia (intimidad, deseo sexual, formación de la identidad, costumbres personales, matrimonio infelices, dinero, responsabilidad de la casa y el cuidado de los hijos), a lo que viene a sumarse, para intensificarla y a veces contradecirla, una lógica prácticamente idéntica en el mercado de trabajo (sobre todo en el caso de las tensiones por exceso de trabajo, desempleo o empleo de baja calidad), y sus correspondientes relaciones fronterizas o cruzadas con el resto de la sociedad.

Cuando se mira el problema en el contexto de estas presiones típicas de la sociedad de consumo, la explicación basada en la consabida maldad, la locura y el no menos consabido egoísmo no nos sirven para comprender  a cabalidad esa mezcla confusa de cansancio y sentimientos ambivalentes, de amor y odio, que manifiestan los padres y las madres cuya falta de apoyo mutuo y ayuda social (ausencia del padre, escasez de ayudas estatales para criar a los hijos, bajos ingresos personales de la mujer que ha perdido los ingresos del hombre), carencias emotivas o intelectuales acaban por conducirlos a un callejón sin salida, en el que puede asaltarles la descabellada idea de acabar con la vida de otro miembro de la sociedad o su familia y, probablemente, con la suya propia. Podría decirse que son las presiones de la sociedad consumo las que destruyen todo lo humano que hay en las personas, hasta llevarlas a atentar contra los más indefensos de la sociedad, los niños, los ancianos, los más pobres y desvalidos."
(John Keane. Reflexiones sobre la violencia. Ed. Alianza. Madrid 2000 pp 101.)


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